GRACIAS DE TODOS MODOS
- yesmissv
- Jul 10, 2018
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Quiero contarte algo. Un día, hace muchos años, cuando mi mamá y yo éramos unas chiquillas, le pregunté: "¿Por qué se dice adiós?" Con toda la sabiduría que ella tenía para ese entonces, me dijo que la palabra "adiós" era un cortito de "A Dios te encomiendo", y se les decía a las personas que se iban para que les fuera bien, y para que Dios los protegiera a donde fueran.
Eso no era lo que yo quería saber. Pero, gracias de todos modos.
Justo en ese lugar, y en ese momento sentí que me latía muy rápido el corazón, y me empezaron a temblar las rodillas. Entonces me puse a llorar. Llorar es lo que hacen los niños chiquitos cuando se sienten abrumados con lo desconocido.
Lo anterior no fue una epifanía filosófica precoz. Ocurrió porque mi tía favorita se iba de nuevo a “Puebla” (lugar donde ella vivió muchos años), después de haberse quedado unas dos semanas con nosotros. Mi papá, que no sabe consolar con abrazos, sino con palabras, me dijo: "Ya no llores, m'hijita. Si quieres, en vacaciones vamos a visitarla. Ya no llores. Es que 'esa ciudad' está como a 9 horas de aquí. ¡Y en coche…!" Qué triste que Puebla quedara tan lejos de aquí. Y mi mamá remató: "¡Pero puedes escribirle las cartas que quieras!". Qué triste que ya no se escriban cartas...
Después, así fue: cuando mi tía estaba en Puebla, cartas iban y cartas venían, de aquí para allá y de allá para acá. Aunque en realidad, tenerla a ella en la casa era lo que a mí me gustaba.
"No. ¿Por qué se tiene que ir mi tía?" "¡Ah! Es que, tu tía y otras personas - me dijo mi mamá - tienen vocaciones (aquí ella omitió 'religiosas') que los llaman. O sea, trabajos que les gustan mucho a ellos y a Dios, y quieren seguir haciendo esos trabajos. Tu tía se va, pero no la vamos a olvidar. Ni ella a nosotros. No te preocupes..."
No me quedó muy claro. Pero, gracias de todos modos.
¿Acaso esa sería la razón de mi obstinado aferramiento a cualquier cosa y/o persona que llegara a mi vida? Quizá. Pero me aferré de tal manera, que me fue sumamente difícil despegarme. Lo que haya sido. Me di cuenta que, mientras más tiempo lo tenía conmigo, era peor. Claro. Yo era una experta en el arte de chantajear, y colgarme de lo que, según yo, por derecho divino, o de la vida, consideraba sólo mío.
Mientras más iba pasando el tiempo, más me amalgamaba con mis personas, mis cosas, mis ideas, con mis fortunas, con mis escaseces, conmigo misma... a todo lo que era mío. Bueno o malo. Y, a veces, las cosas que ni siquiera tenían que ver conmigo, me las apropiaba. Entonces ya se hacían mías. Ya me pertenecían.
En la letarguez de mi cómoda pubescencia, cuando mi corazón estaba en medio de una revolución de emociones infantiles y adolescentes, y mi mente no encontraba todavía su estado menos acomodaticio, y no había nada que provocara mis sentidos, una amiga me dio un papelito con la frase más cursi del planeta:
“Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor”.
~ George Eliot ~
Esa máxima no me conmovió en lo más mínimo. Pero, gracias de todos modos.
Hasta que, siendo ya un adulto joven, sufrí mi primera pérdida, consciente, y profundamente dolorosa: el adiós al primer amor. Fue entonces que mi aparente calma y mi locuaz alegría se convirtieron en un monstruo que lucha solo contra el mundo. Y arremetí contra el que es la Vida, contra ese primer amor, contra las partidas, contra mis amigos, contra mi trabajo, contra mis padres, contra mí misma… ¡contra todos! Y lloraba y me martirizaba. Y casi rasgaba mis vestiduras de puro dolor.
Luego de esta muestra del más puro histrionismo, digna del premio de la Academia, alguien me dijo la frase más cliché de la historia: "Las cosas ocurren siempre por una razón". Pero después, me dijo: "Si no puedes hacer nada para remediarlo, justo ahora, entonces no te desveles con preocupaciones. Deja que el que es la Vida haga su labor. Si puedes hacer algo para remediarlo, justo ahora, entonces no te desveles con preocupaciones. El que es la Vida, está haciendo lo Suyo. Entiendo que no lo puedas aceptar ahora, porque duele hasta la médula. Pero piensa que esto habrá de pasar. Como todo. Como todos. Pero tienes qué permitir que pase".
Claro. Es más fácil decirlo que hacerlo. Pero, gracias de todos modos.
Mucho tiempo después de lo que fueron constantes pérdidas en la vida, otras voces distintas a la mía, con mucha más experiencia, con mucha más lucidez, y con mucha más sapiencia, me dijeron: "¿Ya te diste cuenta de que lo que tenemos no dura para siempre? Claro. Todo es un préstamo. Lo que te entregaron, te lo entregaron para que hagas lo mejor de eso, y lo prepares (y te prepares) para dejar que se vaya. No te voy a decir que no llores o no sufras por eso ¡no eres de palo! Pero tienes que llegar a ser capaz de verlo alejarse sin remordimientos, sin culpas y con la esperanza de que tu vida nunca se vacía del todo, porque el hueco de lo que (o quien) no está, sana después. Si tu lo dejas que sane. Lo que llegue, o quien llegue, a ayudarte a rellenar ese vacío que quedó ahí, no tiene que llegar de inmediato, ni ser definitivo, ni propicio, ni forzosamente conveniente. Simplemente es lo que tiene que llegar a tu vida para que crezcas en todo, otra vez. Y todo vuelva a repetirse..."
Llenar ese vacío no es cosa fácil, permíteme decirte. Pero, gracias de todos modos.
Todo eso no lo aprendí sola. Justo en ese lugar, y en ese momento sentí que me latía muy rápido el corazón, y me empezaron a temblar las rodillas. Porque justo ahí, me di cuenta de que estaba rodeada de personas con corazones rebosantes de amor, cerebros abundantes en sabiduría, y bocas llenas de palabras auténticas. Entonces me puse a llorar. Llorar es lo que hacemos algunos adultos cuando nos sentimos esperanzados, aunque venga lo desconocido.
Por eso, un día, cuando estaba en medio de una clase, con un nudo en la garganta y con el recuerdo de las vivencias más frescas que nunca y el sentimiento más a flor de piel de lo que había estado en muchos meses, me puse a escribir esta carta de despedida a lo que ya se había ido, pero que tanto me dio. También debo escribir otra carta , pero de bienvenida, a lo que ha llegado, o a lo que llegó, pero que nunca le supe abrir las puertas de mi vida, verdaderamente. O conscientemente.
"Adiós" a lo que ya no tengo, y "Bienvenido" a lo que va llegando. ¡Gracias! ¡Gracias de todos los modos posibles!
Quiero decirte algo. Esta sentida perorata es más que un conjunto de palabras que juegan un papel catártico en mi historia. Las escribí porque a veces, hablar lo que se siente, no es suficiente. Las escribí porque eso me ayuda a visualizar que despedidas sufrimos todos, y bienvenidas gozamos todos. Y que sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor...
Con anhelo,
Miss V.
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