ENVEJECER CON DIGNIDAD: VERSIÓN DEL MEDIO SIGLO
- yesmissv
- Apr 20, 2023
- 5 min read

Hace unas semanas, unas primas mías volvieron a ver a mi mamá después de muchos años de no verla. Las primeras, con tanta sinceridad como entusiasmo, le dijeron: “¡Tía! ¡No has cambiado nada! ¿Pues, cómo le haces??”
La pobre agradeció como pudo, y puso cara de no-sé-qué-decir, pues aunque nosotras, sus hijas, siempre le floreamos su maravillosa manera de cocinar o sus tremendas técnicas de organización, por mencionar algunas cosas, nunca hablamos de cómo se ve, porque para nosotros se ve igual de joven y hermosa que siempre.
Las otras que vinieron después, y que también hacía mucho que no veían a mi mamá, le dijeron casi lo mismo, con la misma sinceridad pero con un poco más de recato: “No, tía. ¡Tú sigues igualita!”
La pobre no esperaba escuchar el mismo halago con ocho días de separación. Porque, realmente no quería volverlo a recibir. De nuevo, agradeció con su timidez característica, y se le volvió a congelar la sonrisa…
Mi mamá, amén de la cantidad de cosas en las que sobresale por sus habilidades o su creatividad, no es una persona que esté acostumbrada a recibir cumplidos. Y ese cumplido, el de decirle que se sigue viendo igual que hace años, y que nada tienen que ver con las habilidades o la creatividad, sino más bien, con los genes, es el cumplido que muchas y muchos quisiéramos escuchar con la misma sinceridad y entusiasmo que se lo dijeron a ella.
Cuando mis primas ya se iban, una de ellas me dijo: “Mi tía está envejeciendo con mucha dignidad, la verdad.”
Sí.
Pero, ¿qué es envejecer con dignidad?
Este enunciado, el de “envejecer con dignidad” podría parecer para algunos una declaración un tanto vacía pues, aunque nadie queremos marchitarnos en ningún aspecto de la vida, o bien, nadie aceptamos que estamos sufriendo un diario e incuestionable deterioro, “envejecer con dignidad” (o con gracia…) resulta ser un término acomodaticio, según nuestras propias relaciones con, y expectativas de, la vejez.
Puede que este término, el de “envejecer con dignidad”, también llegara a utilizarse para hacer a los otros sentirse mejor (a la par que a nosotros mismos) sobre el triste, pero real, tabú de que TODOS llegaremos completos, si bien nos va, a la etapa de la madurez, aunque con muy pocas de nuestras juveniles habilidades.
Quizá también sea una indirecta. Un eufemismo del “ya estoy arrugado, pero todavía aguanto un piano”. O bien del “ya te ves medio magullado, pero no estás acabado. Todavía puedes…”.
Viéndolo así, la expresión se advierte un poquillo negativa. Sin embargo, muy a conveniencia mía, no es ésta la única interpretación que quiero darle.
Entonces en este aspecto, ¿es envejecer de manera no-natural considerado indigno? Es decir, refiriéndome a las muchas ayudas de las que la gente se vale para permanecer estirado tanto tiempo como sea posible, y retardar los signos de la edad, a sabiendas de que los cuerpos continúan envejeciendo aun después de la cirugía plástica ¿es reprobable hacer uso de ella para intentar conservar la frescura en la piel, aun sacrificando la sonrisa, o cambiando nuestros auténticos parpadeos por artificiales guiños?
O, ¿tal vez es que quiero autoconvencerme de que estoy envejeciendo con dignidad, no sólo porque “lo elegí”, sino porque no me queda de otra? O sea, sin los modos ni medios para comprometerme con tratamientos faciales varios, tales como los rellenos y los inyectables que pueden reducir las líneas de expresión y las arrugas, pero que no le hacen ni mella a la natural decadencia del cuerpo, ¿decir que estoy envejeciendo con dignidad es lo único que me queda?
A lo mejor… pero creo (muy convenientemente) que envejecer con gracia no tiene que apuntar concretamente a la edad, tan avanzada para unos y tan secreta para otros; o exclusivamente al aspecto exterior, tan arrugado y tan magullado; sino más bien a la actitud que tenemos las personas a medida que transitamos por las distintas estaciones de la vida, sobre todo a las que ya nos falta menos para alcanzar la tercera edad.
Pues, miren: hoy cumplo cincuenta años. Aunque, desde hace mucho, insisto en decirle a todo el mundo que me quedé estacionada en los treinta y dos.
Con el valor emocional que nos gusta otorgar a los números, y a pesar de estar condicionados desde antiguo a creer que algunos números importan más que otros, entrando a la última década de ser sólo adultos, para luego convertirnos en adultos mayores, y sabiendo que mi generación tan X todavía puede dar de sí, yo sostengo, orgullosamente, que cincuenta no es un número malévolo. Muy por el contrario, me gusta mucho.
Aunque un día escribí que de números sé muy poco, me di a la tarea de indagar aquí y allá, para finalmente descubrir, con mucha complacencia, que el número cincuenta ayuda a expresar, a quien lo posee, su sentido de libertad personal, o sea, la búsqueda del propio interés, en el momento que sea, sin resistencia a sí mismo, o a quienes están con él o ella. Que, a aquellos y aquellas lo suficientemente afortunados de llevar en sí el número cincuenta, les gusta hablar, jugar, imaginar y divertirse, especialmente cuando se trata de experimentar algo que no ha experimentado antes. Aunque hablar e imaginar a mí siempre me ha gustado…
El número cincuenta disfruta descubriendo cosas, ideas, lugares y maneras que antes no se hubiera atrevido a descubrir. La naturaleza del número cincuenta (aunque tal vez aunada con la personalidad que ya se traía desde antes), casi siempre se guía por lo positivo de las circunstancias.
Y, finalmente, leí que las personas de cincuenta, además de vivir un natural estímulo en sus capacidades creativas y un espontáneo impulso en su ingenio, sonríen mucho cuando llegan a, y aún después de pasar, esta edad.
Como dije, de números sé muy poco, pero esta descripción, aunque un tanto generalizada y bastante dulzona, me viene muy ad hoc pues, ya sea por casualidad o destino, representa perfectamente los planes que, hoy por hoy, se agitan en mi cabeza, y los deseos que, por consecuencia, bailan en mi corazón.
No sé en qué desacertado momento de mi vida empecé a desear llegar a la vida adulta, creyendo (con la creencia de quien no entiende absolutamente nada de nada) que lo sabría y lo tendría todo. Todavía recuerdo cuando tenía quince años, y cincuenta me parecían, además de una edad lejanísima, un sinónimo de senectud, si no es que una sentencia de muerte, pues cincuenta eran muchísimos años.
Y, ¿qué creen?
Hoy, a los cincuenta, sigo sin saberlo todo y sin tenerlo todo.
Qué sorpresa.
He llegado a la edad, esa que me parecía tan remota, con muchas ganas de vivir, y muy lejos de sentirme como una vieja, aunque el número diga otra cosa, y aunque todas estas canas y alguna que otra arruga se hayan ya instalado sin invitación.
Estoy orgullosa de tener cincuenta. Estoy feliz con este medio siglo.
Estoy agradecida con el que es la Vida por darme la virtud de transitar este sendero específicamente, con todo lo que sé, y lo que no; con todo lo que ambiciono, y lo que no; con todo lo que tengo, y lo que no; en donde sé que cincuenta significa haber vivido mucho, haber amado mucho, y todavía desear hacer mucho.
Estoy empeñada en envejecer con la gracia de la edad cronológica, pero también con la hermosura de la edad de un corazón que quiere seguir amando pero también con las ganas de verme bien. Estoy dispuesta a seguir vigilando mi aspecto, pero que las inevitables marcas de los años y de la piel cuenten mis memorias y atesoren mis recuerdos.
Finalmente, estoy convencida de que envejecer con dignidad no es solo un término reservado para las personas mayores. El envejecimiento, tan detestado y temido por unos, como amado y revelado por otros, nos ha estado ocurriendo desde el día que llegamos a este plano. Pero los frescos veinte no son iguales a los acalorados cincuenta. Y aunque cincuenta tampoco es igual a sabiduría, he aprendido, en este proceso personal de madurez física (y espero que emocional, también) que no es tan significativo lo que los demás ven cuando me miran, sino lo que sienten cuando están conmigo.
En el medio siglo,
Miss V.
Comments