¿TENER HIJ@S, O NO TENERL@S?
- yesmissv
- May 25, 2023
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Desde que tengo uso de razón, en las pláticas que escuchaba entre los adultos, y muy específicamente entre las mujeres de mi tribu, ellas, y muchos de los hombres que pertenecen a dicha tribu, se comentaba que las niñas casi deberíamos, no sólo elegir, sino ambicionar el objetivo de formar una familia y ser mamás. Pues, obviamente, después del bello y bendecido sacramento del matrimonio, los hijos son una consecuencia lógica, y casi obligada.
Cuando uno crece en tribus tan enraizadas en las enseñanzas de los viejos, y a la vez tan celosamente fervorosas como la mía, y sin más enseñanzas que las recibidas por los adultos del clan, cuyas ideas eran iguales a las de otros adultos de su época, incluyendo a las monjas que eran mis maestras, yo siempre pensé que sí, que eso era lo que yo tenía qué hacer: casarme y tener hijos, como mi mamá, y mis abuelas y, seguramente, todas las demás mujeres que las/nos antecedieron.
Aun cuando mis tías no se casaron nunca, y tampoco tuvieron descendencia, absolutamente por elección, a diferencia de mi mamá, jamás se me hubiera ocurrido que abrazar la soltería, y adoptar la no-maternidad como estilos de vida eran una alternativa completamente plausible, pero arriesgada. Pues, también es cierto que, aunque antaño, mujeres como mis tías, guapas por dentro y por fuera, libres de ataduras conyugales, y sin las preocupaciones que traen los hijos e hijas, tuvieron que padecer el ser catalogadas como "solteronas", por no querer casarse, y egoístas, por no querer hijos, ellas nunca se dejaron sofocar por el estigma de su situación “diferente” en una época diferente.
Así como iba la historia, o como yo creía que debía de ir, también me casé, y también tuve una hija y un hijo. Eso era lo que se esperaba de mí. O era lo que yo creía que se esperaba de mí. Nadie me preguntó si quería casarme o tener hijos, o no, porque yo también lo elegí libremente. Pero tampoco pasó por mi cabeza el hecho de que eso podría ser distinto, aún con el ejemplo de mis tías.
Por favor, no quiero que me malinterpretes. Por supuesto que amo a mi hija y a mi hijo y, si tuviera la oportunidad de poder repetir mi historia, al respecto de ellos, no cambiaría absolutamente nada.
Nada, dije.
Pero, como en toda transformación que se da en este plano, la evolución de la vida y las ideas van abriéndose paso, rompiendo los estigmas, las formas, y las ideologías del pasado, pese a la reticencia de las generaciones que nos preceden. Porque, aunque no me lo creas, a pesar de haber sido siempre una mujer muy obediente de las reglas de su clan, también he vivido (y he aprendido a vivir), aun a mi edad, algunos muy necesarios momentos de insubordinación.
Una de esas magistrales transformaciones, pertenecientes casi exclusivamente a las más recientes generaciones, es la de oponerse, conscientemente, a la maternidad y a la paternidad. No a la de los demás. A la suya propia. Mi hijo y mi hija, son un claro ejemplo. Pues, a pesar de haber recibido una educación por parte de individuos con historias variadas, apegados más a la tradicional ejecución de las normas establecidas por la tribu, que a la liberadas ideologías de aquél que ha soportado los estigmas de no llevar una vida “como Dios manda”, y vivido para contarlo, mis adorados descendientes han dejado muy claro que, de las muchas cosas que quieren, los hijos no son una de ellas.
Lo que me recuerda a cuando yo, en mis muy soñadores años de juventud, el día que me atreví siquiera a insinuar que no quería tener hijos, las mujeres a mi alrededor, madres casi todas ellas, parecieron haberse resentido con mis palabras (más aventadas al aire por decir algo y encajar, que por ser la iniciadora de una corriente de pensamiento) y, de manera bastante cínica, me dijeron: “eso decimos todas, pero ¡míranos! ¡Súper felices con nuestros bebés! Yo, por ejemplo, no cambiaría por nada la grandísima satisfacción de ser mamá de Raulito. ¡He aprendido muchísimo con él! La verdad, aunque suene trillado, nunca había sido tan feliz. Como te digo, no cambiaría esto por nada...” seguido de una larga lista de las bondades que le habían traído a ella ser mamá de Raulito. Y a otra, la alegría que le traía ser la mamá de AnaPau y MariFer…
Si me hubieran dicho que estaba bien, que esa era mi elección, la polémica hubiera terminado ahí. Pero salir a la defensa de la maternidad cuando yo ni siquiera estaba casada, o ni siquiera tenía una vida sexual activa (es más, ni novio tenía, todavía) me pareció más que querían darme una lección por intolerante, que ofrecer una escucha que no fue ni medianamente tolerante.
Lo que me recuerda a cuando una de mis alumnas, recién estrenada en la edad adulta, un día se atrevió a declarar que ella, tal vez por querer provocar a otra de las maestras (miss que tiene cuatro hijos, por cierto), le dijo que ser mamá no era algo que ella persiguiera, con el viejo, pero no por ello menos cierto, argumento de que no era justo traer a más niños a sufrir a este mundo: “yo, ¡para nada que quiero tener hijos! Estoy feliz así como estoy. Yo no cambio por nada la libertad de no tener a quien educar, ¡porque ni estoy capacitada para eso, la verdad! Y, pues aunque suene gastado, nunca voy a tener hijos…” seguido de una larga lista de los perjuicios que podrían traerle a ella ser mamá. Y a otra alumna, los de ser esclava de niños que ni conoce…
Si la maestra en cuestión le hubiera contestado como me contestaron a mí, la polémica hubiera seguido. Pero NO salir a la defensa de la maternidad cuando alguien más ha decidido no ser madre (es más, ni casarse, siquiera) me pareció más que quisieron escucharla y comprenderla, que aleccionarla, por lo que podría haber sido una decisión que, no por no coincidir con las decisiones de otros era, necesariamente, una mala decisión.
Finalmente, como dije antes, tuve una hija y un hijo. Hecho del que NO me arrepiento en absoluto, del que también he aprendido mucho, el que tampoco cambio por nada, y que también me hace muy feliz.
Sin embargo, hoy parece haber un estira-y-afloja, y una guerra casi declarada, entre las mujeres (y hombres) que defienden con mucha convicción el ser padres y/o madres a capa y espada, y las mujeres (y hombres) que repelen, muy aguerridamente, semejante ocupación.
Entre la idealización y la estigmatización de la vida con hijos y la vida sin ellos, pareciera no haber un punto de conciliación.
Como te habrás dado cuenta, la actual perorata no gira en torno a aquellos que tienen un montón de hijos, viviendo en situaciones deplorables (para ellos reservaré otro sermón catártico) todos sin educación familiar o escolar, sin zapatos, y ya no digo que con un futuro incierto, pues, quién de nosotros sabe lo que le deparará el destino; sino niños y niñas sin un presente claro, siquiera. Por el contrario, habla de la lucha de poderes entre los padres y madres que están felices con su prole, y los hombres y mujeres, miembros de las sociedades modernas, que están felices sin descendencia.
Sociedades modernas que, por cierto, coinciden en que tener hijos (no adoptarlos) es una de las acciones más representativas y maravillosas para una pareja que se ama, pues es el resultado del amor que ambos se profesan mutuamente. De tal manera que, a aquellas parejas que por cualquier razón, incluyendo por indudables razones biológicas, son incapaces de tener hijos, se les compadece inmediatamente.
Por eso, los que tienen hijos, creen tener las respuestas para todo, pero sobre todo, creen tener la última palabra cuando casi rematan sus sermones con “Pues, qué egoísta. Los hijos son una hermosa bendición”, o “sigue con tu vida vacía”. Como si eso fuera a hacer a las personas sin hijos cambiar de opinión.
Con todo esto, cuando las parejas deciden libremente tener descendencia, y está plenamente conscientes de su decisión, las bendiciones llegan a manos llenas. Aunque los “libres” no comprendan esa elección.
Por otro lado, las sociedades modernas también coinciden que NO tener hijos (ni adoptarlos) es una de las elecciones más desinteresadas y maravillosas para una pareja que ama, pues es el resultado del amor que tienen por la humanidad. De tal manera que, a aquellas parejas que por cualquier razón, incluyendo por razones de ética personal, se niegan a tener hijos, se les desacredita inmediatamente.
Por eso, los que no tienen hijos, creen tener la solución para todo, pero sobre todo, creen tener la última palabra cuando casi rematan sus peroratas con “Pues, qué egoísta. Los hijos son una responsabilidad eterna”, o “sigue con tu vida esclavizada”. Como si eso fuera a hacer a los padres y madres cambiar de opinión.
Con todo esto, cuando las parejas deciden libremente no tener descendencia, y están honestamente satisfechos con su decisión, las bondades también llegan a manos llenas. Aunque los “atados” no comprendan esa elección.
Seguramente, siempre seguirá habiendo personas como yo, que no se arrepienten en absoluto de haber tenido hijos y que, de hecho, les hubiera gustado haber tenido más, pero que estamos satisfechos con lo que tenemos.
También seguirá habiendo gente que hayan tenido hijos de manera inconsciente, y que ahora estén completamente arrepentidos de haberlos tenido, aunque hoy ya sea demasiado tarde, porque ya no hay de otra.
Con toda seguridad, seguirá habiendo hombres y mujeres que sean incapaces de tener hijos, y sientan que sus vidas son miserables sin descendencia, pero que estén luchando por hacerlo, o bien, ya estén reconciliados con la vida.
De la misma manera que seguirá habiendo otros y otras que hayan decidido conscientemente no tener hijos, y que sigan su vida sin las preocupaciones que traen los hijos, y que estén viviendo una vida plena, libre de las preocupaciones que significan los hijos, pues cada hijo se ama tanto y de tal manera, que no puede uno evitar angustiarse, tal vez hasta de más.
Primeramente, son los tiempos de idealista juventud los que nos mueven a tomar decisiones drásticas y, según nosotros, definitivas. Pero, aunque tenemos derecho a permanecer firmes en la decisión tomada, siempre hay cabida para cambiar de opinión después, en nuestra madurez, de manera un poco más realista.
Pero siempre es importante tomar decisiones conscientes sobre nuestras acciones futuras en la vida. Ya sea la de no tener hijos, o sí. Sobre todo al respecto de esto último, pues una vez entregada la mercancía, no se aceptan devoluciones.
En mi caso personal, y con toda honestidad, la decisión de tener a mis hijos, fue una decisión, combinación de mis deseos personales de ser madre y una pizca de influencia por el desarrollo histórico de las madres de mi tribu. En mi hoy y en mi ahora, creo que fue la decisión correcta, tal vez resultado de mi propio sino, pero siempre tomando en cuenta a mi sensatez, y escuchando a mi espíritu.
Es cierto que, cuando he tomado decisiones de manera prematura y apresurada, sin tener completa claridad de mis deseos, sino con base en los deseos de los demás o en las tradiciones de mi clan, siempre ha resultado en una turbulencia entre mis pensamientos y mi corazón, que termina por dejarme más amarguras que delicias. Pero también es completamente verdadero que, como dije antes, en mi caso personal, la decisión de tener a mis hijos, fue una decisión bien hecha, tomando en cuenta a mi cabeza y escuchando a mi corazón.
Afortunadamente, éste no fue mi caso. Pero. Tal vez sí el de tantos y tantas otros.
Al respecto de lo primero, considerar una decisión prematuramente, sin una completa claridad del deseo (cualquiera que el deseo sea) o sucumbiendo ante las peticiones históricas del clan, de la sociedad, o del círculo de amigos o compañeros de trabajo, solo ocasionará que el desarrollo personal y natural de toma de decisiones sea más complejo de lo necesario, y retrasará la paz y el sosiego que buscamos en cada ámbito de nuestras vidas.
Por eso, si alguien dice que NO quiere tener hijos, no es necesario que los que SÍ los tenemos, nos amarguemos por ello pues, ni la paternidad, ni la no-paternidad, ni el matrimonio, ni la soltería, son destinos, ni misiones, ni deberían ser sujeto de debates, pues NO hay una sola elección universal o genérica. Sólo tal vez, generacional.
De la misma manera, si alguien dice que tarde o temprano “querrás hijos”, no es necesario que los que no los tengan, lo sientan como un ataque personal pues tener hijos e hijas, concebidos dentro o fuera del matrimonio, u otorgados por medio de la adopción, no es una obligación, ni un compromiso, ni debería ser sujeto de debates, pues todas las elecciones son íntimas y personales. Tal vez, también amorosas.
Sólo nosotros y nosotras podemos saber, concienzudamente, lo que es lo mejor para nosotros, y elegir con intención. Llámese matrimonio, soltería o hijos.
Sólo nosotros y nosotras podemos saber, determinadamente, cómo queremos que se desarrollen nuestras vidas, y elegir con voluntad. Ya sea en lo social, en lo laboral o en lo familiar.
Sólo nosotros y nosotras podemos saber, intencionadamente, la realidad en la que nos desarrollamos hoy, y elegir con empeño. A propósito, con propósito o en despropósito.
Sólo nosotros y nosotras debemos decidir si tener hijos/hijas o no, muy a pesar del disgusto, la desazón, y la mortificación de otros.
Y sólo nosotros y nosotras somos, o deberíamos ser, el timonel de nuestras vidas.
Con una hija y un hijo,
Miss V.
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