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LA MAMÁ DE MI MAMÁ

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Jun 13, 2024
  • 8 min read


De mis abuelas, tanto paterna como materna, tengo recuerdos muy vagos. Las dos dejaron este plano cuando yo todavía no sabía absolutamente nada de la Vida. Y aunque sigo sin saber muchas cosas, son las fotografías la únicas que me ayudan a recordar sus caras; y son las pláticas de mi mamá y mi papá las que me empujan a tenerlas en el corazón.


Las dos, según me cuentan todos los que las conocieron, fueron amorosas y solícitas. Ambas fueron buenas mujeres. Demasiado buenas, diría yo. Ambas, sin embargo, estuvieron también sometidas al poder de sus respectivos esposos. Una más que la otra pues, aunque ambas tenían hijos e hijas que las defendían continuamente, a una su esposo la proveyó con lo materialmente necesario, y hasta un poco más en ocasiones, para su interminable número de hijos. A la otra, el marido la proveyó con lo emocionalmente secundario, e innumerables faltas de respeto para ella y su abundante descendencia.


A pesar de sus muy diferentes modos de vida, mis abuelas fueron fuertes, y dotaron de fortaleza a sus hijos e hijas. Sobre todo a aquellos y aquellas que quisieron. A los demás, los que menospreciaron los consejos, la vida se encargó de darles fuerza. No a las malas, sino a las peores.


Con todo esto, mis abuelas se dieron a la tarea de educar, casi solas, a su innumerable prole, con un vasto número de consejos y regaños por parte de los abuelos, para quienes aconsejar a veces y regañar siempre era sinónimo de instruir. Los principios y los valores heredados, de los que pienso no se deben dejar morir, fueron casi todos heredados de madres a hijos e hijas, como casi siempre pasa en las sociedades míticamente matriarcales, como la nuestra.


Nosotros, los padres y madres modernos no somos la excepción. Como en todas las generaciones se da, las cabezas de familia creemos que estamos haciendo lo correcto al educar a nuestros hijos e hijas de tal o cual manera. Mi papá y mi mamá, por ejemplo, creyeron que era lo correcto educarnos casi exactamente igual que como los educaron a ellos, aunque nosotros perteneciéramos a una generación completamente nueva y diferente. Y yo, en turno, opté por tomar lo mejor de la educación que recibí, y embelesarla con un poco más de abrazos y besos que los que yo recibí, no por falta de amor, sino por exceso de costumbres.


Po eso, habiendo crecido en otros tiempos, tanto mi papá como mi mamá gran parte de su vida han llevado clavada en el corazón la sombría espina de la escueta educación que recibieron, sobre todo en situaciones que tiene que ver, por ejemplo, con la sexualidad, de la cual NO debe hablarse. Pero esa espina está tan profunda, que no la ven, ni la sienten, excepto cuando alguien la quiere mover con algún comentario que carece, según sus historias, de toda propiedad.


También llevan adherida al alma la marchita astilla de las rígidas reglas, sobre todo aquellas que tienen que ver, por ejemplo, con el rigor de las creencias, de las cuales NUNCA debe dudarse. Pero esa astilla está tan honda, que no la ven, ni la sienten, excepto cuando alguien osa sacudirla con algún comentario que está lleno, según su domesticación, de mala fe.


Sí. Creo que la formación que recibimos de nuestros padres y madres fue, precisamente, una especie de tendenciosa amalgama entre lo viejo, que estaba bien cincelado en el alma; y lo nuevo, que nuestros propios padres y madres no podían adoptar, por temor de ofender a sus propios progenitores.


Es cierto que la formación que recibimos nosotros fue ligeramente diferente a la que ellos recibieron de sus propios antecesores en turno. Pero no completamente. Y aunque tal vez dicha formación fue un poco más “moderna” para su época, siempre estuvo sujeta a lo que sus papás y mamás querían de ellos, no a lo que ellos querían para nosotros. También es cierto que, aunque nuestros padres y madres pudieron haber utilizado otros métodos y empleado recursos distintos de educación a los que ellos recibieron, su generación, tan asustada de abrir el corazón, tuvo que conformarse con impartir los principios casi como ellos los habían recibido.


Pues su amor, su admiración o su culpa eran tales, que muchas veces escuché, implícito en los consejos y comentarios de mi papá y mi mamá que, “si así lo hizo mi papá, así también tengo que hacerlo yo”. O bien, “si así lo hice yo, espero que tú hagas lo mismo”.


Dicho Lo anterior, aunque me haya explayado hablando de las abuelas, y esa haya sido la introducción de este texto, les platico que no es de ellas de quien voy a escribir el resto de este interminable mensaje. Sino de las hijas de sus hijas. De nosotras. Las que sufrimos también los embates de una educación que, emocionalmente fue tan sobria como las que nuestros papás y mamás, y las generaciones anteriores, recibieron; pero que quiso tener un poco, aunque fuera, de la desmedida libertad de la que gozan las generaciones de hoy.


Nosotras, las hijas de las hijas quienes, dadas las situaciones emocionales heredadas, casi siempre en contra de nuestra voluntad, nos volvimos a convertir en las mamás de nuestras mamás. Y, otras tantas veces, nuestras propias hijas se convierten, sin quererlo así, ni ellas ni nosotras, en madres nuestras.  


De los estudios de la psique no sé absolutamente nada. Y aunque de ser hija o mamá no sé tampoco tanto, por lo menos sé un poco más, a fuerza de lo que he vivido y lo que he aprendido a lo largo de muchos años de pisar este plano.  Por lo que, errada o no, me permito curarme en salud explicando que este escrito no busca marcar un hito, ni ser un esclarecedor de dudas, ni nada. Solo quiero escribir lo que siento, y ya.


Como muchas hijas, incluyendo a la mía, yo no tenía la ambición de ser mamá. Mi mamá es ama de casa, tiene tres hijas y tres nietos. Y, aunque ella parecía feliz, yo no quería necesariamente eso para mí. Ella nos educó tan bien como ella pudo y supo, e hizo un trabajo extraordinario. Excepto cuando me ponía a estudiar los libros de Gramática Española durante las vacaciones.


Mi mamá canta maravillosamente, cocina como una experta, la ropa blanca le queda impecablemente blanca, y sigue creyendo en el poder de la oración, no para curar los males físicos, sino los del alma.


Exceptuando las labores domésticas, mi mamá decidió, porque así lo quiso ella que es tan valiente y fuerte, cortar con los patrones de abuso familiar, y trató de hacer para nosotros una vida llena de más amor del que ella recibió. Amor que, por cierto, intento devolverle, dentro de mis muy limitados medios emocionales, con creces.


Sin embargo, a pesar de no querer hacer lo mismo que mi mamá hizo, finalmente repetí el patrón de muchas de sus situaciones de vida: yo también dejé mi casa hasta que me casé, yo también me casé a los veintitrés años, yo también tuve una hija un año después, yo también fui (y soy) ama de casa… Pero creo que fue esta mimetización, heredada y aceptada, la que dio lugar a la relación que llegamos a tener alguna vez, de absoluta dependencia mutua. No nos ayudó mucho a avanzar, cada una por separado, en su propio crecimiento, por un buen tiempo.


Muchas veces me he visto sobrepasada por sus necesidades, sobre todo las emocionales, cuando no he podido ni cubrir las mías.


Pero esta es, normalmente, una situación heredada por deber, nunca adoptada por querer. Muchas de nuestras madres llegaron a su nueva familia cargando en sus hombros el pesado lastre de sus pasados, y la gravosa carga de sus inciertos futuros.


Otras tantas, encontraron en esta nueva vida la libertad que tanto habían anhelado desde su temprana juventud, pero que no pudieron abrazar del todo, pues la prisión de sus viejas formas seguía implícita en la educación que daban a sus hijos e hijas.


Las mamás que sufrieron abusos y violencia cuando eran niñas y, en su afán de proteger primero a sus primogénitas, para que no les fuera a pasar lo mismo, tienen hijas que de a poco se vuelven las cuidadoras de los sentimientos y de las emociones de sus madres, únicamente para asegurarles que están bien.


Otras veces las hijas son responsables también de los sentimientos y el bienestar de sus propias hermanas y hermanos, siendo mediadoras entre ellas y la mamá, para que ninguno albergue sentimientos de hostilidad contra el otro. Se les olvida, a los hijos y a los padres, que cada una es dueño de sus sentimientos, y que no es deber de nadie protegerlos a costa de los propios.


Ciertamente, las hijas (y los hijos) mayores, somos una suerte de experimento vivencial, de muñecos y muñecas de carne y hueso, que también servimos para que nuestros papás y mamás aprendieran a ser papás y mamás. Pero aunque como hija mayor tuve beneficios que mis hermanas menores no tuvieron, también tuve que sacrificar cosas para que mis hermanas tuvieran lo que, sin saber realmente porqué, yo no tuve.


Por favor, no me lo tomes a mal. Este no es un reclamo disfrazado de devoción, ni una protesta con máscara de afecto. Es sólo un recuento de las cosas que, si bien antaño parecían convencionales, después del tiempo transitado en este plano, ya no lo parecen tanto, por lo que creo que es momento de hacer todas las adecuaciones posibles. Aun a mi edad.


Tampoco es una crítica a las mamás de antes, muchas de las cuales eran tan estrictas en su enfoque dogmático, que no había manera de desalinearse. Por lo menos NO en su presencia. Porque eso fue lo que les enseñaron. Porque eso fue lo que, aparentemente, funcionó entonces.


Ni tampoco es un ataque a las mamás de hoy, algunas de las cuales son tan laxas en su perspectiva formativa, que no hay manera de que la cuasi formación transmitida dé frutos. Por lo menos NO en su tiempo. Pero eso fue lo que decidieron cambiar de la educación que recibieron. Porque es lo que, aparentemente, les trae paz mental.


Pero egoístamente, después de todas las vivencias, y casi al mismo tiempo que intento caminar en los zapatos de mi mamá, para nuestro propio beneficio emocional, nuestra propia paz mental, y nuestro propio dichoso futuro (y presente), como dice el poema aquél, escrito por alguna elusiva mujer de apellido Jaden, y que nos hace ver a nuestras sufrientes madres desde una perspectiva distinta, quisiera haber sido la de mi mamá.


Pero...


Sólo querría haber sido la mamá de mi mamá para sostener su mano y su espíritu, pues mi mamá ha tenido que ser fuerte muchas veces, cuando ni siquiera tenía por qué serlo.


Sólo desearía haber sido la mamá de mi mamá para darle el cariño, en forma de abrazos o besos, que nunca tuvo y que tanto necesitó.


Sólo pediría haber sido la mamá de mi mamá para recordarle que ella también era (y es) inteligente, y que podía hacer de su vida lo que ella quisiera. No lo que los otros querían.


Sólo pediría haber sido la mamá de mi mamá para ayudarla a suavizar sus penas, cuando alguien le rompiera, irremediablemente, el corazón, mismo que muchas veces le destrozaron.


Sólo querría ser la mamá de mi mamá para decirle que ella fue siempre una persona deseada y esperada; que el que es La Vida la puso en el lugar correcto, con las personas correctas; que su existencia es sumamente valiosa para mí y para muchos otros; que, aunque el futuro es incierto para ambas, lo único cierto siempre será mi amor por ella.


La siempre hija,

Miss V.

 
 
 

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