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LA OBLIGACIÓN DE BUSCAR LA FELICIDAD

Writer's picture: yesmissvyesmissv

Hoy más que nunca, veo que la felicidad está de moda. En las varias redes sociales que les vengo manejando, noto que la mayoría de las publicaciones incitan a la felicidad, por medio de técnicas o procedimientos varios. Todo el mundo, desde los insufribles “influencers” hasta los seres humanos comunes y corrientes, parecieran tener el antídoto contra la miseria y la tristeza, que tanto afean las redes y las caras de los usuarios y de los ciudadanos promedio.


Ciertamente, todos estamos llamados a, y creo que todos debemos, ser felices, pues estoy segura de que, primero, existe una determinación natural hacia la felicidad; y, segundo, una de las razones de habitar en este planeta es vivir en felicidad. Yo no conozco a nadie, por muy pesimista que sea, que no busque sentir, mínimo, un poquillo de felicidad de vez en cuando. O sea, a todo el mundo nos gusta ser felices.


Qué es a ciencia cierta la felicidad, puede ser un enigma. No se describe con una palabra, pero sabemos que es buena. No se explica con una imagen, pero sabemos que la risa se ha utilizado como medio de representación de la felicidad. Pero las respuestas que utilizamos para contestar esta pregunta son tantas y tan variadas, que más bien dependen de lo que cada uno hayamos experimentado en nuestra cotidianidad, desde el momento de nuestras primeras alegrías y de nuestros primeros infortunios.


Pero ¿qué pasa si un día quiero sentirme miserable?


No se puede, chula. No hay escapatoria, pues a donde voltees a ver, la felicidad, o la ilusión de felicidad te va a perseguir a donde vayas.


Bueno, eso de querer sentirme miserable es un decir, porque, de querer, no creo que nadie quiera ser desdichado. Pero como dije, no hay escapatoria. Hoy más que nunca, hay una obsesión por la felicidad que entra por nuestros ojos, ronda por nuestras mentes, y se convierte en deseos de manifestarla. Todo el tiempo.


Pero también, estamos obligados a buscarla.


Ahora bien. Una obligación es un acuerdo entre dos o más partes, y yo no recuerdo haber firmado nada para tener felicidad. Pensé que era gratis. Pero no. Tenerla cuesta. Y cuesta mucho.


Es que, fíjate. Antaño, incluso en mis épocas infantiles, no se hablaba de la felicidad como se habla hoy. De hecho, mientras más se sufría, más admirado se era, pues se decía que ya tenía ganado el cielo. Como si ser feliz fuera pecado. Por lo tanto, el que era realmente feliz, y se atrevía a decirlo o demostrarlo, era sólo un comediante, o quizá hasta un payaso, en esta ancestral puesta en escena que es la vida, misma que había de ser prudente, juiciosa y sufrida, por lo que el “feliz” no era tomado en serio.


Por eso ¡a Dios gracias por las ovejas negras que buscaron su felicidad aún a costa de romper los casi indestructibles lazos del clan! Y que a la postre nos abrieron los ojos a los demás. Estos seres de energía renovada, a pesar de la herencia no-hablada de tener que ser seres sufrientes y dolientes TODO el tiempo, comenzaron a hacer propia su búsqueda de la felicidad. La hicieron su responsabilidad personal, independientemente del amor o el desamor de y para su tribu.


Pero, lo que alguna vez fue un objetivo o responsabilidad personal, hoy se ha convertido en una obligación social. Creo que hoy estamos más presionados que nunca antes por sentir felicidad a costa de lo que sea, aunque no necesariamente la tengamos. No importa el lugar, pues ya sea en la casa, en el taller, o en la oficina (¿viste lo que hice ahí?) nos presionan (o nos presionamos) a sentir felicidad, pues, aunque estemos tristes, tampoco a nadie nos gusta lidiar con gente triste. Es naturaleza humana…


Ahora bien, no apunto el dedo acusador a aquél o aquella que se regodea en sus desdichas públicamente y que, mientras más miserable sea, mejor se siente. Algo habrá en su domesticación que los mueve a ello. Pero la verdadera razón de la felicidad, es el reflejo de quienes somos en realidad, y de lo que nos viene persiguiendo, o venimos arrastrando, desde antaño.


No quiero que creas que estoy diciendo que en los lugares antes mencionados no debamos ser felices. Por el contrario. Es allí donde deberíamos encontrar la verdadera felicidad. A lo que quiero llegar es a que, a pesar de ser lugares en los que yo estoy la mayor parte del tiempo, casi siempre espero que mi felicidad sea perenne. Y esa, creo yo, no existe.


Para empezar, según las experiencias vividas en este hermoso plano a lo largo de mis bien vividos años, la felicidad es siempre personal, y en muchas ocasiones, tal vez también opcional. Puedo decidir ser feliz, sí. Pero quizá el agobio de la cotidianidad y de la urgencia por sobrevivir me han arrebatado, muchas veces, el deseo del encuentro con dicha felicidad.


Además, la felicidad es, según mis vivencias personales, un sentimiento efímero, que he sentido, he vivido y he advertido en algunas ocasiones, y no necesariamente en otras, aunque en esas otras requiera más de ella, y que en esos momentos en los que más la añoro, es cuando sé que existe.


También creo, y eso sólo lo creo yo, según lo mucho que he aprendido en mi paso por este planeta, que la felicidad es un concepto que mucho he confundido con otros sentimientos que me traen, también, cierta dicha. Y que el término “felicidad” es un término que he utilizado demasiado holgadamente para referirme a esos otros sentimientos u objetivos, como deseo, admiración, sorpresa…


Finalmente, desde mi muy personal punto de vista, la felicidad NO es una obligación, pero sí es una responsabilidad, aunque sólo para conmigo misma. No voy a fingir felicidad para acomodarme a lo que los demás esperan ver en mí, sólo porque eso los hace sentirse más felices a ellos. Tampoco soy una cínica, pero desde aquí debo aprender a que mi felicidad depende de mí, aunque yo también me empeñe en dejarla caer en otros. O sea, nadie tiene la obligación de hacerme feliz.


Para poder alcanzar la felicidad, sin que esta sea una obligación artificiosa sino un compromiso deseado, primero debo comprender su origen, y abrazar su objetivo. ¿De dónde surge mi deseo de felicidad? ¿Qué cosas, personas, acciones me dan felicidad? Y, en los momentos en los que soy feliz, ¿pude desentrañar su objetivo? Es más ¿puedo siquiera identificarla?


Tampoco se trata de crear un molde de felicidad en el que quepamos todos, sino tener la madurez de hacerme cargo de buscar la felicidad de acuerdo con mis propias necesidades y acciones. No hay soluciones únicas para alcanzar mi felicidad, o mis varios momentos de felicidad, así como no hay objetivos generales típicos que embonen en cada uno de mis deseos personales.


Y de todas maneras, no podemos hacer ningún molde porque la felicidad es una noción tan enigmática como amorfa. Significa muchas cosas, y a la vez no significa nada. La felicidad es una idea relativa, pues mis momentos de felicidad, no se pueden medir con los tuyos, aunque hagamos las mismas cosas, o hasta vivamos juntos.


Ahora bien. Me queda clarísimo, y tal vez muchos concuerden conmigo, que muchos otros compromisos morales tienen procedencia sobre la felicidad. Por ejemplo, engañar a tu pareja es inmoral, por lo que si dicho engaño le trae felicidad a alguien, el dominante moral de respetar mi relación y a la persona con la que vivo, es más importante que la felicidad que trae un acto tan atroz. O bien, si quiero recoger perros de la calle, ¿eso me trae felicidad aun sabiendo que no puedo mantenerlos? ¿o es solamente el resultado de alguna emoción pasajera?


Pero como dije, definitivamente no tenemos la obligación moral de ser felices a costa de nadie. Ni de nada.


La felicidad llega de imprevisto, y no se deja tocar ni ver. Sólo se deja sentir. Aunque trato de perseguirla con mucha frecuencia, se esconde, y sale cuando quiere. La felicidad es una viajera incansable que va y viene, pero que no se queda más que el tiempo que necesariamente debe quedarse. Y, aunque cuando llega quiero amarrarla haciendo las mismas cosas que la trajeron, esas mismas cosas provocan que se vaya de vez en cuando, escurridiza como es. Luego me rindo. Pero el encanto de la felicidad es tal, que vuelvo a jugar el juego que ella quiere que juguemos.


Entonces, ¿es mi obligación buscar la felicidad? Y si así es, ¿esta obligación es social? ¿moral? ¿personal? Creo que en un poco de todo por las siguientes razones:


Aunque no es mi obligación ser la provocadora de la felicidad de otros, cuando vivo momentos de felicidad, irremediablemente, las personas que viven conmigo, o que trabajan conmigo, repiten, por imitación o por contagio, según sus formas y sus historias, el estado de alegría en el que se encuentra uno, aunque sea momentáneamente, en un instante cualquiera. Pues como diría Don Lao Tsé, “El hombre sabio no acumula. Cuanto más ayuda a los otros, más se beneficia él mismo. Cuanto más da a los otros, más obtiene él mismo.”


La felicidad incluida.


Del mismo modo, el comportamiento ético de llevar a cabo la bíblica Regla de Oro, que predica que debemos tratar a lo demás como quisiéramos que nos traten a nosotros, además de vencer el propio desconsuelo, también aminora visiblemente el desconsuelo de los demás, lo que nos lleva a actuar en felicidad (en verdadera felicidad).


La obligación de ser feliz es demasiado grande e importante como para desconocerla, por lo que intento ser feliz incluso si eso significa que debo ocultar mis verdaderos sentimientos, lo cual me Traerá, en su lugar, infelicidad. Por ello, me he propuesto no fingir felicidad si no la siento realmente, pues finalmente, los sinsabores reales me traerán de vuelta al suelo de la amarga realidad.


Y, aunque la felicidad es contagiosa, sin embargo, no pretendo cargar con la obligación de fingir felicidad para complacer a quienes me rodean. Aunque amo a la mayoría de las personas con las que me codeo a diario, y aunque hayan sido ellos quienes me dijeron que no me enojara, y que fuera feliz, no habrá ficción.


La falsa felicidad, y la impuesta obligación de ser felices, es una carga demasiado pesada para llevarla sin sufrir efectos secundarios contradictorios a la felicidad. Tenemos derecho a tomar decisiones conscientes que, a la postre, sumen a nuestra noción de felicidad, en cualquier plazo que decidamos.


Buscar el trabajo que me satisfaga, rodearme de personas que hagan florecer mi mente y mi espíritu, pero empezar a vivir de acuerdo con mis elecciones, no necesariamente me traerá felicidad siempre. Por lo que, aun sabiéndome acreedora a la felicidad, y no sintiéndome obligada a vivir la apariencia ser feliz, debo estar preparada para experimentar, en el momento menos esperado, toda la gama de emociones que anteceden a la felicidad, y otras tantas que la preceden. Y que no son necesariamente tan hermosas como la felicidad. Y, sin miedo, debo tratarlas a todas ellas como efectos (y afectos) secundarios esenciales para mi evolución.


Entonces, será mi propia verdadera felicidad la que estoy obligada a buscar porque quiero y, finalmente seré feliz, pero bajo mis términos, mis búsquedas y mis objetivos. Y, sin exigirle que se quede, pero siempre en su búsqueda, que la felicidad llegue cuando deba hacerlo, aunque no se quede mucho tiempo.


Abriendo la puerta a la felicidad,

Miss V.

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