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¿TÚ SI PUEDES CREER QUE HE CAMBIADO?

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Jan 9, 2022
  • 5 min read

Estos días, como en algunos otros me ha pasado (tal vez por ser una consentida del que es la Vida) me sentí especialmente bendecida y favorecida: Un nuevo trabajo que me significa un paso adelante en lo laboral, en lo personal, y en lo espiritual, dio la pauta para que, algunas personas muy queridas y otras tantas, muy amadas, me llenaran el corazón con sus palabras de aliento, tan llenas de tal cariño, que el corazón se desbordó de afecto, y tuvo que desahogarse en forma de agua que se escapó por los ojos.

Tanto amor y tanta deferencia pueden ponerlo a uno en un estado de elación, que de pronto, puede uno llegar a sentir un dejo de altivez o de soberbia que lo ponen a uno a flotar.


Y, efectivamente. Allí estábamos mi ego y yo, flotando muy cerquita del techo, cuando mi conciencia, tan recatada y certera, desde abajo, nos aventó un recuerdo, nomás para bajarnos: un día pre-pandemia, hace como dos años, recibí un mensaje por la más Famosa red social, por parte de una exalumna.


Para muchos profesores, los mensajes de exalumnos y exalumnas de antaño, significan un recuerdo nostálgico de tiempos que no regresarán, pero que afortunada, o desafortunadamente, permanecerán por mucho tiempo en la memoria.


Sin embargo, el mensaje que recibí no era de cariño, sino de reproche.


En ese momento, mi ego y yo, dimos el azotón...


Ella, en su mensaje, me dijo que tal vez no la recordara, y que aprovechaba ese medio para decirme que sufrió mucho por mi causa: específicamente, por las ofensas que proferí contra su cara redondita, roja, y pecosa; por su cuerpo juvenil, pero regordete; y por el blanquísimo color de su piel. Que todo lo que yo, sin tocarme el corazón le dije, la llevó a casi querer desaparecer; a sentirse una persona fea; a pasar, incluso, por un quirófano, y a recibir muchos años de terapia. Me recomendó también que tuviera cuidado con mis palabras, porque como maestra, era mi deber cuidarlas, ya que no conocía que el alcance de ellas podría destrozar la vida de otras personas más vulnerables.


Por supuesto que contesté su mensaje, más para justificarme, que para pedir algún tipo de indulto, pues en dicho mensaje yo le decía que, aunque no me creyera, yo tenía muy pocos recuerdos de esos tiempos; que yo, en pleno uso de mis facultades, y con el corazón en la mano, no recordaba haberla ofendido; pero que si ella afirmaba que yo la había lastimado, entonces debía ser verdad que lo hice, y que por ello le pedía una disculpa con todo mi corazón.

Le dije también que todos hemos sufrido, de alguna u otra manera, una suerte de persecución (o acoso) por parte de muchos profesores, y que, aunque eso "casi" no es un argumento exculpatorio en lo absoluto, tampoco debe detener nuestro avance hacia una conciencia limpia y a un espíritu sano, por ambas partes (la del perseguido y la del perseguidor) y que, por ende, la terapia, de la que también he recibido muchas horas, es una tabla salvadora para muchos a quienes el pasado (o el presente) nos atormenta (o atormentaba) y no nos deja vivir en el aquí y el ahora.

Finalmente le dije (palabras más, palabras menos) que me daba gusto que, por medio de sus muchos años de terapia, estuviera viviendo un nuevo despertar, que la ayudara a deshacerse de sus conflictos pasados, entre ellos, yo; pues todos, ella, yo misma, y cualquiera que tenga la voluntad de hacerlo, puede buscar la mejora en el actuar, el pensar, el creer, y el amar.


Y así, en mi continuo crecer y disminuir, en mi frecuente aprender y desaprender, y en mi constante ir y venir por esta vida y, finalmente, en mi navegación personal por el contenido del mensaje recibido, me fui dando cuenta de muchas cosas, pero que resumo en cuatro, a mi parecer las más importantes, al respecto de situaciones como ésta:

  • La primera, que uno no siempre recuerda lo dicho, porque lo dicho fue dicho sin conciencia plena, lo que no justifica que se haya dicho de una manera hiriente y sin amor.

  • La segunda, que siempre estaremos, desde nuestra infancia más temprana, rodeados de gente que hable en contra de nuestra seguridad, actúe en contra de nuestra integridad, y/o nos robe la tranquilidad, tanto física como espiritual y mentalmente.

  • La tercera, que aun con la turbulencia de mi pasado, y aun conociendo al causante de mi turbulencia (que puede ser cualquiera, incluso yo misma), mi sanación comienza con la aceptación y el perdón (que puede ser a cualquiera, incluso a mí misma).

  • Y la cuarta, y creo yo, la más trascendental: que no importa cuánto hayamos avanzado en el camino, no importa cuánto hayamos aprendido de la vida, no importa cuánto hayamos cambiado para bien, siempre habrá alguien que no le dé crédito ni a nuestro crecimiento, ni a la evolución de nuestra mente y nuestras emociones, y siga midiéndonos con la vara del pasado, y juzgándonos por las actitudes o los errores de ayer, por lo que, a sus ojos, como yo a los de ella, siempre seremos unos tiranos, sin deseos de cambiar o de crecer, causando dolor a diestra y siniestra y, tal vez, regocijándonos ante ello...

Yo prefiero pensar que, porque tal vez no me conozca en el hoy, ella siga creyendo que mis palabras, mis acciones, y hasta mis pensamientos, siguen siendo los mismos de ayer: brutalmente descuidados, intencionalmente crueles, e inmaduramente avasalladores. No es mi cometido principal buscar físicamente a las personas de mi pasado, para pedirles perdón por las acciones que no recuerdo haber hecho. Sería imposible. Esa es la tarea espiritual de hoy, que me invita a hacer y a decir las cosas con plena conciencia de mis actos.


Sin embargo, sí es mi obligación usar mi palabra con amor, con oportunidad y con verdad, ahora que ya conozco su alcance, pero no sólo como maestra, como mi exalumna lo dijo. Sino como la persona que aún no ha dejado de viajar (y por ende, de aprender) en este hermoso, pero efímero, plano.


Mi obligación también es llevar a mi mente, mi espíritu, mi corazón y mi conciencia a un crecimiento y transformación plenos.

Mi obligación también es dejar de culpar al pasado de lo que ocurra en mi presente, lo cual es muy cómodo y me orilla a la victimización: lo que no tuve, o lo que no se me dió (por cualquier motivo) es mi obligación superarlo y/o conseguirlo, como la adulta (cuasi) funcional que soy hoy.

Mi obligación también es reflejarme en la vida, en el quehacer, y en el corazón de los demás, utilizando las palabras adecuadas, realizando las acciones oportunas, creciendo en la identificación de las necesidades ajenas, y actuando con el amor y el cuidado con el que me gustaría ser tratada.


Ésto, para nada garantiza la igualdad de sentimientos, ni la igualdad en el trato, pero sí garantiza el crecimiento personal y la apertura de la conciencia; y, al hacer las paces con mi pasado, llegar a ser consciente de mi presente, para abrazar con esperanza el futuro.


Con optimismo,

Miss V.

 
 
 

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