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BARRIOBAJEROS, BURGUESES... Y LOS DE EN MEDIO

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Dec 6
  • 8 min read
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Todo mundo sabemos que las redes sociales son como los refrigeradores: nos queda perfectamente claro que no hay nada adentro, pero lo seguimos abriendo para ver si, de milagro, hay algo nuevo.

 

Así estaba yo el domingo pasado, perdiendo mi tiempo abriendo y cerrando las redes sociales, buscando todo y hallando nada, cuando de pronto me encontré con una noticia de esas que los periódicos insisten en pintar de amarillo: una mujer había volcado su flamante y carísimo automóvil dentro del mismo fraccionamiento por donde circulaba, un área residencial en donde, aparentemente, sólo puede vivir la crème de la crème de nuestra maltratada ciudad.

 

Como es costumbre en noticias de esta envergadura, los comentarios estuvieron plagados de alocuciones de “expertos” que, con sólo ver la imagen, supieron que pasó, supusieron por qué, y se alegraron de la suerte de una persona que, al parecer, tiene (o tenía) un automóvil que la mayoría de la gente no puede (podemos) comprar.

 

No hubo comentario que no calara o resonara: desde personas que desearon que, ojalá, no le hubiera pasado nada; y los que se burlaron porque, obvio, “es mujer”; hasta a los que les hubiera gustado que se muriera, para ver si se le quita lo presumido. Desde aquellos que con bastante sensatez clamaron que un accidente de esa naturaleza le puede ocurrir a cualquiera; y aquellos que recomendaban a cualquiera que los quisiera leer, tener cuidado al conducir; hasta aquellos que, con mucha amargura en sus palabras, se alegraron de la mala suerte de una “riquilla”.

 

Entre los muchos comentarios en la nota, una mujer justificaba el accidente diciendo:


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Otro dijo:


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Uno más, agregaba:


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A este último, alguien le contestó:


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Y, de entre otros tantos comentarios, uno más dijo:


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El periódico en cuestión, mostraba las generalidades del hecho sin entrar en detalles, mencionando en el encabezado que la conductora “había perdido el control de la camioneta”, que se desconocían las causas, pero que éstas estaban ya bajo investigación.

 

Sin embargo, aquellos con el poder de opinar, y hacerlo sin reservas, fueron implacables, pues los comentarios de resentimiento superaron, por mucho, a los compasivos.

 

Ahí te va otro ejemplo: en otra ocasión, mucho antes del accidente del que te acabo de platicar, también me tocó leer cómo se gestaron feas discusiones, cargadas de insultos y hasta amenazas de muerte, contra quienes defendían o atacaban a los alumnos de una institución, famosa por tener más de noventa años de tradición en la ciudad, y ser una escuela a donde acuden los hijos e hijas de aquellos que conforman la clase más pudiente de este atolondrado terruño.

 

Sí. Los alumnos y alumnas habían mostrado un comportamiento terrible al ignorar por completo las estrictas indicaciones de quedarse en casa y no hacer reuniones durante las oscuras épocas de la última pandemia. Los comentarios eran un verdadero campo de batalla. Por un lado, había términos tan sofisticados como “nepotismo” y “arbitrariedad”, y otros tan populacheros como “hijos de papi” o “mirreyes” que se revolvían y se hacían nudo con las expresiones espetadas por aquellos que se habían liado en una contienda obtenida de a gratis, resultado de la prepotencia de un bando y/o del resentimiento del otro:


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Esta carnicería léxica que llevaba mucho rencor en cada palabra, avivó el fuego de tal manera, que el periódico se vio obligado a bajar la nota antes de que hubiera transcurrido siquiera una hora de su publicación.

 

Pero estas historias no son nuevas. Siempre que entran en juego las diferencias socioeconómicas, inevitablemente también se presentan puntos de vista opuestos, a veces tan extremos, que lo único que tienen en común es que nadie muestra la más mínima compasión, y lanzan comentarios harto venenosos en contra de cualquiera, incluso si la persona fue víctima fatal de una volcadura.  Aunque la volcadura no haya sido su culpa. Y más aún si la víctima pertenece a una clase social diferente a la de quien opina.

 

Pero, como es mi costumbre en escritos de esta clase, pido tu comprensión, pues no es mi afán atacar a una clase u otra. Más bien, es puntualizar cómo, el resentimiento de aquellos que tienen menos contra aquellos que tienen más, se ha ido acrecentando con el tiempo. Y creo que tanto tú como yo sabemos que esto ha ocurrido así por muchos, muchos años, ciertamente gracias a la creciente falta de amor propio y a la escasez de empatía. Pero sobre todo, gracias a que ciertos poderes fácticos se encargaron de dividirnos en dos extremos ultrapolarizados, “chairos” y “fifís”, hace más de seis años.

 

Valdría la pena mencionar que también estamos los que (creemos que) nos encontramos en medio, y que, aunque económicamente nos decantemos más hacia el lado de los que tienen menos, pero que tampoco nos libramos de las críticas por ser unos viles “cuasi clasemedieros aspiracionistas”, con ganas de trabajar y salir adelante, o por nuestra tibieza económico-social, también nos encontramos en una suerte de encrucijada moral que, muchos de nosotros, llevamos clavada en el alma, históricamente hablando.

 

Creo que, si bien, pobres (por nombrarles de alguna manera) siempre ha habido, hoy más que nunca el resentimiento hacia los ricos (por llamarles de algún modo) resulta de la suma de un número de elementos misceláneos, incluyendo, pero no limitado a, factores políticos, psicológicos, sociales y culturales. Estos mentados factores, al interactuar, según la domesticación, las ideologías y los resentimientos de cada individuo, producen la amargura que se observa con mucha más frecuencia (y con muchas faltas de ortografía, por cierto), en lugares tan aparentemente equitativos/libres como los comentarios en las redes sociales.

 

Pero también es cierto: cada vez vemos más gente, como politiquillos barriobajeros, aviadores de oficinas públicas, o exporros venidos a más, muchos con ínfulas y apetito de nuevos burgueses, hacerse, no medianamente ricos, sino extremadamente millonarios, a costa de las carencias y las múltiples necesidades de las clases trabajadoras, y de las no tan trabajadoras. A nadie nos gusta ver a personas que engordan sus bolsillos y sus numerosas cuentas bancarias, mientras cada vez hay más carestía en los niveles del fondo. Obviamente, eso se percibe (no sólo entre las clases bajas, sino hasta en las de arriba y en las de en medio) como una soberana injusticia y pérdida del sentido de comunidad. Lógicamente, a raíz de esta avaricia del poder, existirá un resentimiento que dure, tal vez, por muchas generaciones.

 

Por otro lado, también están quienes, ya sea por haber heredado riqueza sin dilapidarla, o por haber nacido en un entorno más privilegiado que el de otros, o porque construyeron su patrimonio a base de trabajo, buenas decisiones y/o un poco de suerte, generan entre quienes nunca heredaremos terrenos o propiedades, una suerte de irritación que nos lleva a dirigir nuestro resentimiento contra la “burguesía”, sin detenernos a pensar de manera sensata cómo fue que cada persona llegó a ocupar el estrado social en el que se encuentra. Pues para muchos de nosotros, según lo que escuchábamos en nuestros diversos entornos familiares, los ricos obtuvieron sus fortunas a la mala, con trampas, y aprovechándose de los que menos tienen. Efectivamente en todos lados se cuecen habas, pero ni todos los ricos son malos, ni todos los pobres son buenos.

 

Y, por ello, la gente prefiere lanzar comentarios burlones, así como los dirigidos a la mujer que había volcado su lujoso automóvil (de la que nadie sabe nada realmente), para ocultar la rabia que trae la injusticia social.

 

¿Qué? ¿apoco crees que aquel fulano que criticó al “lambiscón” al que le regalaron el coche, aún con su acérrimo rencor, obvio disfraz de su envidia, no quiere que le regalen uno igual? o, por lo menos, ¿no crees que no desearía tener un estilo de vida similar al de la accidentada? Bueno, antes del accidente… Casi estoy escuchando sus palabras: “pobre pero honrado”; o bien: “yo soy una persona con dignidad, no me rebajo a lambisconear a nadie”...

 

Como digas.

 

Pero ¿acaso existirá un punto medio, tal vez un tanto utópico, en el que todos los escalafones sociales convivan armoniosamente, y sus miembros luchemos por un bien común? ¿Será posible que exista un lugar de justicia para todos, en las que barriobajeros, burgueses, y los de en medio, coincidamos de manera solidaria, compatible, casi hermanable? ¿Podrá ser que esa lucha tenga buen inicio, independientemente de la generación a la que pertenezcamos?

 

Sí. Existe.

 

Y está comenzando a gestarse.

 

Si nos importa la libertad de expresión, la verdadera justicia, y el derecho de tener seguridad a donde quiera que vayamos.

 

Si las organizaciones gubernamentales, comenzando por el poder ejecutivo, deja de burlarse del pueblo, propone políticas y pone en práctica acciones que verdaderamente salvaguarden el tan cacareado bienestar del que han hecho una corrompida bandera.

 

Si comprendemos que ya no es válido seguir culpando a los poderes fácticos quienes, como mencioné antes, se encargaron de dividirnos en dos extremos ultrapolarizados, “chairos” y “fifís”, hace más de seis años.

 

En la actualidad, el poder político se encuentra concentrado, más que nunca antes, en el partido en el gobierno que, aferrado, con estúpida y ciega terquedad, se auto enaltece por su “izquierdismo” pero que rechaza todo lo que medianamente le suene a “derecha”, aunque en ello se vaya la salud, la dignidad y la justicia para el pueblo. Esto ha generado una enorme pérdida de confianza entre muchas instituciones civiles, entre empresas de todas las tallas, pero también entre nosotros, los ciudadanos de a pie. Y somos éstos últimos, las personas que, independientemente de nuestro nivel socioeconómico, hemos quedado reducidos a ostentar un papel de observadores mudos, casi decorativos, frente a las arbitrarias decisiones que se toman, a veces de manera descaradamente abierta, mientras que problemas como la corrupción y la impunidad continúan debilitando la credibilidad del sistema.

 

Y, si nos pronunciamos a favor de la libertad ideológica, sin ninguna inclinación  partidista; a favor de la seguridad de los individuos, sin ningún interés político; a favor del respeto del gobierno por el que (no todos) votamos; entonces tampoco debe haber una división de quienes tienen más o de quienes poseen menos, pues como ciudadanos merecemos justicia equitativa en todos los aspectos.

 

No queremos sus falaces “elecciones populares”; ni sus insolentes, mediocres y burdas excusas para no protegernos; no queremos su rencor histórico contra quienes nos “conquistaron” en 1519. Tampoco queremos elefantes blancos disfrazados de "mega farmacias", que no tienen nada ni de una cosa, ni de la otra; ni queremos que prediquen el socialismo, pero que vivan como jeques árabes; ni queremos que culpen a las administraciones anteriores por su inutilidad actual.

 

Lo que queremos es que la persona que está a frente del país deje de arrojarnos balones con tanto beneplácito, cuando lo que necesitamos son medicinas; que deje de lanzarnos sonrisas de condescendencia, cuando sus palabras son veneno, y las comisuras de su bocagritan indiferencia; que deje de fingir que en el país de “no pasa nada”, no pasa nada, cuando pasa todo, gracias a su ceguera selectiva y a la permisividad que traen sus peligrosos y descarados nexos.

 

Ya estamos cansados de años de promesas incumplidas, decisiones turbias y un gobierno que ha dejado de mirar a quienes lo sostienen, pero de quien se aprovechan sin miramientos. Hemos comenzado a levantar la voz con una fuerza que no es la de siempre. No es solo frustración: es la convicción profunda de que merecemos algo mejor. Cada injusticia, cada acto de corrupción y cada muestra de soberbia del poder han ido alimentando un cansancio que ya no se oculta ni se silencia. Sin embargo, este hartazgo no se traduce en resignación; por el contrario, se convierte en un impulso renovado para organizarse, participar y recuperar los espacios que los ciudadanos nunca debimos haber perdido, pero que nos arrebataron.

 

Creo firmemente, como clasemediera aspiracionista, con una mezcla de barriobajera y comportamiento de burguesa, que lo que está por venir no es, ni siquiera, una batalla violenta. Es más bien una lucha cívica, consciente y constante. Una lucha que nace del compromiso de barriobajeros, burgueses y los que estamos en medio, de transformar nuestro entorno y de exigir, con dignidad y firmeza, la responsabilidad del poder en turno para lograr un futuro distinto. Hoy más que nunca, el pueblo, llámense barriobajeros, burgueses o los de en medio, entendemos que el cambio real comienza desde abajo, desde la voluntad colectiva de quienes ya no aceptan ser espectadores. Y así, con cansancio en el alma pero determinación en el corazón, se anuncia el inicio de un camino que busca recuperar la justicia, la transparencia y la esperanza que nos merecemos.

 

Insurrectamente,

Miss V.

 
 
 

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