YO NO CHOQUÉ. ME CHOCARON...
- yesmissv
- Jun 20, 2024
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Mi familia, amigos, compañeros de trabajo varios, conocidos y colados, saben que los accidentes automovilísticos no me son ajenos, y que he tenido mi buena dotación de choques con los dos vehículos que he tenido hasta ahora.
Amén de un par de pájaros que he atropellado, nomás porque en vez de volar, prefirieron correr, en total, han sido cinco accidentes contra otros vehículos. De todos ellos, me confieso, yo sólo fui culpable de uno, aunque no me la creas.
A pesar de que el "yo no choqué, me chocaron", me ayuda a curarme en salud, el día que metí la pata (en el acelerador), con todo el dolor de mi corazón acepté mi responsabilidad. Ese, por cierto, fue un episodio muy amargo, de engaños y estafas, del que les contaré en otro momento.
“Lo bueno”, según me dicen mis amigos los optimistas “es que todo quedó en lo material”, lo cual, es absolutamente cierto. Aunque eso no evita que me sienta completamente desdichada por no tener mi carro ahorita; pero, muy probablemente, dentro de un mes, tampoco.
En este coche ya van tres veces que me pegan.
La primera vez, un motocicletero estúpido (que ni siquiera se gana el título de motociclista) que supuso que porque no tenía el ancho de un carro, y por no transitar por ningún carril en específico, podía pasar por donde se le pegaba la gana. Por detrás me llegó el muy miserable. Y así como llegó, se fue. Supo que al fallar completamente en su apreciación del espacio, la culpa se la iban a echar a él, y entones, cobardemente se dio a la fuga, no sin antes rematar con una patada en la puerta derecha.
La segunda, una mujer completamente obtusa que, por concentrarse más en su maldito celular que en el camino que llevaba adelante, no se dio cuenta de que yo, conductora cautelosa como me he vuelto, me detuve honestamente en la luz ámbar. Cosa que ella no hizo. También por detrás me llegó. A esa sí no le quedó más remedio que quedarse ahí, probablemente por la cantidad de testigos que había, y porque, seguramente, ella también estaba asegurada.
Y la tercera, y esperando que sea “la vencida”, fue un imbécil que supuso que podía utilizar el boulevard como su pista personal de carritos chocones, y que desde el carril de alta velocidad, sin prender direccionales, o utilizar cualquier otra señal, hizo un movimiento completamente perpendicular, atravesando desde donde estaba él, hasta el carril de baja, que era donde estaba yo, tratando de ganarme el paso para entrar al estacionamiento de un supermercado.
¿Ven? Yo no choqué. Me chocaron.
Desde mi primer choque serio, ese en el que yo fui la que provoqué el accidente, y en el que me detuvo un árbol, he procurado apegarme tanto como me ha sido posible, a las reglas de tránsito. Para que me entiendas, desde ese momento, no he tenido ni una multa por ir hecha la mocha, por pasarme un alto, por no tener luces, o por estacionarme en un lugar indebido… es más, ni por no tener la calcomanía de la verificación. Toco madera para todas las instancias. En otras palabras, modestia aparte, me he portado maravillosamente bien.
Entonces, ¿por qué me pasan estas cosas???
Ya alguien me dijo que lo mejor era manejar a la defensiva y, hasta cierto punto, con la paranoia de creer que todo el mundo estaba ahí afuera con el objetivo de chocar contra uno. Créeme que eso es lo que he procurado hacer. Pero ¿cómo va uno a adivinar el siguiente movimiento de aquel tarambana cuando no sabe usar, ya no digo los espejos retrovisores, sino las endemoniadas luces direccionales? ¿O el maldito sentido común???
En resumen, que un año haya sufrido tres accidentes de semejante tamaño, y haberme quedado sin carro, me desconcierta de tal manera, que me pongo a pensar si no será una racha de mala suerte, si alguien me hizo brujería, o si estoy pagando una deuda con la sociedad. O con el mismísimo Universo.
Ciertamente estoy muy molesta, todavía. Este inesperado revés acaba de ocurrir apenas hace unos días y, como mencioné antes, no fue mi culpa. Pero en este momento, el momento de la (cuasi) calma después de la tormenta, de la posterior reflexión, y de la consiguiente lección, me dispuse a abrir los ojos, los oídos y el corazón al mensaje de la Vida, y le hice todas estas preguntas:
¿Es este, querida Vida, un mensaje tuyo, una llamada de alerta, o la oportunidad para dar lugar a algún tipo de crecimiento personal, que todavía no interpreto del todo?
¿Acaso este incidente fue un amargo empujón con el fin de moverme a una suerte de cambio emocional, que no puedo discernir todavía?
¿Será posible que semejante contrariedad sea en realidad un reflejo de mi actual estado emocional, sugiriendo de este modo la búsqueda de claridad y paz mental?
¿Podría ser una suerte de causalidad, como una clase de causa y efecto; o un “el que la hace, la paga”; o un tipo de caprichoso destino?
¿O nomás tengo que ponerme más viva más al manejar…?
Aunque no es un consuelo, mi hija, mi hijo y yo, no fuimos los únicos que nos accidentamos ese día. Al llevar el coche al taller, había por lo menos otros seis vehículos con abolladuras y lesiones resultados de colisiones varias que sólo le duelen al propietario.
Es una señal de que, en épocas como estas, en las que el ritmo de la vida pareciera perennemente acelerado, los accidentes automovilísticos continuos pueden servir como una señal Divina para utilizar el freno de los arrebatos un poco más, y pisar el acelerador de la soberbia un poco menos. Me queda claro que cada incidencia en nuestras vidas, incluyendo los accidentes que, por inesperados y engorrosos nunca son bienvenidos, no son solamente sucesos fortuitos, sino más bien intervenciones de la Vida diseñadas para fomentar un enfoque más mesurado de nuestras vivencias del día a día.
Tampoco me quedan dudas acerca de que la Vida elige eventos de corte melodramático, como los accidentes automovilísticos, como un infausto método para estimular los desafíos personales, y curar alguna u otra herida emocional que, puede que dada su profundidad, no haya sanado del todo.
En lo personal, creo que este amargo suceso me sirve como recordatorio de que, en medio de las prisas de la vida diaria, las asperezas de los encuentros con aquellos que nos pusieron forzosamente en esta situación, y la incertidumbre que trae lo desconocido, siempre he sido una consentida del que es La Vida; pues que en mi camino haya puesto gente que, presta, me ofreció su apoyo, su ayuda y sus oraciones, es algo sumamente invaluable.
¡Gracias a los amigos que me echaron la mano!
¡Gracias a los que me enviaron mensajes de solidaridad y preocupación!
¡Gracias a los que me escucharon!
¡Gracias por los abrazos recibidos!
¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!
Y, finalmente, estoy convencida de que este pequeño trago amargo también es un llamado a escuchar a mi corazón y a mi conciencia con más frecuencia, dejándolos guiarme hacia caminos de mayor seguridad, cautela y, una vez más, de disposición.
Y repito: NO choqué. Me chocaron.
Miss V.
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