EL TRISTE CASO DE UN TAL JOHNNY
- yesmissv
- Aug 5
- 5 min read

Después de una pausa de poco más de un mes, ganando más experiencia en mi exhaustivo campo de trabajo, quise regresar a escribir cosas tan bonitas y tan extendidas como le fuera posible a mi inspirado corazón irme dictando.
Sin embargo, el siguiente escrito será más bien breve y no tan bello, pues el tema del que trata, aunque terminado, ya lo he penado, platicado y pensado lo suficiente. Sólo hacía falta la presente catarsis como último suspiro para cerrar otro capítulo más en mi vida de maestra.
Heme aquí.
Si eres docente, como tu servidora, sabrás que, por lo menos cada seis meses, y sin importar el nivel en donde impartamos clase, tendemos a conocer gente nueva. Esta gente, por cierto, es cada vez más joven y cada vez menos capaz de actuar por sí misma; cada vez menos dispuesta a trabajar en su psique y cada vez más chantajista.
Si no eres docente, pues ahora ya lo sabes.
A lo largo de un curso cualquiera, sobre todo cuando a nuestros bienquistos alumnos no les están resultando bien sus tácticas de trabajar lo menos posible, pero aun así, a ver si pueden sacar un diez, algunos de ellos quieren jugar contra nosotros, sus profesores, la carta de la discriminación, del favoritismo, y hasta del viejo “mi maestra me trae de bajada”, apostándolo todo, a ver si pega. Si no logran lo que quieren de sus docentes, algunos otros son capaces de amenazarte con acusarte con las autoridades escolares, demandarte y/o, si bien te va, avisarte que te van a calificar con cero en la evaluación docente. Otros, al ver que no pueden doblegarte, son hasta capaces de chantajearte con argumentos extremos y lágrimas, a veces medio cocodrilescas.
Tal es el triste caso de un tal “Johnny”.
Lo que ocurrió con Johnny, a quien llamaré así por ser este un caso fresquísimo, me llega más profundamente que otros tantos que he vivido. Tal vez porque sea el más reciente. Tal vez porque creo que no va a ser el último. Tal vez porque es una señal cósmico-intrínseca de que mi amor por el magisterio se está transformando. Yo que sé.
Johnny, quizá viéndose abrumado por el nivel de la clase que supera por mucho al suyo, decidió hacer uso de un último (y muy prohibido) recurso para salir airoso de una entrega importante. Johnny decidió hacer trampa. Una trampa que, por ser tan descarada, no tenía cabida para ningún tipo de excusas. Pero Johnny se deshizo en ellas, argumentando, jurando y asegurando que la entrega había sido honesta. Aun con la prueba en la mano, Johnny no aceptaba su culpa. Cada vez que hablaba, Johnny iba hundiéndose más en una nueva serie de falsos enredos, que lo llevaron hasta las lágrimas. Esas que te mencionaba. Las cocodrilescas.
Sé que Johnny no es un mal muchacho. Sólo estaba desesperado. Y deseoso de pasar su materia. Como todos. Pero eso no lo exime de su culpa. Hasta aquellos desfachatados que nos catalogamos sin humildad como "buenos" podemos hacer trampa, de vez en cuando, con toda alevosía y ventaja.
Johnny tampoco es un alumno brillante ni sensato. Su propia hermana lo sabe pues, el día en que ocurrió la experiencia que le da vida a este escrito, irrumpiendo en mi clase en línea en medio de una discusión que tu servidora sostenía con Johnny, y autodenominándose su “abogada”, tuvo que salir en auxilio (auxilio muy mal argumentado, por cierto) de su hermano menor cuando, atrapado en su propia red personal de mentiras, el joven ya no pudo defenderse solo. Ni mucho que hubiera podido. O querido.
Fue casi obvio para tu servidora que su familia también lo demerita pues, cuando su hermana entró en su vulgar defensa sin decir “agua va”, Johnny, asustado, casi desapareció de cuadro, arrinconándose, incapaz de mirar a su maestra o a su hermana. Incapaz de defenderse por sí mismo. Incapaz de aventurar una palabra que no fuera rápidamente acallada por su hermana. Qué triste.
Pero Johnny no necesitaba defensa. Porque no es un alumno de preparatoria. Mucho menos de secundaria. Johnny es un estudiante en una prestigiosísima Universidad de negocios que requiere alumnos empoderados que, además de ser impulsores de progreso, sean también honestos y socialmente responsables.
Johnny, en este caso en particular, falló en ambos.
Sé perfectamente, como les dije a mis alumnos en clase un día, que todos quieren acreditar su materia a como dé lugar. A nadie nos gusta tropezar (o reprobar). Y dos veces, y con la misma piedra, menos. Pero, como decía mi abuelita, lo que de noche se hace, a la mañana aparece. O sea, lo que se haga a escondidas, lo que se logre con trampas, o lo que se obtenga mintiendo, regresará a carcomernos el alma y la conciencia. O la boleta de calificaciones. Y el dolor emocional que eso causa, tarda mucho en desaparecer. Eso lo sé, y lo sé por haberlo vivido. Bendita experiencia. Pero claro, nadie experimentamos en cabeza ajena. Ellos, ni experiencia tienen, todavía. Por lo menos, no en lides laborales y morales que tienen verdadera trascendencia para su futuro. Y sus conciencias…
No creas esto una cacería de brujas. No elegí a Johnny sólo porque fue de mi capricho. Alumnos como él, he tenido muchos. Más de los que quisiera. Hablo de Johnny porque fue él (y su hermana) el último que me puso otra vez en el cometido de tener que dar explicaciones de lo que no debo darlas, sólo porque es lo que me forma: mi trabajo íntegro como docente; mi formación valoral como persona; mi decisión consciente como parte de una institución que aboga por la honestidad; y mi revolucionada integridad al decir que no, cuando en otras épocas me hubiera hecho de la vista gorda con tal de no meterme en problemas.
Mis grupos están cada vez más llenos de Johnnys incapaces de responder por sí mismos, y de enfrentar las consecuencias de sus acciones. Johnnys a los que sus papás, mamás, hermanos mayores o cuidadores creen tan inútiles que, en nombre del amor y de la protección, tienen que llegar al extremo de defenderlos a toda costa, mientras cada Johnny calla y observa. Y se esconde. En su intento de proteger a su "Johnny", ya sea que se asuman o no como sus "abogados", los reacios protectores no se dan cuenta de que, al intervenir abiertamente en su defensa, terminan restándoles responsabilidad, privándolos de la oportunidad de demostrar su valor e, incluso, minimizando su presencia y su dignidad. Justo como ocurrió con Johnny.
Y no queremos profesionistas así.
Hace tiempo, un caso como este me hubiera quitado el sueño por muchas semanas, y hasta meses. Después de años incluso, al recordarlo, hubiera revivido el feo sentimiento, resultado de la infeliz situación. Y me hubiera enojado de nuevo como si hubiera sido la primera vez. Ciertamente, este episodio de mi historia magiterial está fresco. Pero hoy, esta catarsis me significa el cierre definitivo para que mi alma y mi conciencia descansen, seguras de que hice lo que debí haber hecho: lo correcto. Lo honesto. Lo socialmente responsable.
Si no, que mi conciencia vuelva a reclamármelo hasta el fin de mis días.
Que Dios te cuide, “Johnny”. En donde sea que estés.
Miss V.
Comments