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No sé si te esté pasando a ti, pero estos días me he sentido algo extraña. No creo que sea cansancio, aunque puede haber algo de eso. Desconozco si sea fastidio, aunque puede ser una señal. ¿Cansancio de qué, o fastidio de qué, exactamente? Y ¿señal de qué? Sólo Dios lo sabe. Tal vez sea el clima, la carga de trabajo, la edad… o todo junto.
Con esta sensación tan presente, un día le dije a un amigo mío que, a pesar de que el magisterio me gustaba mucho, y que era lo único que sabía hacer en la vida, porque era lo único que había hecho desde siempre, de pronto me habían dado ganas de hacer algo diferente. A ciencia cierta qué, no sé, porque no sé hacer nada. Yo sólo soy maestra.
No sé si mi amigo me entendió, o si nada más me tiró a Lucas, pues sus palabras fueron tan genéricas como la manera en la que me miraba. Normalmente él no es así, entonces quiero suponer que ambos estamos adoleciendo del mismo cansancio o del mismo fastidio, resultado del el clima, la carga de trabajo, la edad… o todo junto.
Regresando a lo anterior, realmente quiero decir que, no es que sólo sepa hacer una cosa. Empíricamente sé hacer muchas cosas, casi todas artísticas, y casi todas a base de viejas clases, constante práctica y uno que otro secreto tutorial. O sea, no creas que todo fue ciencia infusa, aunque me he vuelto un tipo de autodidacta, aplicando la vieja técnica del “echando a perder se aprende”. Pero ninguna de esas muchas cosas tiene un sustento que les dé el crédito profesional que se merecen, pues por mucho que lo que haga esté bien hecho, o que yo crea que esté bien hecho, no hay un papel escolar de respaldo, como lo requieren las academias y los fijaditos de hoy.
Sí me entiendes, ¿verdad?
En algún momento, cuando mi exceso de trabajo en la docencia estaba en su punto máximo, punto muy parecido a lo que he estado sintiendo estos días, que se han vuelto agonizantes semanas, quise empezar con lo que hoy llamamos un “emprendimiento”, haciendo una que otra artística minucia. Para empezar.
Este emprendimiento, por supuesto, debería planearse para ser un trabajo secundario. Por ningún motivo, Dios me libre, debería ser mi trabajo principal. mi confianza no llegaba (todavía) al grado de dejarlo todo y empezar de cero. Mucho menos a mi edad.
Mis ganas de cambiar no han terminado, pero hay días en los que me dan ganas de tirar la toalla y hacer algo totalmente nuevo, nada más para ver qué pasa. Sin embargo, mis deseos también han encontrado un freno en el exceso de trabajo. O tal vez, en la falta de deseo por la aventura; o en las excusas que mi consciente, no mi subconsciente, me arroja en el camino, y que se vuelven obstáculos a los que, honestamente, ni siquiera quiero ver, mucho menos acercármeles.
No me gusta presumir, amigos y amigas, pero honestamente, inspiración sí tengo. Mucha. creatividad, también. Otro tanto. Y las ideas fluyen tan rápido y tan desesperadamente, que mis cuadernos, mi teléfono, y mi computadora, están llenas de listas de qué es lo que sigue hacer. Lo que no fluye con tanta soltura es el tiempo y, a veces, las ganas para hacer lo que quisiera hacer con la desfachatez de alguien que no tiene qué preocuparse por pagar las cuentas a final de cada mes.
Todavía puedo encontrar a la musa perfecta. Todavía puedo confiar en las artimañas de mi imaginación. Todavía tengo ganas de hacer las cosas. Todavía lo estoy planeando. Todavía puedo convertirme en una humilde “aspiracionista” más.
Esto del aspiracionismo me da escalofríos. La palabra “aspiracionista” en sí misma me hace tener sentimientos encontrados, pues sé que esta palabra fue creada como un coloquialismo que apunta, claramente, a ridiculizar a aquél que ose llamarse a sí mismo, o a sí misma, un soñador.
Atacar a un soñador con el calificativo de “aspiracionista” se remonta a hace unos años, en medio de la gestión de un pseudo dirigente fantoche, cuya idea de crecer sólo aplica para él y para aquellos que viven de chuparle la sangre. Todo esto a la luz de su necia opinión acerca de los grupos clasemedieros, grupo en el que ni de chiste me encuentro, y de quienes dijo son “aspiracionistas (término que él utilizó para ofender) sin escrúpulos morales”.
Se habrá mordido la lengua…
Para él, los “aspiracionistas” son personas individualistas, lamebotas de la derecha, monstruos egoístas que sólo buscan encaramarse a “los de arriba”, a quienes les tiene pavor, para volverse inescrupulosos e inmorales partidarios de la premisa de que “el que no transa, no avanza”. Continuó su desvarío diciendo que, aquellos que aspiran algo mejor apoyan (o tal vez apoyamos) la corruptibilidad de los gobiernos.
Y remató enseñando el cobre diciendo que había que sacar a millones de mexicanos de la pobreza para colocarlos en la riqueza, pero “sin la mentalidad egoísta (que tienen los ricos), con la doctrina del humanismo (de la que carecen los pudientes), una clase media fraterna (como nunca serán los acaudalados), no individualizada (como obviamente son los de arriba), que eso es lo que hizo la política neoliberal”.
Bueno…
Yo creo, sin embargo, que el aspiracionismo es un vocablo que desvirtúa, y hasta se burla de aquellos que tienen aspiraciones. Y ambas, a pesar de sus nimias diferencias, más que un modo de vida, son condiciones actitudinales. Aunque el dirigente que mencioné arriba lo utiliza para dirigirse despectivamente a aquellos que, según él, sólo buscan el tener por tener, y al que reduce su aspiracionismo sólo al privilegio de poseer lo más que se pueda, y no a trabajar para mejorar, obviamente también olvida que, algunos de los más prestigiosos magnates comenzaron también haciendo eso mismo: teniendo aspiraciones. O “aspiracionando”.
O tal vez lo recuerda muy bien, y por eso lo menciona.
Él mismo lo ha hecho también. Pero claro, ha elegido olvidarlo. Y aplicarlo a conveniencia…
Con todo lo anterior, no quisiera que, a aquellos que buscamos crecer en muchos aspectos de la vida, sigamos recibiendo el mote de “aspiracionistas”, pues quienes la usan, se han dado a la tarea de convertirla en un sinónimo de egoísta. Pero a falta de una palabra mejor, por el momento, seguiré haciendo uso de ella…
Ahora bien, ¿ser aspiracionista es forzosamente un pensamiento egoísta? ¿Ser aspiracionista no es lo mismo que tener aspiraciones? ¿Las aspiraciones debe darse en relación con lo que otros veo en otros? El “quiero ser como ellos”, pero “no quiero ser como estos otros” ¿es el verdadero aliciente de mi superación? ¿Busco acaso desconectarme de los menos beneficiados, y “encaramarme” en las altas esferas capitalistas? ¿Sólo se puede salir adelante si se es aspiracionista? ¿Sólo se puede salir adelante si se tienen aspiraciones?
Y, hablando de “salir adelante”, aún habrá quien siga burlándose de este término y lo utilice contra aquellos que buscan agrandar la casa, comprar un auto mejor, tener más de dos pares de zapatos, pues salir adelante significa distanciarse del “montón” quienes, por falta de talento, ambición u oportunidades, se estancan en donde se sienten cómodos. O en donde no pueden (no porque no quieran) salir.
Sin embargo, el aspiracionismo pareciera relacionado con adquirir bienes materiales únicamente. Tener aspiraciones, por otro lado, se liga a una variedad de intereses personales: obtener un documento Universitario, a algún otro estudio Superior; abandonar un mal hábito, perfeccionar alguna técnica artística; todo con el objetivo de mejorar la “calidad de vida”. Sí. Pero también la calidad emocional. O hasta la mental.
Quienes tenemos aspiraciones somos soñadores. Fantaseamos con una vida mejor. Y, para aquellos que nos jactamos de ser creativos, es muy fácil soñar y fantasear. Y, hasta cierto punto, soñar y fantasear no le hacen daño a nadie, excepto tal vez, al que sueña y fantasea. Pero también los aspiracionistas pueden hacerlo.
Para muchos, especialmente para los detractores del aspiracionismo, ésta es una clase de actitud autónoma y egoísta, pues suponen que, salir del atolladero mental, físico, emocional o espiritual, siempre será necesario compararse con otros e, incluso, crecer a costa de otros. Pero ellos, tal vez muy limitadamente, no puedan ver que las personas que tenemos aspiraciones, tenemos la justa ambición de desarrollar nuestras muchas aptitudes y talentos como seres humanos, pues han decidido juzgar al aspiracionismo en una dimensión única, la cual es mayormente económica. Aunque nos digan “aspiracionistas”.
¿El deseo de crecer es individual? Ciertamente. Tanto como son los sueños, las fantasías y la decisión de crecer. Pero ¿no es eso acaso lo que todos anhelamos? ¿Aún los detractores del aspiracionismo? ¿Aun los que tienen aspiraciones? ¿No es eso acaso el principio de un objetivo que pudiera volverse colectivo? ¿No pueden más de dos tener un mismo sueño y trabajar juntos para cumplirlo? ¿No han empezado de esa manera las grandes obras sociales? Y acaso las grandes empresas que buscan el bien común ¡no comenzaron siendo el sueño de UNO solo?
Pocos son los que nacen con la virtud de buscar el crecimiento personal sin usar al prójimo de escalón. Hay quienes vamos adquiriendo esa virtud en el camino, a base de observar, comparar, seguir algún ejemplo.
Luchar.
En mi entorno familiar, se le da al estudio un valor muy superior al del dinero, por citar algún ejemplo. Como uno de los grandes propósitos en la vida, y con la apocalíptica premisa de que los estudios son “lo único con lo que vas a contar si llegases a perderlo todo”, se nos inculcaba siempre aspirar a la calificación máxima otorgada en la escuela, pues una buena boleta de calificaciones, debería traer efectos secundarios muy agradables. Muy aspiracionistas.
No siempre resultó así…
Sin embargo, entre mucha de mi parentela que se ajusta perfecto a este perfil, mi tía es un ejemplo clarísimo. No obstante haber nacido en el seno de una familia con recursos económicos casi inexistentes, logró estudiar una maestría y hasta un doctorado, que le valieron, no sólo la admiración y el respeto de propios y extraños, sino también la búsqueda del bien común, no sólo en su entorno familiar, sino también en su entorno social.
Creo que el malentendido de llamar aspiracionistas a todo aquél o aquella que tengamos aspiraciones en la vida, radica en quién lo dijo por primera vez, y su intención arrogante y desdeñadora. Quiso burlarse de aquellos que tenemos sueños y fantasías, y nos redujo a ser unos meros aspiracionistas, más preocupados por tener por tener, poseer lo más que se pueda, y no a trabajar para mejorar.
Existe una clase de discordancia entre los dos términos que, desde mi muy humilde punto de vista, son exactamente lo mismo, pero que hay quienes lo han utilizado para llevar a cabo una mordaz aspiración personal. Si por buscar disminuir la pobreza (incluyendo la propia) a base de tener ambiciones; si por querer ser reconocida por mis aspiraciones legítimas; si por buscar mejorar en los aspectos personales, familiares, sociales, lo laborales y hasta espirituales, voy a ser llamada aspiracionista, ni modo.
Que así sea.
Una humilde aspiracionista, que tiene muchas aspiraciones.
Miss V.
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