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TU MUERTE TAMBIÉN ME AFECTA

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Nov 8, 2019
  • 3 min read


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Que te hayan asesinado, ¿lo tenías merecido? No importa si eras un niño. La conexión familiar que tenías, conexión que seguramente tú no elegiste, te trajo este drástico final.


A la sombra de mi indolente indiferencia, y protegida bajo el manto agujerado de la libertad de expresión, utilizado sólo a mi mordaz conveniencia (o sea, de mi para el mundo, y no del mundo contra mi frágil ego), ¿tengo derecho a hacer comentarios de odio y desprecio contra la vida humana? ¿O contra cualquier tipo de vida?


Los muchos juegos que se eligen jugar en la vida, traen siempre resultantes, aunque no necesariamente siempre en relación con el juego que estemos jugando en ese momento. Por ejemplo: se puede jugar el juego del amor intenso y la entrega desinteresada, y que al final, nos paguen con traición. Mala resultante, sin proporción con la manera de jugar (habrá que revisar las reglas…). Pero si vas a jugar a ser cruel, la primera convidada en llegar a jugar contigo, será la violencia. Si mueres tú, tal vez sí lo tenías merecido. Era tu juego. Reglas revisadas, o no. Pero, si por ello muere quien amas, y quien amas no pidió estar en tu juego, ¿debería ser causa de alegría para mí? ¿debería declarar sin pensar que, por proximidad, se lo ganaron? ¿Debo regodearme en el dolor ajeno, aunque el dolor sea resultado del azar?


Si mi falta de empatía no me permite adolecerme del sufrimiento de otros, por lo menos debería tener consideración por una pena que no es mía, y quedarme callada. Pero no puedo. Porque si me falta una, casi de manera natural, me falta también la otra.


Pero no quiero. Porque aduciendo a la libertad de expresión antes mencionada, tengo el derecho a decir, pero no quiero que me digan. Porque pretendo ser reflejo de otros, pero no pretendo reflejarme en nadie. Porque se me antoja dar lecciones de vida, pero no acepto que nadie me dé lecciones a mí. Porque se me olvida, también a comodidad, que los derechos, tanto como los deberes, son bipartitas.


Estas dobles particiones, sin embargo, no tienen nada que ver con la derecha o la izquierda, ni son de su exclusividad, tanto como debieran ser cuestiones de manifiesta humanidad. Es decir, nos pertenecen a todos. A la gente. Si, aunque no te conozca, tu muerte no me afecta, entonces, ¿qué sí? El sentimiento de venganza, y de “dar donde más duela”, entonces ha superado las más básicas sensibilidades de mi humanidad.


Decir la verdad, por más brutal que ésta sea, siempre causará ardor en los que quisiéramos escuchar mentiras piadosas. Y aunque efectivamente vivimos en una época en la que nos estamos volviendo de cristal, también nos estamos convirtiendo en un ciego amalgamamiento de pensamientos sin empatía, con corazones de piedra, y reacciones viscerales apenas justificables.


Toda muerte temprana, la física, la espiritual, la mental, son pérdidas irreparables de cuerpos destruidos, de almas ajadas, o de voluntades rotas, que pudieron haber aventajado en vida hacia su propia redención. O ser un impulso en la de otros.


La frialdad del corazón ¿la tenemos bien ganada? No importa que antes, nosotros también, hayamos sido niños. Nuestra relación con la vida, relación que sí elegimos, ¿nos trajo este drástico final?


Pero, nuestra relación personal con la vida, conlleva necesariamente a una relación con todas las vidas que se gestan, se desarrollan, y se consumen en este efímero plano. No somos entes siempre independientes, sin necesitar de otros, sin amar a otros, sin sentir por otros. Entones, la música de despedida, ¿Quién la siente?; el llanto del adiós, ¿Quién lo llora?; las campanas… ¿Por quién suenan?


“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?

¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?

¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?

¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.

Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,

como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad;

por eso, nunca preguntes por quién suenan las campanas; suenan por ti.”

John Donne


Con humanidad,

Miss V.

 
 
 

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