¿ENOJONA, YO?
- yesmissv
- 2 days ago
- 5 min read

El día que me dijeron que no me enojara, me enojé.
Pero eso no es nada nuevo porque siempre he sido algo enojona. Sin embargo, de un tiempo para acá, me he dado cuenta de que cada vez hay más cosas que me enojan: la moto ruidosa de mi vecino, la actitud de perdonavidas de la secretaria de cierto consultorio del seguro social; los nudos en las bolsas, imposibles de desatar, que hace la señora de la tienda; el alumno que llega, con toda desfachatez, media hora después de comenzada la clase; las mismas interminables, extravagantes, e incomprensibles bromas de mi compañero de trabajo…
También puede que sea la edad, porque allende en mi juventud, aunque tenía mi dosis de corajuda, me parecía normal que las personas mayores se enojaran de todo: la crisis, el ruido, los vagos, el pelo largo, los pantalones justados, las injusticias, el mal gobierno… Pues, qué creen? Que para allá voy que vuelo, según parece.
A pesar de los pesares, hay personas que nos enojamos por todo, incluyendo los puntos mencionados arriba, y otros tantos más. Aunque, para ser más precisa, más bien, cada uno tenemos nuestros propios detonantes, nuestros propios niveles de (control de) ira, y nuestras propias respuestas a diversas situaciones. Pero pareciera que a algunas personas, nos detona todo y, con mucho mal orgullo, nos auto calificamos de ser de “mecha corta” …
Claro que, sin importar la edad, hay personas que son más propensas al enojo, según su personalidad, sus experiencias, sus situaciones mentales y emocionales y, muy probablemente, puede que hasta su genética. Y, aunque me jacto de pertenecer a una generación tan obediente como resiliente, puede que mi tolerancia a la frustración sea más bien bajita; o que mi activa imaginación me lleve a interpretar las diversas situaciones enojosas como amenazas que, para empezar, puede que ni existan.
Pese a que la gente tiene la ira a flor de piel cada vez más, dadas las circunstancias sociales, emocionales, u otras, no hay nadie en este vasto y sobrepoblado planeta, ni siquiera aquellos que son toda bondad y dulzura, que no haya experimentado, aunque sea una vez, algo de enojo. Pues, si hasta El mismísimo Hijo del Hombre, con todo y la eterna e incomprensible bondad de su corazón, les tiró las mesas y corrió a los mercaderes de la Casa de Su Padre, con mucho enojo (pero claro que fue una ira justa, no alimentada por perjuicios personales o perversidad), ¿qué se puede esperar de nosotros, unos hijos de vecino cualquiera?
Cierto. Independientemente de nuestros grados de virtud (o de perversión) la mayoría de las personas experimentamos ira en algún momento de nuestras vidas. Algunas personas, a veces, podemos controlarnos, tragarnos el coraje, aunque después ahí lo estemos somatizando. Pero para otras, la ira se descontrola de tal manera que, aunque no cause afecciones orgánicas posteriores, puede llegar a causar complicaciones relacionales, laborales e, incluso, legales.
Aunque el enojo es una emoción tan normal y tan saludable como cualquier otra que hay en el vasto abanico de sentimientos que me fueron otorgados genéticamente, las personas creemos que, por el bien de nuestros espíritus, lo mejor es estar tan contentos como vacas lecheras, por tanto tiempo, como nos sea posible.
Supongo que esto se debe al miedo que da enfrentarse a la ira o a la agresión de algún enojón al que no le gusta que lo provoquen pero al que, en turno, sí le gusta provocar. Lo malo es que, a veces, puede que el provocador sea uno…
Pero sábelo bien: aun con el autorreconocimiento de mis propios enojos, y mi lucha interna por controlar mi cara y mi lengua, ni todos los que sentimos enojo somos agresivos, ni todos los que llegan a actuar de manera agresiva están, necesariamente, enojados. Pudiera ser que, en ocasiones, las personas nos comportemos agresivamente porque nos sentimos asustados o amenazados. O como expresé en un escrito anterior, celosos. O tal vez sólo estoy justificando mi propia irritación.
En el camino de la convalecencia emocional, puedo decir orgullosamente que soy capaz de regular mis enojos con mucha más facilidad que antes. Pero no completamente. Todavía hay momentos, palabras (o falta de ellas), y una que otra acción por parte de los demás (y a veces, de mí misma) que tienen a mi paciencia pendiendo de un hilo, tan delgado, que me obligo a mí misma a volver a tejerlo, a cada rato, para engrosarlo.
¿Serán los poderes fácticos con su indiferencia y su obvio desdén por los que menos tienen los que me mueven al enojo incontrolable? ¿Podría ser la falta de humanidad de aquellos que hacen de los cuerpos y de las almas de otros su fuente de placer cruel y egoísta lo que me tiene al borde del colapso? ¿Acaso será la falta de compromiso de tantos estudiantes que se presentan a las aulas nada más para estar ahí de cuerpo presente lo que me irrita tanto? ¿Tendrá algo que ver con mi constante irritación que cada vez menos personas piensen en la seguridad, la tranquilidad y la paz de los demás?
Quiero avanzar por este camino como una persona más crítica que criticona; pero, mal ocurre algo, mis pensamientos van más a lo segundo que a lo primero. Y luego, cuando me dejo llevar, pienso en escenarios, a veces apocalípticos, a veces brutales, que ponen a mi conciencia en estado de alerta. Pero creo que para mi subconsciente ya es demasiado tarde…
Y por mucho que haya dicho “desborradas”, o que haya gritado “cancelado”, ninguna de estas palabras me ayudaron a calmar el encono que muchas veces llegué a sentir por tanto y por tantos, por tanto tiempo.
Hoy en día, puedo decir con mucho conocimiento de causa que, de no haber sido por la intervención de un experto en las artes de la cura emocional; un buen trabajo de auto ayuda, sin las plegarias correctas, dichas con el corazón; pero sobre todo, de no haber sido por el verdadero deseo de crecer y dejar atrás el viejo “yo”, la energía que se fue acumulando en mi corazón terminó por hacerlo explotar, y su almacenada purulencia también terminó por salir, irremediablemente, en forma de horribles y fétidas palabras que, como dije antes, me trajeron problemas serios de salud física, mental, emocional. Familiar.
Por eso, después de tantos años de caminar en esta dimensión tan maravillosa como misteriosa, cuando alguien que se cree un rayito de sol me dice: “No se enoje, miss. ¡Siempre tiene que estar feliz!”, en vez de alterarme hasta el punto de no regreso, y guturar entre dientes que no me digan qué sentir, he optado por reconocer mi sentimiento desde su raíz, y darle el valor que tiene dentro de la gama de sentimientos que me conforman. “Y, ¿por qué no debo enojarme (chamaco baboso)?”
Luego con toda la calma de la que puedo echar mano, simplemente digo que enojarse de vez en cuando, de manera positiva y fortalecedora, si se me permite la expresión, es una manera en la que la mente reconoce que alguien está siendo injusto, abusivo, o que está traspasando los límites físicos, emocionales, o morales de alguien.
"Esperemos que mantengas la alegría cuando te diga que no alcanzas a librar el semestre. O que tu némesis le está haciendo ojitos a tu novia..."
Estimados y estimadas, no está mal sentir enojo. El enojo justo y con causa es una señal benéfica, favorable y efectiva de que vamos acercándonos al camino de la sanación emocional. Pero, como siempre, eso sólo lo creo yo...
Enojada porque tengo hambre,
Miss V.
Comments