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Y ME ESTOY QUEDANDO SIN DIENTES

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • May 29
  • 7 min read


No sé si te haya pasado, o si lo has notado, pero hay épocas en las que uno sueña mucho. Más que de costumbre. Aunque he escuchado de boca de los que saben que siempre soñamos, aunque no necesariamente siempre recordemos nuestros sueños, yo he vivido temporadas de sueños tan continuos y tan vívidos, que los recuerdos de mi vida de vigilia llegan a confundirse con las irrealidades de mi descanso nocturno.


Las fantasías propias del sueño nos han fascinado tanto y de tal manera, que hasta la Biblia habla de un soñador experto en interpretar los sueños. Y, aun así, el resto de las personas, en aquellos tiempos y en estos, no hemos logrado comprender su propósito, aunque a veces creamos que sean reflejo de nuestros deseos o nuestros miedos. O no sean reflejo de nada, y nada más ocurran por ocurrir.


En alguna de mis muchas búsquedas informales al respecto de cualquier cosa, leí que los sueños, aun sin saber su causa u objetivo, nos ayudan a lidiar con ciertas emociones, solucionar algunos problemas o gestionar otros tantos deseos que, por íntimos, no pueden contársele a cualquiera. Ni tampoco tomarse a la ligera.


Independientemente del legendariamente premonitorio sueño Bíblico de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas (tipo de sueños que, por cierto tuve sólo una vez), he soñado con mucha frecuencia que estoy en ropa interior, o sin zapatos, delante de mucha gente, misma a la que no parece importarle mi parcial desnudez, pero que a mí me causa mucha amargura.


Una breve y muy superficial investigación en el buscador más chipocludo de Internet, me dijo que soñar que uno está en calzones, y aparte se siente uno avergonzado por semejante despliegue, entonces es muestra de que preferimos ocultar nuestros verdaderos sentimientos, nuestras diarias actitudes, y otros hábitos u opiniones.


Ahora bien, soñar que anda uno descalzo quiere decir, según una página “experta” en la interpretación de los sueños, que uno carece de autoestima, confianza y dinero. O bien, significa que tenemos una actitud alegre y despreocupada, y que, sabiéndolo, nada nos acongoja.


Si sí o si no, vayan ustedes a saber.


Ahora bien. Aunque mis sueños han sido muy variados, jamás en la vida he soñado, como tantas otras personas que lo han soñado, que se me caen los dientes. Pero también me di a la tarea de investigar. Y resulta que, si en nuestro letargo nocturno soñamos que hemos perdido algún incisivo, canino o molar, esto puede significar falta de confianza en uno mismo, y vergüenza de que otros conozcan nuestros defectos. Ahora, si se actúa con calma en el sueño, esto podría revelar que, aquel que se está quedando chimuelo, puede sacar el máximo provecho de cualquier situación, superando con éxito las situaciones más desfavorables.


Bueno. Está de más decir que no sólo en los sueños, sino hasta en nuestra vida diaria, los dientes juegan un papel importante en lo que respecta a la presencia e imagen de cualquier individuo. Pero incluso, como bien lo dice la supuesta interpretación, a nivel personal, pues claro que una buena dentadura ayuda, en gran medida, a tener autoconfianza.


Y de eso, de la falta de autoconfianza debido a una dentadura antiestética, yo conozco muy bien. Desde muy chica, tu servidora siempre sufrió de situaciones dentales extremas. Para empezar, a muy corta edad, tenía algunos de mis dientes de leche completamente podridos. ¿Cómo fue posible que pasara esto? ¿Mis papás me daban mucha azúcar? ¿Tomé biberón por mucho tiempo? Probablemente. Pero mi única preocupación verdadera era que, estando tan amarillos, casi cafés, el ratón de los dientes no los fuera a querer, y no me fuera a dar dinero por ellos.


Una vez perdidos todos esos dientes (aunque muy bien remunerados) llegó otro inconveniente. Mis pobres incisivos, tal vez temerosos de ser extraídos como los otros dientes ya cadáveres, se rehusaban a bajar. Y por un buen tiempo tuve en mis encías un hueco enorme por el que salía el agua, la sopa, y otros líquidos y no tan líquidos. Otra preocupación tuve aquí: me daba miedo quedarme tan sin dientes, que me fuera yo a parecer a Pedro, el amigo de Heidi, la niña de las montañas, con dos dientes nada más. Uno a cada lado de la boca:


Pedro, el chimuelo...
Pedro, el chimuelo...

Afortunadamente, eso nunca pasó. Bastó una sencilla operación para obligar a esos reacios dientes a salir para tener la colección completa… pero ¿te imaginas a una niña de siete años con unos dientes tan grandes y cuadrados como los de una señora? Fui la burla de mis compañeros y compañeras de escuela. Estoy segura de que hasta de mis maestras. “Pareces conejo” o “pareces ratón”, fueron algunos de los calificativos que los otros, con su brutalidad infantil, utilizaban al verme con semejantes dientes frontales.  


Ocupando mucho más espacio que el que les correspondía originalmente, estos dientes se encargaron de hacer destrozos en mis otras piezas, causando que, por ahí de los doce años, tuviera que sufrir que un colmillo se montara sobre mis incisivos laterales. Pero eso no era todo: mis dientes inferiores empezaron a sufrir también semejantes deformidades que, hasta el sol de hoy, si acaso se me ocurriera morder a alguien, no podría salirme con la mía, pues el FBI me atraparía inmediatamente.  

¿Qué? ¿Acaso esto nunca se va a acabar??


Seguramente muchas personas que han tenido la misma malas suerte dental que yo, y que hayan tenido que (no necesariamente querido) ir con el dentista, entenderán el sentimiento de odio que se gesta contra tales médicos, sus consultorios, el torturante sonido de las fresas, el amargo sabor de la anestesia, y las pestilencias que se huelen ahí, y que lo predisponen a uno para toda la vida.


Las odiosas visitas al odontólogo suelen responder a una serie de malestares bucales, tales como alguna caries, una rotura, cierta infección, o cualquier otra cosa. El dentista, al observar cualquiera de estos feos síntomas, procederá a intervenir la pieza dañada de manera quirúrgica, obturando la caries, sacando un molde para un diente nuevo, o extrayéndolo completamente.


Pero estas maravillosas maniobras, aunque no por ello menos incómodas, parecen no siempre abordar el problema desde su origen, pues pueden llegar a repetirse en el mismo diente, cambiar de pieza, o provocar problemas en otras partes de nuestro organismo. Obvio. Cada parte de nosotros está, maravillosamente, interconectada; y ninguna parte de nuestro cuerpo es independiente, ni desconoce las otras partes, pues todas están unidas y pertenecen a él.


Y cada una de esas partes, tampoco pueden estar despegadas del espíritu, la mente y las emociones personales, puesto que nuestros cuerpos y nuestras almas son un todo. Cada una de estas situaciones emocionales, llámese tensión, angustia, pena o cualquier otra, se han manifestado físicamente. Se somatizan. Y esta somatización me han causado síntomas físicos tan inexplicables e inesperados, que aparentemente nada tienen que ver con el problema raíz.


Mi cuerpo, como supongo será el cuerpo de cada ser humano de este desgastado planeta, reacciona de manera dañina a las emociones negativas causando contracturas que vienen de la nada, jaquecas que salen de no sé dónde, molestias estomacales que surgen de cualquier cosa. Y, obviamente, problemas dentales que, aparentemente, nada tienen que ver con nada que haya estado padeciendo. 


La mujer con el nombre de diosa romana, de la que ya te había platicado en otros escritos, me contó (palabras más, palabras menos) que los dientes no son sólo la carta de presentación personal en una situación social, laboral, u otra. Tampoco se reducen a ser la puerta de entrada a nuestro sistema digestivo, sino que pueden ser también el acceso hacia un trabajo de profunda transformación en lo emocional y lo espiritual.


Nuestros preciados huesecillos funcionan también como ecuánimes testigos, retenedores de nuestra energía emocional, muchas veces contenida, otras veces honesta, pero casi siempre desfigurada. Y, siendo una de las materias más densas de nuestro cuerpo, nuestros piños trabajan como un imán sobre la energía emocional cuando esta, en vez de dejarse ir, se contiene.


Y ahora me pregunto, ¿Qué historia física, emocional o, incluso, espiritual, revelan mis problemas dentales? ¿Desde cuándo? Pues ¿acaso no solemos, casi siempre, apretar los dientes cuando estamos sufriendo alguna contrariedad emocional? ¿O cuando queremos decir algo, pero sabeos que no debemos? ¿Y luego, acaso no procedemos a sonreír, mostrando la dentadura (o parte de ella) como si nada? ¿Y si no fuera en la boca, en dónde se habrían reflejado?


Ciertamente, frenar las emociones es un método, a veces aprendido, de supervivencia. Casi en cualquier situación que me represente un peligro emocional, y hasta físico, tiendo a guardar mis emociones en un lugar seguro, mientras tomo una decisión al respecto de qué hacer para salir lo menos herida posible.  


Esta mujer también me dijo que los lastres emocionales pueden llegar a acumularse por tanto tiempo, casi años, que la energía que se almacena puede influir incluso en el ADN que se trasfiere a las generaciones siguientes, si no la soltamos primero.


Ciertamente, los dientes son una parte muy vulnerable en cuanto a acopio de energía se refiere, pero no todas las personas almacenan sus pesares o sus conflictos emocionales o espirituales en su dentadura, sino en otras partes del cuerpo. Hoy, yo hablo de los dientes, no porque este escrito sea un comercialote dental. Sino que es una diatriba en la que quiero expresar cómo perder los dientes, para mí, ha tenido un significado más que físico.  


Lo único que me queda, y a todos aquellos que sufrimos del mismo dolor que traen los problemas dentales crónicos, es abordar de raíz mis proyecciones emocionales, o mis influencias ontológicas, para que mis dientes, y mi espíritu, pueden finalmente sanar.


Mira. Para no hacer este escrito más largo, te platico que cada día decido (aunque a veces no lo logre) afrontar las contrariedades de la vida con abundante honestidad, y mucha caridad para conmigo misma. Cuando reconozca mis emociones, y busque la ayuda necesaria para desarrollar tácticas sanas de trabajo personal, será cuando pueda conocerme realmente y liberar, de una vez por todas, la presión interna.


Esta posición madura y sensata no sólo salvaguardará mi confianza, sino que, esperanzadoramente, también me llevará al camino de la felicidad verdadera, misma que está fundada en el sensatez, la sinceridad y la harmonía personal.


La verdadera felicidad no surge de evitar el dolor, sino de transformarlo con valentía y cuidado. Y, cuando sea posible, sonreír, a pesar de mi dentadura.


Sacando cita con la dentista,

Miss V.

 
 
 

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