MAESTROS Y MAESTRAS vs. EL RESTO DEL MUNDO
- yesmissv
- Apr 25
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Updated: Apr 28

Aprovechándose de mi naturaleza obediente, mis papás consiguieron inculcarme el respeto a las personas mayores en todas las circunstancias de la vida. Casi estoy segura de que los métodos que utilizaron para plantar en mí la semilla del respeto extremo fueron los mismos que utilizaron con ellos. Las palabras que llegué a utilizar, y a veces hasta mis ademanes fueron, mucho tiempo, exactamente los mismos que utilizaron ellos cuando se dirigían a otros adultos.
Entre todos esos adultos que tenía que respetar, pero que no necesariamente siempre me respetaron a mí, estaban mis tíos y tías, mis vecinos y vecinas, pero, sobre todo, mis profesores y profesoras.
De estos últimos los hay a quienes recuerdo con mucho cariño. Otros, no tanto. Y hay también unos cuantos que fueron tan grises, que no recuerdo ni sus nombres. Estos opacos adultos pasaron por mi joven existencia sin pena ni gloria. Pero no presumo. Es posible que muy pocos de aquellos o aquellas que me dieron clase también me recuerden, porque para ellos tampoco fui ni destacada, ni importante, y sí igual de gris que ellos.
Del florido y colorido abanico de docentes que intentaron/lograron educarme en las lides históricas, matemáticas, u otras, los hubo a los que, descoloridamente, tu servidora consideraba o “buenos” o “malos”. No más. Este modo de calificar a otros, sin las tonalidades, escalas o combinaciones tan propias de cualquier persona, era muy socorrido (y aún es) entre aquellos que no teníamos experiencia distinguiendo las virtudes de las fallas. O tal vez porque nuestras inclinaciones hacia alguien a quien admirábamos nos cegaban al punto de la parcialidad. O bien, para que los que NO queríamos comprometer o profundizar nuestras despintadas opiniones, no nos deshiciérmos en explicaciones.
Cuando uno es joven, y carece de las lecciones que sólo puede traer la experiencia, estos juicios son así de categóricos y no hay matices de por medio, pero sí mucho interés personal.
Este interés radica en el hecho de que si el maestro o maestra eran indulgentes y/o superficiales para calificar (o a quienes desde hace años hemos llamado “barcos”); si se chanceaban con mucha confianzudez con los alumnos y alumnas; si deliberadamente desoían las indicaciones de sus superiores; si ignoraban las reglas a su favor, argumentando que “las reglas se hicieron para romperse”, entonces los docentes en cuestión eran, no sólo buenos, sino los mejores que hubiéramos tenido. Unos verdaderos, pero revolucionarios, ángeles.
Si, por el contrario, el profesor o profesora eran intransigentes, y además calificaban cualquier actividad con puño de hierro; si no permitían ni una sola impertinencia de la bola de igualados que tenían por alumnos y alumnas; si aplicaban sin escrúpulos las reglas impuestas por la señora directora; si seguían las normativas escolares al pie de la letra, sin miramientos especiales, entonces los docentes en cuestión eran, no sólo malos, sino los peores que hubiéramos tenido. Unos completos, pero aburridísimos, tiranos.
Con esto en mente, al ir creciendo (que no madurando), fui amoldando mis propias ideas y mis propios sentimientos al respecto de lo que era “bueno” o “malo”. Con el magro conocimiento de la vida, propio de la niñez-juventud, concluí que ser "permisivo" era sinónimo de “bueno”, y que “exigente” sólo podía significar lo mismo que “malo”. También tomé la decisión de, se diera el caso, no repetir los comportamientos que me resultaban “tóxicos” de los maestros y maestras, y de pasada de otros adultos que me rodeaban, en un tiempo cuando esa palabra no estaba tan de moda, y sólo se usaba para hablar de venenos, no de gente.
No creas que todo esto lo guardaba en mi corazón y lo meditaba a solas. Como dije, obediente he sido siempre. Pero habladora, también. Y así, parlanchinota como ha sido mi costumbre, no tuve ningún reparo en hacer comentarios dulces y llenos de admiración a favor de algunos de mis maestros que, más que barcos, casi llegaban a ser trasatlánticos. Y tampoco se me antojaba controlar la lengua cuando abusaba, con comentarios maliciosos y crueles, de aquellos maestros y maestras que, por exigentes y cuadrados, tildaba de horribles dictadores.
Quizá, en algún momento de tu vida, tú también habrás tenido un sentimiento de triunfo cuando no eres el único o la única que, estando en contra de alguien más, tienes compinches que, solidariamente, comparten tu malestar, o hasta tu encono contra ese alguien. Más si eras un mocoso o una mocosa, y estos otros eran tus profesores o profesoras. O a lo mejor no lo has sentido. Eres mucho mejor que yo.
Acabarse a un docente (inocente) hasta hacerlo pulpa, especialmente a sus espaldas, sabía a la gloria que trae ser un odioso y traidor montonero, que jura tener la razón, pero que es incapaz de enfrentar cualquier adversidad si no es con otro grupo de acosadores, igual de traidores.
Y entonces un día, muy subidita, con la confianza de cualquier nefasta adolescente de secundaria que cree que tiene la sartén por el mango, se me ocurrió hacer lo impensable: ir a despotricar contra mis maestros y maestras con mi papá y mi mamá. Craso error…
Cuando les platiqué del sufrimiento por el que mis compañeras y yo estábamos pasando a manos de los opresores esos a los que les pagaban por atormentarnos, mi papá nomas frunció el ceño, y sacudió la cabeza. Muy serio, nada más me dijo “Ay, m’hijita”, que es lo que dice siempre que está en desacuerdo con sus hijas. Pero mi mamá…
Mi mamá, mucho más seria de lo que normalmente es, inmediatamente, y bastante rudamente, me calló, y me dijo que, por ningún motivo, se me fuera volver a ocurrir hablar mal de ninguno de mis profesores o profesoras, que bastante tenían con lidiar con una persona tan platicona, tan burlona, y que, además, no hacía tareas. Que recordara que por eso le habían tenido que mandar hablar un día.
Con cada palabra y reproche de mi santa madre, tu servidora se iba haciendo cada vez más chiquita. ¡Lo que hubiera dado por desaparecer completamente de ahí, y aparecer mágicamente en mi recámara! Preferiblemente debajo de la cama. Pues sí, damas y caballeros. Esa señora me dejó bien callada.
Ahora bien. No le reprocho en absoluto. Al contrario. No todos tenemos la misma buena suerte de tener una madre que nos inculque el valor del respeto por otros. Pero tampoco que nos defendiera de las injusticias de esos otros. Y esos otros, como dije antes, habían sido también mis profesores y profesoras.
Ahí te va una anécdota. Es bien sabido que, antaño, algunos docentes elegían el camino de la violencia para hacernos aprender, haciendo honor al arcaico título de la pintura de Goya, que llegó a convertirse en máxima popular: “la letra, con sangre entra”. Todo esto, a veces, con la mismísima venia de algunos exigentísimos progenitores. Corría el año de mil novecientos ochenta, aproximadamente, cuando tu servidora cursaba segundo de primaria, y un día recibió, no uno, sino dos (¡dos!) golpes. El primero, cortesía del “puntero” de la maestra, una vara larga, más gruesa de un lado que de otro, que servía de corrector, si se diera algún caso de rebeldía entre los muchos alumnos y alumnas de seis o siete años que había en ese salón.
Voy a presumir, sin modestia alguna, y muy orgullosita, que el atractivo de mi escritura se debe a dos cosas: la primera, a horas, y horas, y horas de ejercicios caligráficos al día. Completábamos, en segundo de primaria apenas, casi cincuenta libros de caligrafía del muy viejo, pero efectivo, método Palmer, que incluía bolitas, palitos, ejercicios repetitivos con letra cursiva y de molde, y todo lo que te imagines. Esto comprendía, también, un hermoso libro ilustrado llamado “Mi Libro Mágico”, con el que rematábamos las largas horas de ejercicios manuscritos. La segunda, a que, si nos llegábamos a equivocar, y la letra nos salía, ya no digo ininteligible, sino apenas chueca o medianamente temblorosa, entonces la maestra hacía uso del puntero que mencioné arriba, o de un borrador, con los que nos golpeaba las palmas de las manos o los nudillos. Como dato extra, te platico que el otro golpe, el segundo, lo recibí en el chamorro, por estar mal sentada. Aunque también pudo haber sido un pellizco, o un jalón de patillas. Había para escoger.
Ni falta hizo que acusara a mi maestra. La evidencia estaba clara, y a la vista. Y entonces, muy encogida, con la desilusión de cualquier pobre niña de segundo de primaria que no se atreve a acusar a sus maestras, tuve qué confesar y acusar a mi maestra con mi papá y mi mamá. Qué miedo…
Hoy más que nunca, hay profesores y profesoras a quienes se incrimina falsamente por alguna razón u otra. Situaciones tales como confusiones no resueltas en la comunicación, tergiversaciones deliberadas en los argumentos, o incluso, simplemente, por acciones hechas de mala fe. Pero de lo que yo acusaba a mi maestra, era todo verdad. Ninguna de esas tres cosas me estaba pasando. Pero los nudillos pelados, y el chamorro marcado, eran pruebas fehacientes de los maltratos que recibí por hacer mal la Q mayúscula, y por tener una pierna afuera del mesabanco.
Me hubiera gustado que hubieras visto a mi mamá; para que me lo platicaras, porque yo no quise ver nada. Nomás de verla cambiar de color cuando le estaba contando mis párvulas cuitas, y se empezó a transformar en un tipo de moderno Dr. Jekyll, pero en su versión mamá, casi me arrepentí de delatar a la maestra. Gracias a la inaudita maniobra de entrar hasta la oficina de la directora, como si estuviera en su casa; a los gritos proferidos contra la maestra, exigiéndole que no se le ocurriera volver a tocar a su hija; y la amenaza de demandar a quien volviera a faltarme el respeto, cosa que nunca cumplió (porque ni fue necesario), ninguna profesora jamás volvió a utilizar ni el puntero, ni el borrador, ni los pellizcos, ni nada. Con nadie.
Ejemplos como este seguramente habrá muchos, en otro montón de escuelas más, en cada generación habida y por haber, y con otro número así de grande de alumnos, alumnas, y profesores y profesoras, inmiscuidos en conflictos, obtenidos con razón o, incluso, gratuitamente. La mía, fue una experiencia verdadera que, afortunadamente, gracias a mi guerrera mamita, no pasó a mayores. Tampoco quiero decir que ella fue el hito que marcó el antes y el después de que puso en su lugar a la maestra, pero tal vez esa fue una muestra más del principio del fin de una educación escolar inflexible, intolerante, y con mucha sumisión. Por lo menos, en esa escuela.
Pero ¿cuántos otros casos habrá, incluso mucho peores que el mío? ¿Cuántas historias de terror, que ocurren dentro de las aulas, o en el patio de recreo de cualquier institución, se contarán públicamente? ¿Cuántas otras se ocultarán y se dejarán, injustamente, pasar? Ciertamente, no todos los profesores y profesoras somos unas peritas en dulce, y cada persona ha (hemos) conocido casos verdaderamente crueles en los que los docentes ejercen su poder de manera terrible y abusiva.
Sin embargo, tampoco debería de culpársenos de manera generalizada por ser unos villanos sin escrúpulos, especialmente cuando nuestros trabajos, nuestras evidencias, nuestros logros, y nuestro amor por la docencia y nuestros alumnos y nuestras alumnas nos preceden. Y nos enaltecen. Pero, por otro lado ¿cuántos otros casos serán absolutas falsedades dichas con tal de destrozar la reputación de cualquier maestro o maestra inocente? ¿Cuántos y cuántas más de los que tan arbitrariamente acusan, buscan imponer su aparente poderío, al no poder obtener lo que quieren de los profesores y profesoras de sus hijos o hijas?
Más pronto de lo que imaginé, tal vez en un movimiento ligeramente kármico de la Vida, estuve del lado en el que habían estado mis maestros, a los que hice puré con mis palabras y mis acusaciones. Se me olvidó el viejo, aburrido y gastadísimo aforismo que reza: “la vida da muchas vueltas”. Y ahora en mi posición de docente, y aún peor, independientemente de que mi comportamiento fuera dulce y condescendiente, acre y perverso, o sensato y equilibrado, me di cuenta de que, en cualquier circunstancia, y en casi cualquier situación, somos los maestros y las maestras contra el mundo. O el mundo contra nosotros. Y quien se propone hacernos pagar, lo logra si pone el suficiente empeño en ello…
Hoy más que nunca se cuecen conflictos verdaderamente ácidos entre los y las docentes y los estudiantes; y, todavía peor, entre los docentes y los padres y madres de familia.
Recordando cómo mi papá y mi mamá me inculcaron el recalcitrante respeto a mis maestros y maestras; viendo atrás al hecho de cómo los docentes tuvieron, en algún tiempo, una importancia excepcional en el quehacer educativo, social y hasta moral; pensando en cómo los profesores y profesoras, junto con los padres y madres de familia, se aliaban a favor del bien de los niños y las niñas, los jóvenes, y todos aquellos o aquellas bajo cualquier tipo de instrucción académica, se me ocurre preguntar ¿en qué momento se rompió el mutuo respeto entre los profesores y las profesoras, y el resto del mundo? ¿En qué momento nos volvimos casi adversarios?
De los conflictos que se dan en el aula, puedo culpar a los choques de personalidad; a los diferentes estilos en la comunicación; a la discrepancia entre los métodos de enseñanza dados, y los que los demás esperan; a la incompatibilidad en las expectativas de los involucrados o, incluso, a la discordancia en la innegable valentía que deben tener los maestros y maestras, y la contundente determinación que deben tener los alumnos y alumnas en sociedades que cada vez se arruinan más.
Debo, con toda honestidad, situarme en el papel de defensora de mi maltratado gremio. Pero jamás a ciegas. Sé, como dije antes, que no todos los maestros han sido blancas palomas. Pero he sido maestra más de treinta años, y cuando fui maestra de educación básica y media, sentí que, en algún punto, el trato que había recibido, más de padres y madres de familia que de alumnos y alumnas, se había comenzado a avinagrar. Bastaba una llamada de atención, una nota reportando alguna tarea no cumplida, o algún mensaje denunciando alguna falta de respeto, e inmediatamente me contactaban. Y ahí, en esa pequeña reunión, me hablaban de manera grosera, a veces agresiva; y me provocaban de manera inclemente.
Lo peor es que eso no terminaba ahí. Algunos padres y madres decidían dar el golpe final, e iban a hacer leña del árbol caído contando la versión de su historia a la coordinadora, la directora de sección, y hasta la directora general, en la que yo (u otros profesores y profesoras) era una cruel y maliciosa bruja, y ellos (y por supuesto sus inocentes mocosos y mocosas) eran las pobres víctimas.
Un breve intercambio posterior de palabras entre las autoridades y tu servidora para calmar los ánimos, y las cosas empezaban a enfriarse un poco. Casi nunca pasaba a mayores. Pero otras veces se tenían tan en cuenta las quejas de los padres y las madres de familia, básicamente infundadas, que no siempre salíamos airosos, pues hay personas que influyen más demanera negativa sobre las autoridades escolares, que demanera positiva sobre sus propios hijos e hijas. Afortunadamente, todo terminaba ahí, y sólo quedaban ciertos resquemores contra los quejumbrosos adultos. Pero no todos los profesores y profesoras hemos tenido tanta suerte.
Casos tan serios como el del maestro indígena Alberto Patishtán, a quien acusaron falsamente de la muerte de siete policías. O el de la maestra Laura Turrubiates, quien fue arteramente acusada de acoso sexual contra un estudiante, y de quien mostraron fotografías manipuladas en su contra. O el triste incidente el de la maestra Érika Silva, cuyo acusador había amenazado de muerte a la profesora, después de acusarla, sin veracidad, de maltratar a su hijo. También se encuentra el caso de la maestra Evangelina, quien enfrentó acusaciones falsas por parte de cuatro madres que alegaban maltrato estudiantil. O el de la maestra Olinca, a quien, en contubernio con las mismísimas autoridades escolares, acusaron también de manera artera de presunto acoso escolar.
Finalmente, y el último de todos ellos, es el de la maestra Tere, quien fue vinculada a proceso por un caso de violencia escolar, y por quien se busca impulsar una propuesta de ley que proteja a los profesores y profesoras quienes, por una situación u otra, sean falazmente difamados, ya sea por los padres o madres de familia, o por alguna otra autoridad escolar.
La forma en que se desarrollaron todos estos conflictos nos mueve a prestar atención a un número de disputas que se mueven fuera de los márgenes establecidos por la ley. El más palpable es que, dada una situación de acusación de una naturaleza tan delicada como las mencionadas anteriormente, las y los docentes carecemos de amparo tanto institucional como legal.
En este contexto, las proposiciones más concretas de la iniciativa ciudadana conocida como “Ley Tere” resultan relevantes, pero, primordialmente, llevan una sensación de urgencia. En lo particular, esta urgencia radica en implementar métodos de desagravio urgentes, ágiles, y concretos para aquellos docentes que hayan experimentado falsas denuncias, respetando los procesos de manera íntegra; en instaurar métodos de apoyo legal y emocional que aseguren el acompañamiento adecuado, tanto de docentes, estudiantes, e, incluso, padres de familia y/o tutores; pero, sobre todo, en castigar ejemplarmente a quienes presenten acusaciones falsas.
Los casos de dichas acusaciones contra docentes dejan ver la tremenda fragilidad tanto del sistema educativo como del sistema penal en México. Quienes enseñamos, vivimos en la vulnerabilidad, careciendo, muchas veces, de la protección legal e institucional necesaria para enfrentar este tipo de situaciones.
Iniciativas como la llamada “Ley Tere” resultan de la necesidad de respuestas urgentes ante problemáticas como las mencionadas, al presentar leyes claras que castiguen cualquier tipo de denuncias arbitrarias, además de ofrecer apoyo emocional y legal a quienes dichas denuncias perjudiquen directamente.
Pero, tal vez ingenuamente, creo que ni siquiera deberíamos llegar a semejantes extremos. Hay algo en común que los padres/madres/tutores y docentes tenemos en común, y esos son el éxito y el bienestar nuestros bienquistos estudiantes, quienes deben recibir los beneficios de la formación pedagógica. Por ellos y ellas deberíamos ser capaces de resolver cualquier conflicto acaecido, con comunicación, empatía, y con un enfoque abierto en la colaboración y apoyo mutuos. Por ellos y ellas deberíamos escuchar atentamente las perspectivas de cada uno de los involucrados y las involucradas, con respeto, buscando beneficios en común para abordar los problemas, incluso desde antes de su creación, y todavía antes de que surjan con toda su fuerza destructiva.
Luchando siempre,
Miss V.
· BBC. (2013, November 1). Mexico indigenous teacher Alberto Patishtan is freed. BBC News. https://www.bbc.com/news/world-latin-america-24767560?utm_source=chatgpt.com
· Méndez, K. (2023, Agosto 2). Acusan despido por denuncias falsas en la primaria Mariano Jiménez en SLP. Astrolabio. https://www.astrolabio.com.mx/acusan-despido-por-denuncias-falsas-en-la-primaria-mariano-jimenez-en-slp/?utm_source=chatgpt.com
· Contreras, K. (2018, Enero 18). Quitan a una maestra por falsas denuncias, acusan padres de una primaria, en Las Cruces, Acapulco. El Sur, Periódico de Guerrero. https://suracapulco.mx/impreso/3/quitan-a-una-maestra-por-falsas-denuncias-acusan-padres-de-una-primaria-en-la-cruces-acapulco/?utm_source=chatgpt.com
· Sandoval, A. (2025, Enero 16). Acusan a maestra en San Diego de la Unión de supuestos abusos; Padres de Familia La defienden. Periódico Correo. https://periodicocorreo.com.mx/municipios/2023/may/10/acusan-a-maestra-en-san-diego-de-la-union-de-supuestos-abusos-padres-de-familia-la-defienden-73482.html
· Aguilar, J. (2023, Marzo 6). Inculpan falsamente a maestros de Primaria en Iztacalco por agresiones y abusos a menores. La Crónica de Hoy México. https://www.cronica.com.mx/metropoli/padres-cierran-primaria-iztacalco-agresiones-abusos-menores.html?utm_source=chatgpt.com
Rivera, L., González, R., & Guerra, M. (2025, Abril 23). Ley Tere: Necesaria Pero insuficiente. Portal Insurgencia Magisterial. https://insurgenciamagisterial.com/ley-tere-necesaria-pero-insuficiente/#:~:text=Esta%20propuesta%20de%20ley%20busca,que%20esta%20ley%20pretende%20manejar.
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