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NO TIENES QUÉ QUEDARTE

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Nov 21, 2019
  • 5 min read

Updated: Jan 9, 2022


Tomás de Aquino explica que el ser humano busca, por naturaleza, el bien, porque le resulta seductor, pero huye del daño porque le resulta enfadoso. Innumerables veces, sin embargo, el bien se nos acerca disfrazado de perversidad, mientras que el mal, se cuelga de nuestra inocencia, con una máscara de virtud tan dulce, que caemos redondos.


La gente que llega a acompañarnos en nuestra historia, podría ser un claro ejemplo. Desde el principio, si bien con cierto recelo, dudamos de sus buenas intenciones (o ellos de las nuestras). Pero puede ser, quizá, que nuestras intenciones sean en realidad tan honestas, que podamos dejar florecer, y luego llevar esta nueva relación a la prosperidad.


Pero, puede ocurrir que, sin esperar, algo en el camino se desconecta. Las intenciones de uno u otro no eran tan buenas, o tal vez sí. Pero más bien, las intenciones de la vida, no eran que permaneciéramos en unidad, más que el tiempo preciso, pues toda relación termina así, en el tiempo preciso. O sea, la gente que llega a acompañarnos en el camino, no tiene por qué acompañarnos durante todo el recorrido. No tienen por qué hacer residencia en nuestras vidas.


Sería muy reparador para el alma, la soledad y la confianza, tener a alguien que llegara a hacernos compañía a lo largo del tiempo que dure nuestra estadía en este plano, pero no toda la gente llega para convertirse en acompañante perenne.


He escuchado un buen número de veces que las personas de las que me he apropiado en mi paso por este lugar, esas que llevan mi misma sangre y mis apellidos, son sólo préstamos del que es la Vida. Puestas ahí para experimentar nuevos cariños, disfrutar consorcios íntimos, y resolver apegos incisivos; pero sobre todo para amar con un corazón inteligente, y razonar con juicio amoroso. Nos atormenta pensar que algún día, las personas que amamos, nos serán arrebatadas; pero, sabemos que, desde un principio, jamás nos pertenecieron del todo. Aunque no nos guste pensar en ello.


Cuando lo que amamos, o a lo que nos aferramos, nos abandona (cualesquiera que hayan sido las circunstancias del abandono), deja también un sentimiento de vacío, un sentimiento de libertad no pedida, un sentimiento de desespero, que ocurre lo mismo cuando los cómplices de carne, los aliados de alma, y hasta la trascendencia de nuestra sangre, se van.


Los hombres y mujeres que se hacen presentes en nuestras vidas, a veces por elección, a veces de forma fortuita; esos que "no son nada nuestro" pero que sí “significan mucho para nosotros”; esos amigos y amigas, que llegan también, pero no necesariamente para traer júbilo a nuestras historias, aunque lo hayamos deseado desde antes; aquellos actores cuyo beneficio en nuestras existencias, se extiende hasta el punto en el que, por decisión de uno (o ambos), hemos aprendido lo que teníamos que aprender, o porque han dejado la lección que tenían que dejar…


Todos esos, no tienen qué quedarse.


Con base en la experiencia del mezquino deseo de mantener a alguien a mi lado, hoy sé que la estancia de nadie debe forzarse. Ni en mi vida, ni en ningún entorno; sobre todo, un entorno que empieza a quedarle corto al centro de mis afectos, aunque a mí me parezca todavía muy cómodo. O, aunque quiera convencerme a mí misma de que su estancia ahí es conveniente para mí.


Con base en esa misma experiencia, comprendo también que nadie debe forzar mi estancia ni mis afectos. Ni en su vida, ni en su entorno; sobre todo cuando dicho entorno empieza a ahorcarme, a no dejarme respirar, y a cortar las alas que, en otras circunstancias, pudieron elevar vuelos más altos. O simplemente, elevar vuelos.

Si terminar las relaciones de la carne y el espíritu, como los cónyuges, y las relaciones del alma y la sangre, como los hijos y las hijas, o los hermanos y hermanas, no son la excepción, mucho menos lo son los de la libre elección. Como los amigos.


Y, efectivamente. Los abandonos destrozan el alma, fragmentan las esperanzas, y quebrantan la confianza. Y por cada abandono o pérdida, siempre hay un duelo que nos deja ver (aun en contra de nuestros deseos) las atormentantes caras de la negativa y el resentimiento, nos obliga a subir el alto peldaño de un convenio acomodaticio con un Ser Superior, y nos empuja a atravesar un camino de desmoralización que nos lleva, cuando menos lo pensamos, a aceptar que la pérdida del otrora bien amado era, a todas luces hoy, un bien ineludible.


Pero, aunque los abandonos destrozan el alma, fragmentan las esperanzas, y quebrantan la confianza, jamás nos conducirán al olvido.


Por ello, en un cándido ejercicio catártico, más para purificar mi alma que para endulzar tu oído, agradezco que hayas venido a mi vida, aunque sea brevemente, o incluso por muchos años. Habrá amistades (y otras bellas relaciones) que, efectivamente, duren para siempre, y eso energiza al alma. Pero no todas las conexiones deben forzarse a durar eternamente. Mucho menos cuando ya no aprendemos, no reflejamos, no esperamos más el uno del otro.


Que hoy tengas que dejar de ser un protagonista en mi autobiografía (misma que me corresponde escribir sólo a mi), es la enseñanza última de la Vida, que me dice que todo lo que debimos compartir, lo que tuvimos qué amar, lo que quisimos sentir, y lo que pudimos reflejar, lo hicimos, pero ya nada tenemos qué interpretar juntos, pues la protagonista de mi historia soy yo, y yo decido quién, además de mí, debe tener un papel principal en ella.


Nuestro sino no era permanecer juntos para toda la vida, conociendo que la vida tiene también un final. Una palabra descortés, una mirada indiferente, un abrazo frío, una traición inesperada, o la frivolidad de los sentimientos, pueden ser el parte aguas, el esclarecimiento necesario, la manera en que la vida nos está gritando que necesitamos darnos cuenta de que, tú (o yo, o la mera idea que tenemos uno del otro) y a la que tanto insistimos en aferrarnos, ya debe irse. O bien, que la que debo abandonar, aun cuando haya un sentimiento de duelo y de derrota, soy yo.


Aunque duela.


Adiós, viejo amigo. Adiós, sangre mía. Adiós, antigua relación de amor.


Y gracias. Gracias al que es la Vida. Gracias a ti. Por el regalo de tu acompañamiento. Por el regalo de tu espejo. Por el regalo de la lección aprendida.


Nuestros caminos hoy se bifurcan, no sin dolor. Pero si vuelven a ser paralelos, seguiré reconociendo y agradeciendo que tu estancia, larga o corta, en mi historia, me hayan hecho más fuerte, más prudente, y más humana.

Nuestros caminos hoy se bifurcan, no sin un dejo de fracaso. Pero si vuelven a ser paralelos, seguiré reconociendo que no todas las historias tienen un final feliz, y no estás obligado a quedarte...


Hasta siempre,

Miss V.

 
 
 

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