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Muchas veces en mi vida, desde que era bastante joven, en el punto máximo en el que un cuerpo de mi tamaño puede soportar su corpulencia, me he sometido a dietas, a veces controladas, a veces inventadas, pero todas fructíferas, que me han ayudado a bajar de peso y no sólo sentirme, sino verme, según mi espejo y mis propios estándares, “bien” conmigo misma.
Hoy, según ese mismo espejo y esos mismos estándares, amén de los ojales y los botones que se resisten a unirse con la facilidad de antes, sin mencionar los famosos "rebotes", resultado de muchas dietas, no estoy en la mejor de mis formas. De acuerdo con mi estatura y mi índice de masa corporal, estoy (algo) pasada de peso. Peso en grasa, por supuesto, porque dudo mucho que me quede algún músculo vivo…
Esto, lo del sobrepeso, me lo dijo un doctor. No crean que se me ocurrió investigarlo en Internet, como cualquier mamá anti-vacunas. El doctor me dijo que tengo que cambiar mis modos sedentarios, por unos más moviditos; ya saben: reducir esto, aumentar aquello, tomar más agua… lo que debería hacer siempre.
Lo escuché. Sí. Pero más bien entre asustada y exasperada, porque a nadie nos gusta que nos digan que estamos equivocados en algo, aun sabiendo que estamos equivocados. Mucho menos acerca de nuestra (mala) salud…
El doctor, amable como siempre, me dijo cosas que yo ya sabía. Aunque, a decir verdad, siento que me lo dijo con cierto recelo, pues a lo mejor se imaginó que, con los movimientos de hoy, le iba a gritar que era un gordofóbico, un misógino, y un pelele soldado del patriarcado.
Pero hablando en serio. ¿Necesito cambiar mi dieta por una menos deliciosa, y hacer ejercicio? ¿Necesito cambiar mis hábitos y mis rutinas de vida?
Sí, a todas las anteriores. Pero no todavía.
Ahora bien. ¿Quiero cambiar mi dieta por una menos deliciosa, y hacer ejercicio? ¿Quiero cambiar mis hábitos y mis rutinas de vida?
No, a todas las anteriores. Por ahora
O mejor dicho, no me atrevo a tomar una decisión. También por ahora…
Siguiendo el ejemplo de aquellas personas que juran que estando pasadas de peso siguen siendo sanas, un día adopté el estar conforme con lo que tengo, para no tener qué sacrificar nada. Decidí que, si estoy gorda, era mejor aceptarme como era, en lugar de realmente querer a mi cuerpo alimentándolo con lo que necesitaba, no únicamente con lo que se le antojaba.
Pues sí. Eso hice. Y heme aquí…
Quiero auto-convencerme de que no estoy tan mal: puedo caminar mucho, casi sin cansarme, y, de vez en cuando, trotar como tres metros. Claro que a veces siento como un tipo de taquicardia, y un ardor en el pecho, pero NO es siempre. Ciertamente como carne roja, pero también carne blanca y MUCHAS verduras. Con mantequilla doble y aderezo extra. Por si acaso, también tengo unas dotaciones de churritos enchilados light en mi recámara, si por casualidad se me atraviesa alguna película o serie, algún video o uno que otro documental.
La decisión de hacer (o no hacer) lo que hago por mi cuerpo, que quede claro, es sólo mía. Por eso, cabe mencionar que, por ningún motivo, desde hace un buen rato, permito que nadie haga comentarios al respecto de mi cuerpo. Pues la decisión de tenerlo como quiero tenerlo, y no hacer nada (o hacerlo todo) por cambiarlo, como la adulta que soy, es sólo mía.
Esto sería ideal, pues abierta como soy, la gente piensa que estoy dispuesta a recibir sus comentarios o sus consejos. Y mira que he estado del lado receptor más veces de las que quisiera, pues he recibido desde los comentarios más condescendientes (pobreteándome y aparentemente consternados) hasta los más crueles (burlándose casi abiertamente).
Por ello, con las actuales revoluciones de positividad física que buscan arraigarse cada vez más, y cuyos defensores son implacables, los comentarios al respecto del cuerpo de otra persona, obesa o no, por gusto o no, NO es una manera tolerable de comunicar. La forma de mi cuerpo, sea como sea, no es una invitación para los comentarios de nadie.
Punto.
Yo sé lo que tiene mi cuerpo, que es muy diferente al cuerpo de otras personas. Mi gordura es elegida, tal vez por sedentaria y tragona, tal vez resultado de alguna pena callada. Y, como en otros casos de salud, física o emocional, mis lonjas, mal llamadas “curvas”, también son un efecto secundario de dicho sedentarismo, tal tragazón, o aquella citada penuria.
Fíjate. Un amigo mío sufre, desde hace muchos años, un problema de hipotiroidismo. Claro que todos los casos son únicos, pero según me cuenta él, porque así se lo han hecho saber los especialistas en el ramo de la salud, su producción de hormonas tiroideas ha descendido de tal manera, que su metabolismo se ha alentado mucho. Muchísimo. Además, su colesterol y la retención de líquidos se han disparado, lo que, además de causarle cansancio extremo, dolor en las articulaciones, y quien sabe qué cosas más, ha provocado que suba de peso considerablemente, aunque su dieta parezca la de un canario.
Como él mismo le explicó innecesariamente, un día, a una metiche; palabras más, palabras menos:
“Ningunos gordos estamos sanos. Sí. Estoy gordo, pero no es por comer. Estoy gordo por mi condición tiroidea, y tampoco estoy sano, aunque me haya casi reconciliado con la idea de tener este cuerpo. Tal vez para siempre… Reconciliación no es salud física. Es conformidad emocional... ”
Aunque muchos “amigos” y “amigas” míos me han hecho comentarios burlones al respecto de mi cuerpo, disfrazados de buena-ondez y de interés por mi estado de salud, mi pobre amigo ha recibido la peor parte. Él también ha recibido crueles consejos no pedidos; ha sido la burla de otros más afortunados que él en el aspecto de la salud; y ha sido objeto del desprecio de otros que, porque son más delgados, creen que tienen la salud comprada.
En mi caso, como seguramente será el caso de tantos y tantas más, mi falta de salud no se reduce en la cantidad de rollos que tengo en el cuerpo. Pues, aunque mi condición física es más regular que “buena” (por aquello de que camino y no me canso), mi gordura me trae otros problemas como la apnea, la falta de sueño, dolor en las rodillas y los pies, hormigueo en las manos, anemia, falta de aire… que sufro hoy por hoy.
No me alegra enfrentarme a los demás pretendiendo que no me importa la forma de mi cuerpo, tomándome fotos para callarlos, y simulando desinterés en lo que me dijo mi doctor (quien muestra más interés por mi salud que yo misma), porque, finalmente, mi corazón es lo que me da el valor que tengo como ser humano en la vida. Pero si sigo con este tipo de comportamiento, tal vez sea mi propio corazón el que le ponga fin a mi vida...
Este es un escrito personal, que no busca aleccionar ni advertir a nadie. Tampoco es un ataque contra nadie. Es un desahogo. Una confidencia. Una catarsis más. Una manifestación de los tormentos que se agolpan en mi grasiento corazón.
Es lo que siento hoy, en el cuasi atardecer del medio siglo, mismo que quiero que se extienda otros tantos años más. El fin, aunque suene patéticamente apocalíptico, habrá de llegar en los términos que la Vida decida, sí; pero no será por falta de amor propio y auto cuidado.
Dirigiéndome descaradamente a los tacos de tripa,
Miss V.
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