LOS CAEMEBIÉN
- yesmissv
- May 20
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Vivir en sociedad ha evolucionado a lo largo de los siglos. El deseo de socialización y convivencia obedece a la necesidad de aceptación que tienen los miembros de cualquier grupo social. Esta socialización es llevada a cabo con el fin de hacer perdurar la especie. Y, dentro de esta socialización hecha en comunidad, se encuentra el buscar ser querido, o por lo menos aceptado, pues eso también significaba obtener los beneficios propios de cualquier grupo al que se pertenece.
Ciertamente, hoy en día se cree que es mucho más fácil desarrollarse cuando se trabaja de manera independiente. Pero eso no significa que las conexiones sociales no sean altamente benéficas para un desarrollo pleno. Una red social sana, segura, y sensata, puede ayudar a preservar la salud física, mental y emocional de cada uno de sus miembros en lo individual.
Por ende, está también en la naturaleza de cada individuo querer ser aceptado. Y querido. Disfrutar de las mieles de la aprobación ajena, no es ni nuevo, ni lo único, ni lo último que desea una persona, pues todos hemos buscado aceptación, en alguna situación u otra, durante toda nuestra vida.
Y, aunque todos preferimos ser alabados que criticados, habrá quienes puedan superar la desaprobación, seguir adelante, y centrarse en sus “áreas de oportunidad”. Lo que creo verdaderamente malo es llegar al extremo de obsesionarse con obtener la aprobación de los demás a costa de las propias decisiones, interfiriendo así con nuestra paz mental y emocional. Y hasta con nuestro modo de vida.
Querer gustar a los demás, y que la existencia misma pierda un poco de su sentido al recibir comentarios negativos, puede llegar a causar tal ansiedad que, a veces, las personas cambiamos nuestras estrategias completamente, con el fin de que esto no vuelva a ocurrir, y estar en buenos términos con todos.
Te voy hablar de un grupo de personas que, precisamente, hicieron eso: cambiaron sus tácticas de socialización, para evitar sentirse heridos por las críticas y la desaprobación ajenas.
Estas personas llevan todas el mismo apellido, pero no son, necesariamente, familia. Ellos son un grupo viejo, pero en el que hay, incluso, jóvenes y niños. Todos se agradan, aunque no necesariamente se quieran; todos se reconocen, aunque no necesariamente se respeten; y todos tienen el mismo objetivo, aunque no necesariamente lo quieran reconocer: caerle bien a cualquiera que se atraviese por sus caminos, aunque sea de manera esporádica o temporal.
Ellos son los Caemebién.
Los Caemebién basan parte de su felicidad en el cometido personal de ser reconocidos, a como dé lugar, por su indestructible sentido del humor, su inquebrantable optimismo y sus inextinguibles sonrisas. Los Caemebién tienden a la verbosidad y a la elocuencia y, la mayoría de las veces, su ocurrente oratoria les granjea tanto constantes admiradores como frecuentes adversarios.
Aunque los Caemebién afirmen ser personas a las que no les importa lo que los demás (en lo particular esos adversarios) piensen de ellos, llenando sus retóricas de “me vale”, “yo sabré”, y “que se aguante”, en realidad su objetivo es complacer a todos, en todo momento.
En cada grupo social hay, por lo menos, un Caemebién. A veces puede que haya más, porque lo Caemebién se copia o se hereda. Y en muchas ocasiones, se refina pues, por intereses absolutamente relacionados con el amor propio, los Caemebién pueden llegar a obsesionarse por caerle bien a todos, particularmente a aquellos a quienes los Caemebién no les agradan tanto.
Los Caemebién tienen la tenaz disposición de hacer casi cualquier cosa por casi cualquier persona con tal de mantener las buenas relaciones, y no entrar en conflicto. Por eso, cuando llega a surgir algún problema que ponga en entredicho su encanto, o cuando ven que están en peligro de llegar a pasar desapercibidos en alguna situación social u otra, o cuando sienten que su fachada de buena-ondez corre peligro de caerse, los Caemebién toman la batuta al momento, comienzan a hacer comentarios chistosos, a contar chistes viejísimos, y a pretender enganchar a la gente en conversaciones que ponen el momento humorístico en alguna situación otrora estresante.
Después de tantos años de intentar ser del gusto de los demás, los Caemebién encuentran muy difícil autocontrolar sus solícitas decisiones, y saben (o sospechan) que su autoestima está directamente relacionada con la cantidad de personas que les aprecian, en lugar de cómo se sienten con ellos mismos.
Hasta que un día, después de muchas horas de ayuda e introspección, como una Caemebién más, empecé a comprender lo liberador que puede ser no tener la presión de cumplir con las expectativas de aquellos que saben que, ciegamente, podía decir que sí a todo. De caer en cuenta las ventajas que trae no preocuparse por seguir agradando a tontas y locas, y que podía tomar decisiones con base en mis propios deseos, no en el beneplácito de los demás.
Poco pensé, hasta que me reflejé en otros Caemebién, que lo que a algunas personas les parece agradable lo que digo, a tantas otras puede parecerles antipático. No sólo es la educación recibida, el trato diario con otros, o las decisiones personales lo que nos orilla a querer agradar. La exposición social, el miedo a la desaprobación, o las contradicciones en las opiniones, son también factores que van en detrimento del verdadero amor propio. Si el mundo está lleno de personas con discernimientos variados y razonamientos diferentes, ¿por qué buscar agradar a todos?
Mientras más me preocupaba por caerle bien a los demás, estoy segura de que aquellos a quien buscaba satisfacer, estarían preocupándose por ellos mismos, no por mí, exclusivamente. Es lógico. Cada uno vemos al mundo desde nuestra propia perspectiva. Por ende, mi opinión acerca de ellos podría no ser su principal inquietud. De a poco me he dado cuenta de que soy importante para quien debo ser importante. Y lo mismo pienso yo de quien me es importante a mí.
Agradar sin sentido no trae ni bienestar ni tranquilidad. ¿Cuántas personas habrá en este plano que no han buscado nunca la aprobación de nadie, pero que han llegado a ser felices? Tampoco está mal tener opiniones diferentes a las de los demás, pues eso no significa que estemos equivocados. Sólo que tenemos nuestras propias ideas, nuestros propios sentimientos, y nuestros propios objetivos en la vida. Si el miedo a caer mal me lleva a disimular mis sentimientos, o a esconder mis opiniones, entonces no estoy viviendo una vida cien por ciento legítima.
Y, ni te imaginas lo que ha pasado desde que dejé de intentar complacer a los demás.
Nada. No ha pasado nada. Pero a la vez, ha pasado mucho.
Sentirme tranquila con no agradar a los demás me ha ayudado a madurar y a fomentar mi fuerza y mi paz interiores. He aprendido, aunque honestamente, no sin algo de dolor, que las críticas son plataformas que empujan a la superación personal, o herramientas que provocan el crecimiento mental. Y ellas, las críticas, me han ayudado a desarrollar mi inteligencia emocional y la habilidad de afrontar situaciones difíciles con la gracia y la madurez que una mujer de mi edad debería tener bajo control...
Ahora bien. ¿Me preocupa lo que los demás piensen de mí? Sí. Todavía. A veces mucho más de lo que quisiera. Pero de a poco, me doy cuenta de que mis resoluciones son más precisas, porque son personales, y están alineadas con mis valores, mis aspiraciones y mis deseos.
Está en nuestra naturaleza, como le mencioné arriba, desear ser aceptados. Pero desde este momento, me comprometo a seguir viviendo mi verdad, mis valores y mis principios, pero en mis propios términos. Deberé recordar que, sin importar la significación de mis múltiples papeles en la vida, ni mi deseo por agradar a todos a toda costa, siempre habrá alguien a quien, por cualquier razón, no le agrade en absoluto.
Debo convencerme de que, efectivamente, no pasa nada.
Pero lo que sí puedo controlar es buscar mi propio crecimiento, ser mejor que ayer, y tener claro qué valoro en realidad.
Me caes bien.
Miss V.
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