MIS HIJOS NO SON MIS AMIGOS...
- yesmissv
- Apr 27, 2023
- 7 min read

A medida que nuestros hijos van ganando edad, la otrora consistente línea entre padre o madre y amigo, se hace cada vez más delgada y menos evidente. Tan pronto como nuestros hijos empiezan a madurar (o a cumplir cada vez más años), y a ver la vida casi de la misma manera que nosotros la vemos, hay un acercamiento muy interesante y satisfactorio entre ellos y nosotros.
Las ruidosas diferencias se aminoran, los alborotados puntos de vista se acercan, y los infantiles coloquios se amalgaman en una menos pueril, y más madura, sincronía, que se da lugar en nuestras mentes tanto como en nuestros corazones.
A pesar de lo ocupada que ha sido mi vida desde la muerte de mi esposo, cuando me vi obligada a adoptar el papel de progenitor único, siempre he intentado hacer todo a mi alcance para tener una figura tan continua como amorosa en sus vidas, a pesar de mis muy constantes ausencias. En el camino que llevamos recorrido, he tenido que descubrir (a fuerza de prueba y error) y adaptarme (a fuerza de estiras y aflojas) a un modo de formación que fuera tan útil para ellos, como tan perdonable o justificable para mí. Este modo de formación me permitió favorecer un enfoque comunicativo, abierto, y hasta amistoso, con mi hija y mi hijo. Pero sólo eso. Pues, en ningún momento, he sido su amiga.
Mis hija y mi hijo, por cierto, ya son adultos. Mi hija terminó la universidad, y mi hijo salió de la preparatoria hace tres años. No lo voy a negar, el tiempo ha pasado volando. Ha sido tan maravilloso como escandaloso verlos crecer y entrar de a poco, pero sin vergüenza, en su yo presente.
De adultos.
Y, que hoy por hoy, con su adultez y todo, mi hija y mi hijo sigan encontrado en mí un bálsamo que alivie sus golpes, un oído que escuche sus cuitas, y un corazón que los ame incondicionalmente, no significa que no les haya yo brindado, en sus tiempos de más aguda formación, la orientación necesaria. O que no les haya dado los consejos imprescindibles. O que no les haya impuesto, muy a nuestros pesares, los límites obligatorios. Claro. Según yo misma…
Pero a pesar de este acercamiento tan cálido y amoroso, a pesar de nuestras mutuas transparencias, mi hija, mi hijo y yo, NO somos amigos.
Fíjense: de entre todas las amistades con las que la Vida me ha bendecido, tengo una conocida/amiga, que tiene hijos casi de la misma edad que mi hija y mi hijo (veinticinco y veintiuno, respectivamente). “Mis hijos me cuentan TODO”, me dijo un día, ya pasadilla de copas, en el karaoke-bar al que acostumbro a ir. “No hay nada que ellos hagan que yo no sepa, y al revés. Yo también les cuento TODO. ¡Me tienen una confianza… tre-men-da! Ellos han sabido ser un apoyo maravilloso para mí, porque saben que no contamos con su padre, para nada. Bueno. Con decirte que a la edad que tienen, me dan unos consejos increíbles, ¿eh? ¡Me han enseñado… tanto! Soy más que su mamá. Te puedo decir que soy su mejor amiga…”. Esto último, ya me lo dijo con un nudito en la garganta, y una lagrimita que amenazaba con despintarle el ojo, maquillado como yo JAMÁS seré capaz maquillarme.
Si eso le sirve a ella, y además le trae felicidad, ¿quién soy yo para contradecirla?
Sin embargo, yo no creo que yo podría ver a mis hijos exclusivamente como mis amigos, con todo y que los quiero tanto. Aunque no soy una mujer que guste de la vagancia extrema (y aunque así fuera, ¿qué tendría de malo?) o que guste de los despreocupados excesos (excepto en lo referente a la comida, en la que no veo nada de malo…) hay cosas que son sólo mías y que no quisiera que mis hijos supieran de mí, o que participaran de ellas, honestamente.
Yo sé, porque también así lo requerí yo en mis tiempos de infancia y juventud, que mis hijos no necesitan una amiga, sino alguien que, además de escuchar sus cuitas, y darles consejos, a veces no tan acertados, les brinde la orientación y les ponga los límites apropiados. Aunque a ellos no les haya gustado, ni lo hayan tomado a bien.
Qué pena, queridos. Era lo que tocaba hacer.
Y lo hice según lo que yo consideré tan íntegramente correcto como para que, en el futuro (que ya es hoy), ellos puedan tomar, como jóvenes adultos, las decisiones más honestas, adecuadas y sensatas que puedan tomar en la vida, siempre primero a favor de su propia seguridad, y del amor hacia sí mismos.
Incluso yo, cuando viví algún tiempo en casa de mis papás, y cuando mi relación con mi mamá se volvió más cercana y abierta que nunca antes, me pregunté si lo que le platicaba a ella, se lo podría platicar como amiga. Finalmente, las dos éramos adultas, las dos habíamos vivido algunas cosas similares, y las dos nos conocíamos muy bien. Pero no. Me di cuenta de que, para no herir las susceptibilidades propias de su edad y su educación, yo no le estaba contando los chismes completos. Nomás lo más contable. Porque mi mamá, aún con lo mucho que la quiero, y con lo mucho que sabemos la una de la otra, NO es mi amiga. Y no le quiero contar todo.
La relación entre mis hijos y yo, tanto como lo es la mía con mi mamá y mi papá, es amorosa y “amistosa”, si se me permite decirlo así. Seguramente, entre padres y madres, e hijos e hijas, hay una diferencia entre ser amistosos, aunque esto parezca tener ciertos rasgos de despreocupación, y ser amigos, aunque esto parezca tener ciertos toques de inmadurez.
Desde mi muy ignorante punto de vista, y con base exclusivamente en mi experiencia como mamá y maestra, y no como profesional en más nada, creo que ser “amistosos" significa construir una relación que tiene límites claramente constituidos. Aunque a veces, el amor nos ciegue y nos “veamos forzados” a irrespetar dichos límites, que luego justificamos con todas las excusas posibles. Sin embargo, una de nuestras (no pocas, ni fáciles) responsabilidades como papás y mamás, es la de ofrecer orientación, orden, y organización en un entorno seguro para la tranquilidad material, corporal, mental, emocional y hasta espiritual, a nuestros hijos e hijas.
No me levanto el cuello, pues como madre, fallé muchas veces en hacer lo más conveniente, y me conformé con hacer lo más cómodo. Sin embargo, intenté (no siempre brillantemente) con mucho dolor personal, rebatir los efectos de cada metida de pata. Pero también en mi labor docente he encontrado, y cada vez más, abundantes casos en los que la línea que divide el rol de padre/madre y amigo/amiga, esa de la amistad, se ha desdibujado de tal modo, que las víctimas no han sido sólo los acongojados y subyugados progenitores, sino los hijos e hijas que se convirtieron en adultos emocionalmente desvanecidos, mentalmente desmoronados y socialmente desajustados.
Ser amigables con nuestra prole, origina conexiones y confianzas que, tarde o temprano, dan lugar a seres humanos reconciliados con su entorno y consigo mismos, con una buena capacidad de aceptación, tolerantes a la frustración, y aptos de defender sus puntos de vista responsablemente.
Pero tampoco es una fórmula infalible, valga agregar…
Ahora, amigables no significa permisivos o buena onda, como muchas ocasiones lo comprobé en carne propia. Pero, contrariamente, también vi cómo mis hijos se beneficiaban más de las estructuras y límites impuestos, mientras éstos estuvieran acompañados de afecto y de respeto, en cada situación de choque. Este equilibrio, tan fácil de decir, pero tan difícil de lograr, dio muchas veces, en mi familia, oportunidades de conversaciones con el corazón, comunicaciones con honestidad, y convenios con resultados favorables para todos.
La buena-ondez, sin embargo, se da al creer o pregonar que soy amiga de mi hija y mi hijo, resultado del miedo que me daba, en lo personal, perder su cariño, en algún momento de su nefasta adolescencia. Creo que la mayoría de nosotros hemos tenido este sentimiento en algún momento u otro. Este “amiguismo”, que llega de manera tan imperceptible, y que es muy difícil que se vaya, no solo desdibuja la línea que divide el rol de padre/madre y amigo/amiga, sino que complica las perspectivas y expectativas de la relación familiar.
No sólo no deja a nuestros hijos e hijas vernos como la autoridad que somos, y que ellos y ellas necesitan, lo que posteriormente les traerá la parca facultad de reconocer otras figuras de autoridad; sino que, a la larga (y a veces, a la muy corta) dejaremos de ser las personas que fungen como papá o mamá, y en vez de que ellos y ellas compartan con nosotros sus pensamientos, sentimientos, miedos o frustraciones porque van a encontrar en nosotros un bálsamo que alivie sus golpes, un oído que escuche sus cuitas, y un corazón que los ame incondicionalmente, simplemente van a encontrar a alguien que los escuche sin reprender, corregir o reconvenir, muy a conveniencia y comodidad de todos.
Sin embargo, no me juzgues tirana. Porque, efectivamente creo que hay un momento para todo.
Casi al finalizar su adolescencia, y poco antes de que mis hijos se hubieran convertido en los jóvenes adultos que son hoy, pude tomarme la libertad, con mucho alivio, de comenzar a moverme hacia una nueva dirección, dando lugar a oportunidades de educación menos rígidas, y bastante más amigables. Creo que a medida que nuestros hijos van dejando la infancia atrás, la tarea de orientar y aleccionar, se reduce considerablemente, lo que permite que la relación padre/madre e hijo/hija comience, ahora sí, a sentirse más como un tipo de amistad. Aunque no del todo, todavía.
A pesar de los pesares, ya sea por mi propia intuición o percepción, tatuada en mí desde antaño, o porque se han ido adaptando a su entorno con los años, sigo creyendo que NO se puede ser completamente transparente y abierto con nuestros papás o mamás. De la misma manera que creo que mi hijo y mi hija NO deben contarme todo como libros abiertos.
¿Podemos hablar, mi hija, mi hijo y yo, acerca de los muchos aspectos de la vida que se consideran temas adultos? Sí.
¿Mi prole puede entender mi sentir al respecto de las muchas problemáticas que me rodean en el aspecto laboral, o incluso familiar? Puede ser.
¿Soy capaz de describirles a mis hijos, con pelos y señales, cada paso que dé por mi andar en este plano? Puedo, pero no creo que, necesariamente, deba…
Finalmente, creo que en este arriesgado pero hermoso, satisfactorio pero espinoso, camino que es la crianza de los hijos, deberemos sentar, desde temprano, las bases como padres y madres para lo que en un futuro llegará a ser una futura amistad con nuestros hijos e hijas adultos.
Pero, a pesar de todo, lo importante siempre será seguir siendo el papá o la mamá que mis hijos requieren, agradeciendo y aprovechando las oportunidades que surjan, para que haya una relación de amor y confianza verdaderos entre ellos y ellas (nuestros hijos e hijas) y nosotros (sus padres y madres).
Amistosamente,
Miss V.
Comments