LO QUE ÉL ES, YO NO SOY
- yesmissv
- Mar 3, 2023
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Hace muchos años, cuando esta servidora de ustedes estaba apenas cursando segundo de párvulos, nombre antiguo que recibía el “kinder”, viví mi primera inusual experiencia de convivir con unas gemelas. Era la primera vez que veía a dos personas que, físicamente, se parecieran tanto, o que fueran casi indistinguibles la una de la otra:
Las dos eran altas, y aunque estoy segura de que no tendrían más de ocho años, para mí eran grandísimas.
Las dos eran robustas, pero quiero creer que su tamaño, tan diferente al mío, era lo que me hacía verlas así de sanas.
Las dos eran burlonas y tramposas. Unas aprovechadas que se pasaban más tiempo en la dirección, que en su salón de clase.
Pero las dos eran grises, mas sólo Dios sabrá si eran grises porque en verdad lo fuesen, o porque mi recuerdo de ellas es ya de ese color. Hace tanto tiempo…
Obviamente, mis rodadas por la vida, amén de mis actividades como docente, me hicieron encontrarme después a muchos otros gemelos, cuates, trillizos y hasta cuatrillizos. Unos muy parecidos; otros, no tanto. Unos del mismo sexo; otros, no. Unos felices por tener uno o más clones de ellos mismos; otros, muy infelices por la misma razón.
Al cabo de mi fortuita, corta y casi nimia relación con las primeras gemelas en mi vida, quienes, seguramente, fueron más interesantes para mí que yo para ellas, después de un tiempecillo de verlas casi a diario, llegué a la sorpresiva conclusión de que, aunque esas niñas tan grises tenían la cara, la voz y el pelo igual, resultaron tener una clara diferencia, ya que una corría con agilidad y soltura, y sonreía mucho más. La otra, de manera por demás opuesta a su hermana, era un poco más severa, y además se tropezaba con todo y con todos.
Lo cual fue, hasta cierto punto, una pequeña decepción para mí. Porque, cuando uno es niño, uno cree muchas cosas, y yo creía que los gemelos deberían ser iguales en todo: que deberían tener la misma estatura o el mismo color de pelo; o que deberían sonreír y vestirse igual. Que los dos debían ser delicadas mariposillas, o ambos, unos verdaderos tarambanas. Que los dos deberían ser buenos, o los dos, malos.
Ya después descubrí que existía el término “gemelo malvado”, y ahí ya la cosa cambió, pues.
Ahora, si bien los gemelos NO tienen porqué ser iguales en todo, nomás porque son iguales de cara, me imagino que los hermanos, menos parecido en muchas cosas debemos de tener. Por eso, a veces ocurre, que las diferencias (¡o las similitudes!) entre la misma sangre son tantas, gemelos o no, que la gente va encontrando acomodo también entre completos desconocidos (o cuasi desconocidos) que añaden a veces sin querer, a veces, queriendo, variedad en el paso por este plano, una transformación en los puntos de vista o los sentimientos, o más gente a las redes sociales, nomás: primos, vecinos, compañeros de escuela o de trabajo, grupos con los mismos objetivos, personas que asisten al mismo bar. Yo que sé…
Mi vida ha girado en torno a muchos de los montones sociales recién mencionados, y en todos, si se da la chispa adecuada entre los otros y yo, entonces habrá cabida. Pero, independientemente del número de círculos sociales en los que nos movamos, siempre habrá mayor compatibilidad con unos que con otros. La chispa adecuada, precisamente.
Habrá más “gemelismos”con un nuevo conocido, tal vez, que con el viejo compañero con el que se compartió el vientre. Obviamente, no lo sé, porque gemelos no tengo, sólo hermanas que, según algunos, son tan igualitas a mí, que hasta nos confunden.
Pero buscar esa cabida es parte de la naturaleza humana, creo yo. Esa, la que da lugar a querer socializar, a querer encontrar. A querer pertenecer.
Y pertenecer es lo que afortunadamente encuentra el que sabe buscar, sobre todo cuando el que encuentra, empieza a decir: “soy de…”, “trabajo en…”, “conozco a…”, entre otras frases de pertenecimiento.
A partir de aquí, pueden surgir inclinaciones, confianzas, afectos, y a veces, hasta relaciones matrimoniales, o de “otro tipo”.
Relaciones sociales o de negocios. ¿Qué más!?
Llegando con honestidad a cualquiera de estas relaciones, se puede asegurar el éxito de las mismas por mucho tiempo. O por lo menos durante el tiempo que esté escrito en nuestras historias. O tal vez, por el tiempo que nos dure el deseo de permanecer en ellas.
Por eso, al inicio de una relación, cualquiera que sea la naturaleza de ésta, nadie visualiza, ni de chiste, que esa relación tiene la probabilidad de llegar a su fin. ¡Si todavía ni empieza! Entonces, ¿para qué echarle la sal desde ahorita? Ésto, lo de la visualización de uniones eternas, considero que es bueno para el espíritu, porque eso nos ayuda a entrar a una relación, cualquiera que sea la naturaleza de ésta, con deseos de conocer, con la motivación de crecer, y/o con el anhelo de caminar al lado de alguien quien nos es tan afín. Pero, insisto, sólo si se llega a ella con honestidad…
Y así, con este don que se ha perdido tanto, el de la honestidad, se deja uno llevar. En muchas ocasiones, cuando encontramos en otros la pieza que nos faltaba, no sólo en lo emocional, sino en lo mental, lo espiritual, y puede que hasta en lo físico, incluso llegamos a desnudar el alma. A veces con cuidado, por si ya nos la han hecho antes. A veces con toda la libertad, aunque ya nos la hayan hecho antes.
El que entra con honestidad al vínculo proyectado, muchas veces sabe permanecer en la honestidad. El que no, es un seductor (o seductora) que busca el momento adecuado para aprovecharse de nuestra vulnerabilidad, o de la necesidad de afecto que todos, hasta el más frío témpano, tenemos.
Es una caza furtiva, en la que el cazador, seguro de su posición de severidad y control, aunque sonría y caiga bien, se lleva las de ganar. Casi siempre.
Si la presa lo permite.
Por eso, aunque caminemos por el mismo camino, aunque seamos compañeros, o tal vez, amigos; aunque tengamos una relación más profunda, o incluso estemos casados; o aunque seamos gemelos, o incluso siameses, lo que él o ella sean, yo no necesariamente soy.
Pero a veces, si sólo por vinculación, los que no nos conocen verdaderamente imaginarán que, por estar juntos somos iguales. Lo que corrobora el viejo, doloroso, pero no necesariamente certero, adagio que reza: “dime con quién andas, y te diré quién eres”.
Si la falta cometida por una persona con la que trabajo, o incluso con la que vivo, trasciende mas allá de los muros de la institución o la casa en la que los dos nos desenvolvemos juntos, desafortunadamente los demás no dirán: “él o ella cometió la falta”, sino “así son las personas que trabajan (o viven) ahí”. Es decir, la inocencia o la toxicidad en los andares de uno, nada tienen qué ver con la inocencia o la toxicidad del otro. Pero este es el momento exacto en el que debería deslindarme de con quien vivo/trabajo, aunque caminemos por el mismo camino, aunque seamos compañeros, o tal vez, amigos; aunque tengamos una relación más profunda, o incluso estemos casados; o aunque seamos gemelos, o incluso siameses…
O sea: lo que él es, yo no soy (necesariamente)...
Mi vieja creencia de que por ser iguales físicamente (o por trabajar en el mismo lugar), las gemelas grises (o los matizados colaboradores de una institución) deberían ser iguales en todos los aspectos, no aplica en ninguno de los campos de la vida; y hoy, menos que nunca en el área de trabajo.
Después de muchos años, volví a ver a una de esas grises gemelas. No sólo ya no era gris, sino que hasta me pareció algo colorida. Por el brillo de sus dientes al sonreír, supuse que era la risueña esa de antaño. No era. Me bastó ver cómo corría la calle, para saber que ésta era la severa.
Una breve indagación (o sea, una metiche búsqueda en la red social azul) me bastó para darme cuenta de que, la gemela severa había sido, en realidad, la apocada. Y que la gemela risueña, en su presencia pública tan maravillosa, pero con la privada ponzoña de sus modos, era la que las volvió grises. Pero que, así como yo, otros, también por asociación, las suponían iguales en todo. Tramposas y burlonas, incluido.
Con algo de angustia me doy cuenta que, aunque por asociación los de afuera nos vean a los de adentro como “iguales” por trabajar o vivir en el mismo lugar, también con esperanza concluyo que habrá almas más sensatas que se den cuenta de que, a pesar de nuestra asociación, inevitablemente coincidental o libremente escogida, afortunadamente, NO somos iguales.
Querido familiar, gemelo de vientre o casual, amigo de tantos o pocos años, compañero de trabajo, conocido eventual: discúlpame si llego a lavarme las manos de ti, y decir que, aunque caminamos por el mismo camino, aunque sea brevemente; aunque coincidamos en más cosas de las que me imaginaba; aunque nuestros objetivos sean los mismos, o apenas parecidos; lo que tú digas, lo que tú sueñas, lo que tú eres, yo NO soy.
Con igualdad,
Miss V.
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