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MATRIMONIO (O VIVIR JUNTOS) Y MORTAJA

Writer's picture: yesmissvyesmissv

Updated: Oct 25, 2024



Como bien sabes, uno de los placeres de mi vida es escribir. Crítica y criticona como soy, me gusta escribir de casi todo, porque tengo una opinión de casi todo, como casi todos. Aunque no le atine a casi nada. Normalmente me gusta escribir de cosas que tienen significación para mí, ya sea en lo espiritual, en lo emocional, o en lo que caiga.


Hay cosas de las que me gusta escribir más que otras, tal vez porque me afectan menos, o porque es más fácil escribirlas. Hace ocho días, por ejemplo, escribí algo que divide mi corazón en dos, pero que mueve mi discernimiento al mismo tiempo. Como ejercicio catártico, me gusta escribir al respecto de los aconteceres en mi historia, pero hay cosas que, o me dejan muy satisfecha, o me dejan un gusto medio amargo, porque no quiero victimizarme después de tantos años de evitar hacerlo a toda costa. Aunque a veces he fracasado feamente.


A propósito de esto que acabo de escribir, es decir, de las cosas que me dejan satisfecha, no de la victimización, otra de las cosas que me gusta mucho hacer es cantar. Por lo que, un jueves de una de estas semanas, después de una junta de trabajo, fui al karaoke-bar al que me gusta mucho ir. Hipócritamente ignorante, pero en realidad, convenientemente consciente de las bondades que la soltería me ha traído, pero que he disfrutado lo suficiente, y que vengo saboreando desde hace veintiún años, fue que sentada en la barra de dicho bar, me di cuenta de que, libre como soy, puedo hacer lo que me plazca e ir a donde me plazca, y con quien me plazca.


Y, a veces, en medio de estas pequeñas libertades, me ataca el subconsciente y entonces, así nomás porque sí, me acuerdo de que en algún tiempo de mi vida estuve bien casada. Mi memoria, igual que yo, viene y me recuerda cosas que no he olvidado. Ella, igual que yo, hace lo que le da su gana.


Ahora bien. No creas que soy la única persona soltera (por no entrar en detalles) en mi grupo de amigos y amigas. Es más. Ni siquiera en mi familia. Pero sí soy la única viuda.


Claro que, independientemente del estado civil de mi grupo de amigos, y de mi pequeño grupo familiar, muchos de ellos disfrutan mucho de andar del tingo al tango. Y, aunque algunos quisiéramos hacerles segunda, es muy difícil buscar un momento y un lugar en el que todos podamos coincidir, pues nuestros tiempos de adultos ocupados, casi todos inmiscuidos en la docencia, no nos lo permiten como quisiéramos. Es uno de los obstáculos que pone la vida: cuando hay libertad para unas cosas, hay limitaciones para muchas otras…


Aunque libre, mi libertad no es, afortunadamente, absoluta. Mis hijos adultos, si bien son comprensivos y me alientan a seguir mis caprichos y pretensiones de señora soltera, me representan un tipo de bella contención a la que regreso a casa, no porque ellos me obliguen a hacerlo, sino porque quiero y, alabado sea el Señor, porque puedo. Eso, y porque casi todos los días trabajo temprano. Entonces, no siempre se puede.


Un día, sumergida en una cuasi circunspección de esa cuasi libertad de la que soy sujeta, una amiga a la que estimo mucho, y a la que aquí llamaré “Lolita”, me preguntó si podía hacerme una pregunta al respecto de mi vida matrimonial que, como lo acabo de mencionar, es hoy inexistente.


“Bueno. A lo mejor no te puedo ayudar mucho porque desde hace muchos años que estoy bien metida en la vida solteril, pero voy a hacer lo posible, cómo no”.


La mujer, a quienes relaciones no le han faltado, pero quien tampoco se ha casado jamás, empezó con todo: su primera pregunta, ya que me hizo varias, fue que cuánto tiempo había estado yo casada. Cabe puntualizar que mi matrimonio fue de muy corta duración.


“Siete”. Y creyéndome la muy chistosita, le dije. “Ni siquiera me dejó sentir bien la comezón del séptimo año, pero en realidad nomás me dejó tremenda irritación.”

“Ok. ¿Te puedo hacer otra pregunta?”


En este punto pensé que si el interrogatorio iba estar así de fácil, pues adelante con las preguntas que sean.


“¿Lo quisiste?”


Qué llevada. Esta pregunta me forzó a pensar en muchas emociones que yo había sentido, o dejado de sentir, en mis últimos meses de matrimonio. Porque fueron los últimos que sentí, y de los que más me acuerdo.


“Mucho, al principio.”


Y ya sin permiso, me lanzó la siguiente pregunta:

“¿Al principio? Después, ¿ya no?”


“Ay, Dios. Sí, pero de manera diferente. Menos apasionadamente, y más sosegadamente. Empezamos a tener ciertos problemas, ya sabes…”


No sé si "ya sabría". Pero el “ya sabes” estuvo seguido un discursillo un tanto funesto y un mucho honesto. Me dejé ir como si me hubieran tenido amarrada, y como si no hubiera superado ya este momento amargo, platicándole lo que en realidad fueron mis últimos meses de casada y cómo, al paso de esos siete años, aunque yo seguía queriendo a mi esposo, las “cosas” comenzaron a agriarse. Todo eso, debido a una serie de malentendidos y meticheces en los que, como en casi todos los casos de esta índole, son algunos miembros de la familia extendida los que tienen mucho que ver.


Por ejemplo, alguien de su familia dándole consejos no pedidos para su relación de casado; y alguien más de la mía, exigiendo cosas e insistiendo en tratarme como si todavía viviera en la casa paterna/materna.


Entre “híjoles”, “no-me-digas”, y “a-pocos”, Lolita me escuchó lo que me tuvo que escuchar, porque también le urgía hablar.


“¿Y, por qué me preguntas, mi Lolita? ¿Se puede saber? ¿Te vas a casar?”


“No, lo que pasa es que Lalo (nombre que aquí le designé a su novio, porque no me acuerdo como se llama), me pidió que viviéramos juntos.”


“Y, ¿tú quieres?”


“Es que ya llevamos mucho tiempo de relación. Creo que sería el paso lógico.”


“O sea, no quieres. Tienes qué…” (¿o sí quieres, pero me contestaste eso para que yo no pensara que te urge ir a vivir con él? Finalmente, tú eres una adulta, Lolita, y yo soy una hija de vecino más. No tienes por qué darme explicaciones, ni justificarte conmigo).


“¡No! ¡Sí quiero! Creo que es el hombre de mi vida. Mi alma gemela, incluso. Pero la verdad me da algo de miedo empezar una relación con una persona que está en medio de un proceso de divorcio. Te pregunté eso porque quería saber cómo era vivir con alguien. Yo nunca he vivido con un hombre, como pareja, antes…”


“No quiero ofenderte ni mucho menos, mi Lolis. Pero te equivocaste de persona. En el aspecto del consejo matrimonial, yo puedo ayudarte muy poco. O nada. Hace mucho que no estoy en una relación con absolutamente nadie. Ni en una casa, ni en un lecho. Ni siquiera en amistad exclusiva con NADIE. Entonces, ni idea de que es lo que viven las parejas hoy día. Mi experiencia es antigua y creo que ya caducó. Sólo puedo platicarte lo que viví antaño, antes de crecer, madurar, perder un par de dientes, engordar, y volver a adelgazar.”


Y que me pregunta: “¿Crees que debería vivir con él? ¿O no? ¿Tú qué harías?”


Tres preguntas en una, y para ninguna tenía una respuesta que fuera a satisfacer a Lolita, porque, como la sórdida mártir de la vida en la que me he convertido, le iba a tener que dar una respuesta desde mi experiencia de vida, desde mis principios, y desde mis propios sueños y deseos, mismos que, seguramente, dada nuestra disímil naturaleza y nuestra discordante historia, nada tienen que ver los unos con los otros.


No queriendo sonar como una sabelotodo insufrible, especialmente porque como muchas otras cosas, de esta tampoco sé nada. Y, palabras más, palabras menos, le aventé la siguiente aburridora:


“Es que, Lolita. Vivir juntos tiene su chiste, creo yo. Me acuerdo que me gustaba mucho compartir la casa y las cosas con mi esposo. Tuve dos hijos con él por amor, no solo bajo el calor del momento, pues mi idea era permanecer casada hasta la muerte. Se cumplió. Sí. Pero mucho antes del tiempo que yo quisiera que hubiera ocurrido.


También te voy a contar que me costó un poco de trabajo acostumbrarme a su final ausencia, pero también a su primer presencia en mi vida, porque ser novios y vernos afuera de mi casa cada tercer día, no es lo mismo que vivir juntos, dormir en la misma cama, o dividirnos las cuentas de la casa. O sea que aunque el período de transición fue más bien breve, las negociaciones al respecto de casi todo NO terminaron nunca, pues hasta en la mañana del día en que murió, todavía estábamos acordando que íbamos a hacer de comer ese día.


Además, a veces cuesta trabajo improvisar los encuentros sexuales, porque nuestros deseos por el otro, no siempre coincidían. Por falta de tiempo, o por falta de ganas. Y no hay nada más nefasto que calendarizar el sexo con una persona que amas, nomás porque “tienes qué hacerlo” o porque es “el paso lógico”. Eso, y que también, después de algunos extraños episodios en los que (no sé por qué) me hacía reclamos injustos, o me atormentaba dejándome de hablar así nomás porque sí, era mucho más difícil querer estar en la intimidad con él. Aunque el buscara una reconciliación por ese medio.


Con toda honestidad te lo digo: decidí que me gustaba vivir con mi esposo, en parte porque así lo quise; en parte porque me educaron así: para ser fiel y amorosa. Para ser apoyo y fuerza. Para ser esposa y compañera. No necesariamente para ser mujer para mí misma. En mi familia, en mis tiempos, o como le quieras llamar, todavía uno se casaba con la idea de hacerlo funcionar, y hacer oídos sordos a la mortaja que el matrimonio, irremediablemente, siempre trae consigo.


¿Me sentía protegida con él? Muchas veces sí. Otras no tanto. ¿Había beneficios financieros? Muchas veces sí. Otras no tanto. ¿Me consentía tanto como a mí me gustaba consentirlo a él? Muchas veces sí. Otras no tanto. Pero supongo que así son los matrimonios. O las uniones libres. O los noviazgos. Muchas veces son óptimos. Otras veces, no tanto.


Así que, Lolita: aunque no creo que todas las parejas “deberían” vivir juntas porque ese es “el próximo paso obligatorio” y además, que cada uno viva en su casa sea una tendencia que va a la alza por la comodidad que representa que cada uno se lave su propia ropa, y apriete el tubo de pasta de dientes de la manera que a cada uno se le pegue su regaladísima gana, el “objetivo” de vivir juntos es que te traiga felicidad, y te haga crecer en todos los aspectos de la vida. No que te llene de dudas que quieras disipar haciéndole preguntas a una persona que, aunque te estima, te podría decir lo que no quieres escuchar.


Ni siquiera viviendo con alguien, como cuando yo viví con mi esposo, conoces a alguien al cien. Su muerte es prueba de ello. Pero hoy, en mi aquí y mi ahora, te digo que yo (YO) no viviría con nadie si no tuviera pensado asumir el compromiso de querer ser su pareja, y si no tuviera el deseo de amarlo con la interesada condición de que él me ame también.”


En pocas palabras, querida Lolita, haz lo que quieras.


Sacatonamente,

Miss V.

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