SÍ. TODAVÍA ME GUSTAS
- yesmissv
- Jul 9, 2018
- 3 min read

No lo pude ocultar. Me gustaste desde que te vi la primera vez. Te diste cuenta de eso, y creativa como soy, sentí (porque eso es lo que siente la vanidad cuando la sacuden) que lo usaste en mi contra. Pero, pensándolo bien, que te hayas dado cuenta de eso, no es mérito tuyo. Yo te lo había dicho un día. Y otros días después de ése…
¿Acaso soy tan transparente que otros lo notaron, también? Según tú, así fue. Aunque, no era necesario que me dijeras lo que otros creían ver. Hubiera preferido que te sintieras honrado por mi elección de ti, pero que lo guardaras. Sin revelaciones. Confieso que, hasta el sol de hoy, tu presencia altera mis instintos, y eso seguramente será por demás notorio: mis ojos son una ventana, y mi voz una llamarada. Nada de lo que afecta a mi corazón, pasa desapercibido para nadie. Pero hoy no me alteraría tanto, si hubieras reservado esa información para ti.
No soy de las que se sonrojan. Ni el color de mi piel, ni mi naturaleza, me lo permiten. Sin embargo al escucharte decir que otros notaron mi predilección por ti, sentí un terremoto en la cabeza, y un incendio en la cara. Ciertamente, esas eran señales de orgullo herido, pero… ¿había razón para sentir vergüenza? No. No hay nada ilícito. No fue válido perder horas de mi vida pensando qué te habrían dicho los demás, o qué habrían pensado de mí. Me jacto de mi autenticidad y de ser abiertamente efusiva. Contigo. Con todos. Otra enamorada de la vida, como seguramente habrá tantas.
La atracción, y a veces la elección por acomodar los afectos con unos (y no con otros) se da de modo natural en todas las especies. Más en la nuestra. El mundo está lleno de seres humanos que se acoplan, que se buscan, que se aman, que están hechos el uno para el otro, que naturalmente se gustan. O ninguna de las anteriores.
Aprendí que todos somos espejos y maestros. También te lo dije. Como se los he dicho a tantas personas. Sin embargo, mis ojos y mis experiencias eran un espejo de los tuyos; mi ser y mi mente, un reflejo que quería honrar las cosas que me gustaban de ti. Fui tu maestra en el arte del fraternal abandono, y tú el mío en la habilidad de comunicar libremente los contenidos del corazón. Pero ninguna de las dos pudiste ver con claridad. O tal vez no quisiste, por eso percibiste lo que yo no pude advertir.
Aun así, no era necesario que me dijeras lo que otros creían ver. Un duendecito en mi pecho, creo que el del desencanto, me lo gritó desde antes. Me gritó que tu altivez fue más grande que el beneficio de nuestra mutua cuasi-devoción. Pero me lo gritó tan alto, y con tanta pasión, que el duende de la razón no escuchó nada que remotamente se asemejara a la cordura. O, convenientemente, se hizo el desentendido.
Estoy casi de luto por la evocación de tu cara, tus palabras, tu sonrisa, y tus manos; porque aunque quisiera que fueran míos, nunca me pertenecerán. Estoy cerca del duelo por la seductiva imagen que descubrí en ti, pero que se niega a abandonarme, y que jamás será mía. Pero no debo quererlas. Obviamente no somos el uno para el otro. De lo contrario Dios, el Destino, la Vida, el Universo, o el Sino (o como a ti te plazca llamarle) ya se habría encargado de que lo fuéramos.
Un día me dijiste que te hubiera gustado conocerme antes. Qué bueno que no fue así. Estábamos destinados a entrar en la vida del otro, hacernos arder momentáneamente, y después abandonarnos, aunque no del todo. Todavía seguimos caminos paralelos, y prefiero eso a nada. Sigo siendo tu amiga, te sigo queriendo…
Y sí. Todavía me gustas.
Miss V.
Comments