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LAS PAVOROSAS CALLES (Y LAS BANQUETAS) DE ESTA CIUDAD

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • May 13
  • 9 min read


El año pasado, hace dos, y hace tres, también, tu servidora estuvo inmiscuida en tres accidentes, en los que, aunque no me la creas, y como todo el mundo dice, yo no choqué, me chocaron. Insisto en que yo no tuve la culpa en ninguno, pues simplemente fui víctima de las circunstancias y de tres idiotas que, por ir pajareando, dejaron mi coche muy malito. Pero de eso no te quiero platicar, porque de eso no se trata este escrito; y porque eso, si bien no está completamente olvidado, ya está medianamente enterrado.


Durante el último accidente, y en medio del dolor, el representante de la aseguradora me recomendó dos talleres a los cuales podría llevar el coche. Elegí el que me pareció más serio y formal, pero que también era el que quedaba más lejos de mi casa. Con la cajuela destrozada, cerrada a fuerza de nudos muy apretados en piolas larguísimas, partimos mis fieles acompañantes de siempre y yo a dejar nuestro maltrecho automóvil.


Dejar algo a lo que le has tomado tanto cariño (no por lo que costó, sino por sus años de fiel servicio) a un lugar tan lejano de donde vives, es similar a dejar un chiquillo en la escuela el primer día de clase. Solo que, a este chiquillo, hecho de metal, cables y mucha fibra de vidrio, ni le importaba, ni idea tenía de dónde los estábamos dejando. Pero quienes lo dejamos, sí, y por ello teníamos otro nudito en la garganta, casi tan apretado como los de la piola que mantenía la cajuela cerrada, pero que también se fue desanudando poco a poco.


Cuando finalmente fuimos a dejar el coche al mentado taller, mi hija, mi hijo y tu servidora, muy aventados tomamos la decisión de regresarnos a pie. Esta es, si te ha tocado caminar largas distancias a tu ritmo y por gusto, una experiencia entrañable. Compartir el dolor, la insolación y las conversaciones que surgen en una caminata larga, además de detenerse ya sea a comprar algún refresco, o a comer antes de llegar a la casa, es una experiencia tan grata como atesorable.


Claro que es muy diferente tomar la decisión de caminar largas distancias en un parque para dar una vuelta y admirar el paisaje, que optar por caminar en una ciudad para llegar a tu destino. Si lo primero, entonces la experiencia se vuelve, mientras va pasando el tiempo, en una muy disfrutable. Si lo segundo, lo disfrutable se va quitando, no sólo por el cansancio de caminar bajo el sol, sino por sortear los baches y las irregularidades de las banquetas que compiten perfectamente con las del arroyo vehicular.


No fueron las sinuosidades de las aceras exclusivamente las que terminaron por hartar a una familia de tres adultos, tanto como a cualquier otro ciudadano o ciudadana de la edad que sea, sino también las extravagancias en los diseños de los pasos peatonales que, supuestamente, deberían estar diseñados para brindarle seguridad y protección a los transeúntes.


La banqueta donde hace cinco minutos cabían tres personas caminando imperturbablemente, repentinamente se vuelve una tira de asfalto de cincuenta centímetros en donde cabe una sola persona, muchas veces sólo de medio lado, con el peligro de que, al estar tan cerca de la vía automovilística, se pusiera en peligro nuestra seguridad. En otro momento, en una calle altamente transitada, además, tuvimos que dejar la acera, pues el honorable sistema de aguas había hecho un hoyo que, los trabajadores, sólo contemplaban mientras se tomaban un refresco, se comían unas papas, o se echaban un sueñito.



La ciclovía en cuestión. Pero también, una rampa sumamente inapropiada...
La ciclovía en cuestión. Pero también, una rampa sumamente inapropiada...

Todo eso sin contar la inseguridad y el miedo que causa que un ciclista, o un motociclista pasen demasiado cerca, por alguna ciclovía que pareciera medianamente planeada, pero bien emboyada, delimitada y pintada, tal vez para cometer alguna fechoría. O tal vez ninguna. Nerviosa que se ha vuelto una...


En ese trayecto del que te platico, hay banquetas completas llenas de casas o negocios, pero sin UN solo árbol. 


Sin UN solo árbol...
Sin UN solo árbol...

En pocas palabras, aun con su pésima planeación, y su crecimiento en un estilo tan imparable como desordenado, esta ciudad está exclusivamente hecha para los que conducimos. No para los que caminamos.


He escuchado de mis amigos y amigas, sobre todos de quienes que son más conscientes de la necesidad de un entorno menos gris y más verde, que las ciudades de hoy son sumamente “antihumanas”, pues el desarrollo de sus calles se orienta más a los vehículos motorizados que a los individuos caminantes.


Ciertamente, las ciudades han tenido que irse adaptando a las necesidades de movilidad de los tiempos, en los que ni caminar, ni viajar en bicicleta o motocicleta, ni utilizar el transporte público es la opción para cada ciudadano o ciudadana de esta desorganizada urbe.


No voy a hablar de la imprudencia de algunos de los y las automovilistas y de muchos de los peatones que circulan por ahí, como si fueran de hule y tuvieran la vida comprada. Aun cuando yo misma me amparo bajo la excusa de ser tanto conductora como peatona, decantándome más por el rol choferil que por el de ciudadana de a pie, también me jacto de ser, si no un ejemplo del mejor comportamiento urbano, sí de ser una persona cuidadosa, ande yo en mi coche o en mis dos pies.


Blvd. González Bocanegra casi esquina con Malecón.
Blvd. González Bocanegra casi esquina con Malecón.

Y es en mis dos pies, precisamente, cuando me doy cuenta de que, aunque las ciudades crecen de acuerdo con sus necesidades automotrices, hay caminantes que también queremos gozar de una ciudad en la que, para querer llegar a nuestro destino, no tengamos que dejar la banqueta, porque ésta está llena de baches, piedras enterradas, y varillas que ya se dejan ver por entre los residuos de un cemento completamente gastado y casi destrozado.


Sin embargo, los cruces peatonales seguros, muy particularmente los puentes, son tan ignorados por los peatones, que es un milagro que sigan existiendo. Pero también es cierto que sus estructuras están tan viejas, maltrechas, y alejadas las unas de las otras, que hay gente que prefiere arriesgarse cruzando a la mitad de la cuadra. O bien, son tan inadecuadas para personas con discapacidades motoras, que cruzar en el semáforo es la única opción, con el peligro de encontrarse a algún cafre que haga caso omiso de las señalizaciones viales. Sobre todo, en esta ciudad tan gris, en donde las leyes de tránsito se consideran más un consejo que una regla…


Un puente que nadie usa, y que ha sido testigo de verdaderas tragedias...
Un puente que nadie usa, y que ha sido testigo de verdaderas tragedias...

Total, que por todos lados pierde el peatón. A veces porque no le queda de otra. Otras veces, porque se pone de pechito...


La estructura urbana de este valle está lejos de facilitar la circulación para los peregrinos de ciudad. Ciertamente, y no conformes con arriesgar la vida entre los automóviles, es muy incómodo ir sorteando, también, obstáculos hasta en las banquetas, como si no tuviéramos suficiente con los peligros del arroyo vehicular. Pero, con toda honestidad, no estoy pensando solamente en mí, a quien la rodilla ya le empieza a rechinar; o en mi prole, quienes, gracias al Que Es La Vida, todavía se pueden mover con la soltura de sus juveniles años.  Estoy, de hecho, pensando en mi papá.


Aun sin cumplir todavía los ochenta, mi papá sufre un número de achaques propios de una persona mucho mayor. Entre ellos, una rodilla destrozada, y las corvas completamente arqueadas, que no le dan para caminar, ni derecho, ni distancias, aunque sea cortas, que pudieran parecer fáciles para cualquier otro habilidoso muchacho o muchacha de su generación.


¿Tú tienes una idea de lo difícil que es llevar a un señor mayor, en su silla de ruedas, aunque sea alrededor de la cuadra? ¿Sabes el coraje que me da que las rampas para las sillas de ruedas midan lo mismo que mide el alto de la banqueta en donde se encuentran, aunque estén muy pintadas de amarillo? ¿Y que, además, las medianamente accesibles, estén bloqueadas por cualquier número de conductores inconscientes que buscaban (y encontraron) un lugar para estacionar sus vehículos, sin pensar si estorbaban o no?  ¿Te imaginas mi decepción cuando, no solo afuera de mi casa, sino incluso afuera de la clínica de seguridad social, donde el acceso y la circulación deben ser impecables, sobre todo para personas como mi papá, las aceras presenten irregularidades tales que es imposible andar sobre ellas, ya no digo a pie, sino con la silla de ruedas que ya mencionaba?


Esa rampilla se está empezando a emancipar...
Esa rampilla se está empezando a emancipar...

Lo digo y lo sostengo, aunque haya quien, seguramente, objete mi punto: esta ciudad está exclusivamente hecha para los que conducimos. No para los que caminamos. La infraestructura de este caluroso valle, como me imagino será la de cualquier otro lugar, prioriza los vehículos motorizados sobre los peatones o ciclistas.


Sí. Qué bueno que los gobiernos municipales (y este no es la excepción) se enfoquen en darles a sus ciudadanos lugares verdes, áreas de esparcimiento, o parques ecológicos para caminar como nos gusta: a nuestro ritmo y por gusto. 


Pero no son los lugares verdes de los que estoy hablando. Lugares a los que, por cierto, algunos de nosotros, sólo podemos ir en coche. Sino de las banquetas de los diversos puntos de mi desorganizada ciudad, mismas que yo misma viví de primera mano, y por mi propio pie, si sabes a lo que me refiero. Hoy también quiero enfocarme en las humildes aceras de mi popular colonia.


Quiero que veas estas otras fotos:


Esta banqueta está justo dando vuelta en la esquina...
Esta banqueta está justo dando vuelta en la esquina...

…y, para subir a ella en silla de ruedas, habría que acceder por esta "rampa"...
…y, para subir a ella en silla de ruedas, habría que acceder por esta "rampa"...

¿Tú crees que es, ya no correcto, sino justo, que tenga que bajar la silla de ruedas de las banquetas en un boulevard como del que entra y sale mi calle, tan lleno de automóviles estacionados, y tan atiborrado de conductores irresponsables, arrogantes e impulsivos que, en vez de ceder el paso, prefieren aventar el coche o sus ruidosísimas motocicletas contra los peatones y los ciclistas, como para darles una lección por no tener un vehículo motorizado?



¿Se te hace correcto que los accesos para sillas de ruedas, y otras personas con discapacidad, estén así de maltrechas, rotas e intransitables, o a veces, inexistentes? ¿Imaginas que, como "nadie las ocupa", dichos remedos de rampa estén descaradamente bloqueadas por los propietarios de los negocios, o por los conductores irresponsables que seguramente juraron que se iban a tardar “nomás un ratito”?


¡Altas y peligrosas, las condenadas banquetas!
¡Altas y peligrosas, las condenadas banquetas!

¿O que las banquetas para el resto de la población rodilla que truena o no, tengan esta altura tan descarada?


Habiendo vivido la experiencia en ambos escenarios, tanto detrás del volante como en el paso peatonal, la perspectiva al respecto de la primera experiencia cambia muy drásticamente, aun después de tantos años de dirigir un automóvil, cuando se piensa no sólo en la necesidad personal, sino en la de alguien a quien se quiere tanto.


Como dije antes, las ciudades se van desarrollando para satisfacer las necesidades vehiculares. Podemos apreciar este legado histórico en los diseños de las vialidades que priorizan la velocidad y el flujo carretero sobre la seguridad y la comodidad de los peatones jóvenes o ancianos, mujeres u hombres, ya sea que vayan a pie, o usando andadera, o muletas, o conduciendo (o empujando) una silla móvil. Además, la falta de conexión entre el flujo vehicular, las rutas peatonales, y de algunas vías ciclísticas, nos causa una sensación de alejamiento, de indiferencia y de falta de empatía entre todos aquellos que transitamos por las grotescas calles de esta demandante metrópoli. Unos en vehículo, otros caminando.


Es verdad que cada vez se reconoce cada vez más la necesidad de tener ciudades más sostenibles, pero, sobre todo, más transitables, ya sea a pie o en bicicleta. Sin embargo, ojalá también volteáramos a ver la necesidad inmediata, la que tenemos justo afuera de nuestras casas: las aceras disparejas, las inaccesibles rampas para personas con discapacidad, los complicados cruces peatonales…


Sin embargo, mi trabajo como conductora debe llevarse a cabo también con responsabilidad y prudencia. Mi compromiso también será, con todo conocimiento de causa, tratar a los peatones como a mí me gustaría que me trataran siendo yo misma una, en muchas más ocasiones de las que jamás habría imaginado.


Pero, sobre todo, parte de mi deber es luchar para contar con calles y aceras lisas y transitables, pues esto no es solo una cuestión de diseño urbano, sino un menester esencial para garantizar la seguridad, la dignidad y la accesibilidad para todos, chicos, medianos y grandes; pero en lo particular para aquellas personas con discapacidad, las personas mayores y las personas con movilidad reducida.


Cuando las vías públicas se conservan en buen estado, o se mantienen en buenas condiciones, las personas podemos movernos de manera autónoma, acceder a los servicios básicos y ser parte activa de la vida en comunidad. Que los poderes fácticos desestimen esta necesidad, crea resentimientos, edifica barreras de desigualdad, acrecienta el riesgo de lesiones, y perpetúa la exclusión social.


Hago un llamado urgente a las H. autoridades municipales: será bueno que, de vez en cuando, volteasen a ver a las colonias menos prósperas, para dotarlas de infraestructuras inclusivas y accesibles, cruces peatonales seguros, y más vegetación arbórea, que den lugar al compromiso de quienes elegimos en las urnas en aras una sociedad que busca la equidad, el respeto, el bienestar y la salud de todos sus miembros.


Una ciudadana,

Miss V

 
 
 

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