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LOS RIÑONES

Writer's picture: yesmissvyesmissv

Que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” es un axioma tan dolorosamente cierto, que sólo comprendemos el sentido y el alcance de sus palabras hasta que, lo que teníamos, lo perdemos, porque hasta ese momento dábamos por hecho que, lo que teníamos, debíamos tenerlo. Y ya.


Cuando algo se me empieza a ir, o empieza a emprender la retirada, casi siempre de manera furtiva, sigo estando tan segura de su presencia en mi vida, con tal desfachatez, que ni siquiera reparo en su inminente futura ausencia. Es cuando ya no está ahí cuando descubro lo importante que era en mi vida, y de lo mucho que, sobre todo en medio del dolor, lo extraño.


Esto, obviamente, aplica para todo. Mis relaciones personales, mi trabajo, alguno que otro proyecto. La salud. Todas han sido cosas son cosas a las que no valoré mientras las tenía al cien. Pero todas esas cosas se cansan de ser ignoradas, y terminan por irse. Despacito e imperceptiblemente.


Leer esta vieja y marchita frase, pero no por ello menos cierta y valedera, en el momento en el que sufrí un problema de salud, a Dios gracias, no serio, pero no por ello menos importante, me recordó con unos dolores y contracciones pavorosas, que hay cosas en la vida, a las que no les doy su justo valor en la cotidianidad de la vida.


Cuando empecé a sentir ese pellizquito interno, acompañado de unos espasmitos, tan constantes como soportables, pero que fueron dando de sí a lo largo de la mañana, venía manejando al trabajo. Cantando y comiendo (*). La fuerte voz de la conciencia, pero a la que a veces elijo NO escuchar, me dijo que debía hacer algo al respecto. Como visitar al doctor, por ejemplo. Pero de nuevo, dar la salud por hecho, es algo que, dada nuestra naturaleza humana de querer creer (y querer) que está todo bien, ignoramos hasta el último momento posible.


Amigos y amigas. El día siguiente fue el acabose. El dolor era tal, que tuve que salir temprano de mi trabajo, para no regresar jamás. Fin.


Broma.


El dolor era tal, que tuve que salir temprano de mi trabajo, y con mucho dolor, y casi sin poder mantenerme erguida, tuve que manejar hasta el consultorio. Todo había comenzado igual que el día anterior: unos espasmitos bastante soportables, pero que a lo largo de las horas se fueron convirtiendo en verdaderos tormentos, que no me habían hecho llorar desde que, años ha, estaba a punto de dar a luz a mis bienqueridos herederos. Y ahora sí, ya no se me quitó…


Una revisión médica más tarde, la bolsa llena de fármacos que me hicieron flotar en algún momento, y dos días con todas sus veinticuatro horas cada uno, llenos de dolores que me hacían retorcerme y adoptar posiciones que no sabía que podía adoptar, el riñón empezó a concederme su perdón, pero no sin antes dejar muy en claro que en mi cuerpo, yo no mando del todo. Y que de él, no tengo el control absoluto.


En medio de mi tremendo delirio (que no delirium tremens), que a ratos me hacía perder le conciencia, y a ratos recobrarla con mucho dolor y fiebre, me di cuenta de otra cosa. Que muchas veces, a pesar de sus edades e intereses tan diferentes a los míos, también doy a mis hijos por hecho. Lo sé que porque estamos viviendo en la misma casa, porque he intentado inculcar la compasión en ellos, y porque hasta antes de ponerme mala, suponía que mis hijos eran un tentáculo mío, y no los propios dueños de sus propias mentes, sus propios corazones y sus propios riñones. Los encomié por ser unos hijos tan amorosos, tan generosos, y por estar completamente dispuestos a cuidar a su adolorida madre, aunque lo merezca poco.


Cuando acto seguido publiqué en redes sociales un agradecimiento a mis queridos hija e hijo por fletarse en mucha medida, y hacer mucho más llevadero, mi dolor, una amiga mía, antes de compadecerse de mí, me preguntó que si había un lugar o una situación en donde ya no quisiera estar. Supongo yo que resultado de ello sufrí yo de esta espantosa infección renal, que sólo le puedo desear a mi peor enemigo.


Muy diplomáticamente le contesté que podría ser, y que me dejara masticarlo. Aunque, con toda honestidad, me hubiera gustado contestarle con un rotundo . Sí hay lugares y personas en donde ya no quiero estar. Hay situaciones y pensamientos que ya NO quiero tener. Pero ¿eso qué tiene qué ver, o qué?


Es bien sabido por todos, o casi todos, que muchas de las dolencias físicas, si no es que todas, son el resultado de un mal emocional o espiritual mal tratado y maltratado. Muchas veces mi terapeuta, la mujer con nombre de diosa Romana, me dijo que los males que nos aquejan físicamente, tienen su raíz en lo emocional o en lo inconsciente. Ciertamente la mayoría de nosotros hemos experimentado que, después de una situación incómoda, nos duele la cabeza o el estómago. Una preocupación nos provoca dolor de cuello o de espalda.


Pero esto era otra cosa.


El doctor con el que fui me dijo que “los riñones son unos órganos chiquitos, de tamaño aproximado al de un puño, y si es uno de mis puños, más chiquitos todavía. Que tienen forma de frijol, y que están situados justo debajo del tórax”. Información que sirve, pero que no cura. Apresúrese, mi doc. Por favor…


Me dijo también que los riñones sanos (o sea, el mío en ese momento, no) filtran aproximadamente media taza de sangre cada minuto, eliminando los desechos y el exceso de agua para producir orina, etcétera, etcétera, y que la mayoría de las mujeres sufrimos infecciones renales en algún momento de nuestra vida, lo que no le pareció muy simpático a mi hija.


Ya cuando había alcanzado la calma física, y podía pensar derecho, me acordé de que la mujer con el nombre de diosa Romana, también me había dicho algún día que lo que pasa en los riñones, no se queda en los riñones, sino que está relacionado con el balance de las emociones, el sexto sentido, y la habilidad de depurar las energías negativas.


¿De dónde, o de qué, quiero correr? ¿De quién, o de qué, quiero escapar?


Me dijo que hay quienes creen que la base de las emociones no se encuentra en el corazón, sino en los riñones; y que son también el lecho de la madurez, la sensatez y la prudencia. Y que, al estar conectados con las emociones, sobre todo aquellas conectadas con las relaciones con otros y lo otro, y por ende, con la toma de decisiones, son un maravilloso filtro de las muchas emociones y energías que su servidora les viene manejando a lo largo de un día cualquiera.


Bueno. Los riñones son tan destacables como maravilla del cuerpo humano, que el mismísimo Rey David, no sólo cantó “Las Mañanitas”, sino que compuso una melodía donde, específicamente, menciona a los riñones. “[…] Porque tú mismo produjiste mis riñones; me tuviste cubierto en forma protectora en el vientre de mi madre. Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy hecho maravillosamente. Tus obras son maravillosas, como muy bien se da cuenta mi alma.”…


¿De dónde, o de qué, quiero correr? ¿De quién, o de qué, quiero escapar?


Mi amiga y su pregunta incómoda son los medios que utilizó la vida, como tantos otros ha utilizado antes, para llamar mi atención, y tratar de sacarme, otra vez, de la comodidad que me da la inmovilidad. Para jalarme fuera del húmedo y tibio hueco de mi seguridad.


No es la primera vez que hablo del miedo que me da deshacerme de las proyecciones que mi tribu ha tenido de mí, casi desde antes de nacer. Y tampoco es la primera vez que me veo forzada a hacer un cambio, más por necesidad que por deseo, aunque mi deseo a veces sea más fuerte que mi necesidad. O aun cuando la línea que separa a los dos, se desdibuja algunas veces, se desfigura otras tantas, pero no termina por borrarse del todo.


¿De dónde, o de qué, quiero correr? ¿De quién, o de qué, quiero escapar?


Acabo de leer que, en la medicina tradicional china, los riñones también están relacionados con el miedo y la valentía. Una dicotomía que tiene que encontrar un perfecto balance, para poder que podamos ser capaces de afrontar los fantasmas del miedo, pero también de ser capaces de mostrar valor en escenarios adversos. De otro modo pasa lo que me pasa a mí, y que seguramente vengo arrastrando, entre consciente e inconscientemente, desde hace tiempo: un miedo muy descarado, una ansiedad muy descortés, o una cobardía muy desbocada.


El primer paso es siempre el más difícil, dicen que dice la gente. En mis circunstancias, a veces creo que tiene mucho de quimérico. Aunque, por lo menos, ya empecé escribiendo al respecto. Ahora tengo que dar el paso que sigue, que es casi tan imposible como el primero.

Porque, ¿a quién quiero engañar?? ¡Claro que sé de dónde, de qué y de quién quiero escapar!


Claro que me doy cuenta de que esta es una llamada para el renacimiento, la renovación, la restauración. Pero estoy acostumbrada a fingir sordera, de simular ceguera, y de aparentar mudez.


Claro que me da miedo dar pasos en falso, o no pisar sobre el terreno aparentemente estable de la supuesta solidez y la falsa seguridad. Pero estoy acostumbrada a fingir que todo está bien, a simular que no pasa nada, y a aparentar que nada me molesta.


Claro que hoy fueron los riñones los que me sacudieron mi estropeada falta de voluntad, mi truncado desarrollo espiritual, y mi atascado progreso emocional. Y espero que quede ahí, y que los otros órganos no vayan a seguir el ejemplo de rebeldía e insubordinación que mis riñones, tan atinadamente y a base de espantosos dolores, me provocaron, muy para mi propia sorpresa, a abrir los ojos, los oídos y la boca.


Bueno. A ver qué pasa…


En medio de la recuperación,

Miss V.


(*) Nota. Me venía comiendo unos pretzels, razón por la cual, por asociación, ahora los odio con toda el alma. Gracias.

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