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LOS QUE NO PUEDEN, ENSEÑAN

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • May 15
  • 5 min read


Hace muchos años, cuando estaba en mis pininos en el gratificante pero exhaustivo arte de la docencia, mi profesor de inglés favorito, un noruego amable y conocedor, que sí parecía europeo, pero que distaba mucho de parecer un Vikingo, por su corta estatura y por su falta de corpulencia y barba, nos dijo a un grupo de profesores a su cargo que “los que no pueden, enseñan”.


Una declaración muy descarada viniendo de él, quien había elegido la profesión desde que, según él mismo, había estado cursando la secundaria allá en sus Nórdicas tierras. Profesión a la que, por cierto, le hacía honor con coherencia, integridad y gran interés, demostrando una disposición irreprochable que cimentó su excelente reputación como uno de los mejores profesores de la ciudad, por mucho tiempo.


Bueno.


Dada mi juventud e inexperiencia en las artes magisteriales, su oración me causó cierta indignación, pues, unilateral como era mi ideología en aquel entonces, creí que se refería a que, aquellos y aquellas que habíamos elegido la docencia como opción laboral y estilo de vida, se debía a que éramos unos inútiles en todo lo demás…


Al cabo del tiempo, me curé de aquellos característicos males de la juventud, tan parcializados, que lo obligan a uno a ser fiel a un solo punto de vista. Y, con un bagaje de experiencias un poco menos esquelético, me di cuenta de que ese dicho tiene una significación absolutamente diferente: que aquellos que no pueden figurar en la carrera de su elección, puede que no tengan de otra más que enseñar.


Ahora bien. Esto no significa que los maestros o maestras de profesión seamos el epítome de la perfección académica, porque, ciertamente, en todos lados se cuecen habas. Y de que los hay maletas, los hay, con todo y título de "docente" en la mano…  


Pienso que es una bendición que los que estamos en este trabajo, lo hayamos elegido desde la primera vez que tuvimos que elegir lo que fuera que nos ayudara a sobrevivir, pero, sobre todo, algo que amáramos hacer. Pues, que la gente elija enseñar por no tener éxito en sus elecciones primarias, puede llegar a poner a la docencia en una posición de “trabajo de segunda”.


O más bien, siendo optimistas, en una situación en la que el magisterio abraza a cualquiera que sienta el llamado de la enseñanza. Porque, puede ser, que algún abogado o abogada, cualquier dentista, o algún comunicólogo o comunicóloga u otros, encuentren la verdadera felicidad y la máxima plenitud en la docencia, una amiga que es tan atractiva y hermosa, como exigente y celosa, pero que puede volverse monstruosa si no se le quiere como ella quiere.


La docencia puede llegar a ser una muy inconveniente y antipática contendiente, si no sabemos cómo tratarla. Pues, si habiéndola elegido con todo conocimiento de causa nos llevamos tremendos chascos, aquellos que la han elegido con el “mientras tanto” en mente, la pagan tarde o temprano.


En pocas palabras, el magisterio no es cosa fácil. Para nadie.


Para empezar, es esencial tener claridad al respecto de la docencia, cosa que, obviamente, ningún maestro o maestra principiante conoce. Y si a eso le sumamos a todos aquellos y todas aquellas que entran a ella con un tipo de despecho, o con cierto resentimiento nomás para ver qué pasa, entonces la cosa se pone peor.


Por otro lado, con mucho orgullo, puedo jactarme de que la mayoría de los profesores y profesoras que he conocido, incluida yo misma, somos muy buenos en nuestra labor. Muchos y muchas somos calificados, diligentes y eficaces en las faenas de las aulas. A veces, hasta fuera de ellas. Trabajamos, en buena medida, por razones, sueños, y objetivos personales, casi todos ellos provenientes del corazón. Sabemos que jamás nos haremos de dinero dando clases pues, por el contrario, la docencia es una profesión mal remunerada y laboralmente explotada. Además, nuestra labor abarca muchas más horas de las que se estipulan en nuestros contratos. Y, aun así, seguimos eligiendo quedarnos, pues seguimos creyendo en mundos mejores, en sociedades más justas, en futuros más prometedores.


Enseñar es una labor de amor, efectivamente. Pero estresante hasta la pared de enfrente. Y si se entra a ella con la consigna del “por ahora”, del “mientras tanto”, o del “a ver qué pasa”, entonces quien la abraza puede llegar a convertirse en un terrible, pero triste, docente. Como dije antes, no todos estamos exentos de llegar a ser terribles y tristes, pero esta mala elección, hecha sin corazón, los convierte en un tipo de personas señaladas, que solo traen mala fama a nuestro ya históricamente vilipendiado quehacer.


La expresión “los que no pueden, enseñan” me sigue molestando todavía, pero de una manera diferente. Admito que el comentario podría no tener relación directa con el conocimiento de los profesores, pero sí podría, de hecho, provenir del desconocimiento que tienen otros acerca de la labor docente. Además, manifiesta una inclinación que tiene poco que ver con la intelectualidad, el interés, y el corazón de los verdaderos profesores, mostrando una falta de respeto por el trabajo de estos últimos.


Los que no pueden, enseñan. Es cierto. Pero esto no es exclusivo de la docencia. Habrá quien se aliste en el ejército, porque no tienen nada mejor que hacer. O quienes ingresen al seminario, o a un convento, con el mismo despecho, o con el mismo resentimiento contra la vida que tiene un cuasi docente, nomás para ver qué pasa.


Hay practicantes, funcionarios, y profesionistas mediocres en todos los espacios laborales. Pero somos los profesores y profesoras, tal vez por ser un fácil centro de atención, quienes ocupamos un lugar especial en el encono de algunas personas.


Sin embargo, la aseveración que da título a este escrito no aplica para todos los que entraron a la docencia sin ser, necesariamente, docentes. Felizmente, también estoy rodeada de abogados o abogadas, dentistas, comunicólogos o comunicólogas, y otros tantos y otras tantas más, cuyo primer encuentro con la docencia fue meramente fortuito, pero su amor por ella es tan grande y genuino como el de cualquier otro docente que se entrega a su labor.


Para muchos de nosotros, a pesar de las vicisitudes de la profesión, la docencia es algo que llevamos bien tatuado en el corazón. Impartir conocimientos a los y las estudiantes es algo que me nos llena de vida, y nos hace sentir casi tan jóvenes como ellos.


Los que pueden, los que quieren, pero, sobre todo los que aman, enseñan. Pero también enseñan quienes creen en mundos mejores, en sociedades más justas, y en futuros más prometedores.


¡Feliz día, colegas!

Miss V.

 
 
 

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