top of page
Search

“NO SE ENOJE, MISS…”

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Mar 31, 2023
  • 7 min read

Qué fea costumbre esa de algunas personas de recomendarte, sin que se les hayas pedido ninguna recomendación, que hagas algo que no tienes la más mínima intención de hacer. Nomás porque no hay ningún motivo para hacerlo, o simplemente porque no se nos pega la gana.


No me refiero a recomendaciones que abonan a nuestro bienestar o a nuestro crecimiento, y que incluso, aunque no se pidieron, pudieran llegar a agradecerse. Me refiero a otras menos placenteras, que no tengo intenciones de agradecer en absoluto.


Recomendaciones como la de sonreír, por ejemplo.


Así se acercó a tu servidora, un día hace unos seis o siete años, un profesor que sólo conocía de vista, no de nombre, y que seguramente me conocía de la misma manera. Después de un sonriente “Buenas tardes. Noches ya…” de su parte, y de un medio sonriente, pero no por ello menos amargo “buenas noches” de la mía (no por gacha, sino porque estaba muy atareadita) el profe seguramente creyó que un buen rompehielos era continuar con “Oiga. Tiene qué sonreír más”.


Primero, no sé quién eres.


Segundo, no sé qué clase darás, profesor; pero como maestro, deberías saber que, revisando tareas y entregas, no sólo es imposible sonreír, sino no llorar.


Las tripas se me hicieron nudo, mis fosas nasales se abrieron al doble de su tamaño natural, suspiré utilizando todo el aire que me cupo en los pulmones, y, con toda la amabilidad que pude manejar, pero NO manifestar, le dije que, con el respeto que se merece, mis sonrisas suceden naturalmente, no porque alguien más me pide que sonría…


Y seguí en lo mío. Revisando, y calificando, y ENOJÁNDOME, por las horrorosas entregas de mis cándidos alumnos.


Tercos como son algunos, y chistositos como se creen otros, el profe remató con: “Pero, no se enoje, miss. Hay que estar alegres…”


Primero, no sé qué quieres.


Segundo, te reto, maestro, a que te pongas a revisar las actividades de mis alumnos y me digas si, después de revisar, puedes permanecer alegre, o por lo menos conservar las ganas de vivir.


Mis tripas se empezaron a agarrar a golpes, mis fosas nasales casi me desconocieron, expelí humo por las orejas, y casi sin mi cortesía característica, pero con toda la civilidad que pude manejar, pero no manifestar, le pedí que, con el respeto que se merece, a mí nadie puede decirme qué sentir, sólo porque se le da la gana pedirlo…

Y seguí en lo mío. Revisando, y calificando y ENOJÁNDOME, por el absurdo intercambio de palabras entre el profe y yo.


Testarudos como son algunos, e ingeniosos como se creen otros, el profe concluyó con: “Pues cada quién siente lo que quiere, ¿verdad…? ¡Ja, ja, ja!”


Sí, como yo ahorita, que siento ganas de írmele a la yugular, profe.


Amigos y amigas. Valga mencionar que eso pasó hace muchos años, por lo que hoy me jacto de haber crecido en sabiduría y paciencia, y he tenido mucho tiempo para observar, cavilar, reírme, y/o volverme a enojar (aunque menos) acerca del asunto, desde entonces.


No era la primera vez que alguien me “pedía” que sonriera, ni ha sido la última. Y las razones han sido muchas: que porque las mujeres nos vemos más bonitas cuando sonreímos; porque sonreír nos ayuda a sentirnos mejor; porque sonreír reduce el estrés, porque sonreír nos hace más accesibles, y no sé qué más…


Pero tampoco era la primera vez que alguien me pedía que no me enojara, ni ha sido la última. Y los motivos han sido variados: que porque las mujeres nos vemos muy feas cuando nos enojamos; porque enojarse nos pone en un estado defensivo e insoportable; porque enojarse causa arrugas; porque enojarse nos vuelve menos accesibles, y no sé qué más…


Después, yo creo que, para darme en la cabezota, celebrando su indiscutible triunfo sobre mi desagradable muina, el pediche, que era un nefasto optimista insufrible, remataba con: “¡Hay que estar felices siempre!”


¿Cómo dijo?

¿Hay que estar felices siempre? ¿SIEMPRE??

¿Por qué??


¿De dónde sacamos la idea de que para ser más auténticos y hermosos tenemos que estar siempre felices, eufóricos, y seguros de nosotros mismos?


Ciertamente, yo no creo que haya nada de malo en ser feliz, y sí mucho de bueno. Pero, con este abanico de sentimientos con el que nos dotaron, tal vez genéticamente desde antes de nacer, tal vez socialmente desde nuestra relación con los demás, estar perennemente felices es casi lo mismo que estar perennemente enojados.

O sea, hay un desaprovecho de sentimientos.


Cuando nos dicen que la felicidad es el camino y no el destino, no sé qué pensar, pues personalmente lo siento un poco unidimensional y estereotipado. Pero, claro. Eso lo siento sólo yo, pues lo veo como un limitante de la expresión de los muchos otros sentimientos que, de acuerdo con los capítulos vividos en la historia personal de cada uno, quieren salir.


O deben.


Tu opinión tal vez sea otra…


Por supuesto que creo que, además de la felicidad, que debería estar más presente en nuestras vidas, el camino está hecho de más emociones, incluyendo el del enojo (entre otros, claro está), y que hacen de cada camino la ajada senda de la prueba y el error, la desgastada ruta del aprendizaje consciente o inconsciente; y de la debilitada vía de la experiencia pedida o no, que necesitamos para llegar a los diferentes destinos (no sólo a uno) del que el camino individual, amén de los muchos cruces que tiene, está constituido.


¡Claro que quiero la felicidad! ¡Claro que la busco! ¿Quién no?


Pero tampoco creo que busquemos de manera deliberada el enojo. Por lo menos no la mayoría de nosotros…


El enojo, como lo he visto y vivido durante toda mi vida, es un estado emocional intenso que nos fuerza a dar una incómoda respuesta (oral o no) a cualquier tipo de hostilidad, en la que nuestra seguridad, nuestra felicidad, o nuestra calma, esté en juego. Pero también creo que el enojo es, a veces, hasta necesario pues, aunque es una emoción que antagoniza a la que nos han enseñado, guiado, u obligado a sentir desde antaño, es una manera en la que el cerebro y nuestro corazón establecen límites, nos informan acerca del peligro, y nos ayudan a descargar nuestras frustraciones cuando éstas nos sobrepasan.


Y cuando nos sobrepasan, como tantas veces nos pasó, nos ha pasado, y seguramente nos pasará, casi inconscientemente bajamos los brazos, casi instintivamente nos domina el desgano, y casi inocentemente lagrimeamos y nos lamentamos, resultado de la impotencia y la incapacidad de ver la luz al final de un túnel tan largo, tan lúgubre, y tan lamentable, que finalmente terminamos por rendirnos completamente.


Y cuando, como la guía y docente que soy, son mis propios alumnos los que me dicen “no se enoje, miss”, casi inmediatamente después de haberse comportado como niños de primaria, y no como los futuros profesionistas que son, mis tripas se empiezan a agarrar a golpes, mis fosas nasales casi me desconocen, y acabo expeliendo humo por las orejas.


Entonces les pregunto: “¿Cómo? ¿Tú nunca te enojas?” Y, chistositos como son, me contestan: “No, miss. Hay que estar siempre felices…” respuesta cuyo contenido ni siquiera compromete sus sentimientos, pues el “hay que estar siempre felices” no significa “YO estoy siempre feliz”.


Bueno, jovenazo. Entonces no le molestará que le diga que sus calificaciones (súper reprobatorias, por cierto) lo mandaron a recurso. Y que, para suerte de usted (que no mía) nos vamos a volver a encontrar el siguiente semestre. O que su picantísimo némesis, su acérrimo rival, está coqueteando, abiertamente, con su noviecilla. Misma que no le hace el feo al rival, pero sí que le hace ojitos…


No se enoje, joven. Hay qué estar siempre felices…


¿Acaso soy una enojona empedernida justificando sus iras? ¿O se me olvida que soy una mortal más, y que, como el ser convencional que soy, es común sentirme también insegura, asustada, y enojada? ¿Y no sólo incesantemente feliz?


¿Será que, Incluso, estoy en el rumbo correcto al reconocer que todas mis emociones tienen cabida (y puntual desahogo), sin pretender manipular mi enojo, o convencerlo para que se convierta en algo que, en ese momento, no es?


Puede ser. Pero, aunque también me jacto de ser optimista por naturaleza, eso no significa que los sentimientos que trae el optimismo, sean los únicos que esté obligada a sentir, para beneplácito propio, o de los demás.


Pero, tal vez, y sólo tal vez, aquellos inexpertos púberes, casi tanto como el “experimentado” profesor metiche de hace algunos años, aunque parecen completamente satisfechos con su vida, tan ideal y sublime, lleven una pena inconfesable debajo de su perpetua sonrisa.


O tal vez, no.


Eso sólo ellos lo saben.


Pero, tal vez, y sólo tal vez, estos incipientes chiquillos, entre otros muchos adultos “extremadamente felices” que me he encontrado en el camino, aunque pregonen completa felicidad a cada paso, tan bien pensado y planeado, carguen un dolor infame que disfrazan de alegres muecas.


O tal vez, no.


Eso sólo ellos lo saben.


Pero, tal vez, y sólo tal vez, esos risueños y encantadores rayitos de sol, que insisten en querer dar lecciones de felicidad, no se han detenido a pensar que la felicidad continua no es necesariamente realista, sino una versión ficticia de la vida real. Y que las personas a las que buscan aleccionar, también llevan una pena inconfesable y cargan un dolor infame que, a diferencia de ellos, no pueden (ni quieren) ocultar.


O tal vez, no.


Eso sólo ellos lo saben.


Por mi parte, reconozco que es tan natural sentirse feliz y festivo, y querer contagiar a todo el mundo con nuestra alegría, como tan natural es sentirse inseguro o indeciso y, a veces, querer acurrucarse en la cama en posición fetal.


También el enojo, la tristeza, la decepción, entre otros sentimientos de los que no nos gusta hablar, necesitan ser aceptados, comprendidos y, aunque los dichosos no quieran, expresados. Pues, en turno, a nosotros también nos tocará, intencionalmente o no, ser de esos despreocupados que aparentan ser (o que de veras son) unos rayitos de sol, para otros a quienes les hace falta una luz en el oscuro camino del disgusto y la pena. Ojalá que temporalmente…


Entonces…


No me pidas que “no me enoje” cuando las cosas no me salen como quiero, a pesar de haber puesto en ellas mi mejor empeño o mi mayor dedicación. O mi más profundo deseo.

No me pidas que “no me enoje” cuando veo a tantos jóvenes adultos despedazados por su pasado o desligados de su presente. O completamente despreocupados por su futuro.

No me pidas que “no me enoje” cuando hay gente que intenta transgredir mi seguridad emocional, mental, espiritual o física, con burlas o humillaciones. O peticiones absurdas.


No me pidas que “no me enoje”, porque, conociendo mi corazón, mi enojo no subsistirá más de lo estrictamente necesario, pues intentaré ir detrás de la felicidad en cada paso o en cada acción. O en cada momento que me sea posible.


Con felicidad,

Miss V.

 
 
 

コメント


© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

Join my mailing list

bottom of page