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Cuando mi papá era más joven, y su mente y sus ideas estaban en su mejor momento, siempre adoleció del feo mal de perder cosas. Muy particularmente, pero no exclusivamente, eran las llaves, los lentes, y el control remoto los que lo hacían sufrir mucho al esconderse de él.
En su desesperación por no poder encontrar lo que siempre perdía, mi papá llegó a sugerir que, seguramente, en la casa había fantasmas o duendes que disfrutaban escondiéndole las cosas. En aquel momento jamás imaginábamos que ese creciente despiste era la antesala para el mal mayor que hoy lo aqueja.
Contagiándonos de su enojosa mortificación, mi papá nos ponía a todos, incluyendo a sus hijas, sus nietos y su nieta, a buscar cualquier cosa que hubiera perdido. Las tres cosas que mencioné antes, con mucha mayor frecuencia. Mi mamá también estaba incluida en el grupo de búsqueda. Pero ella, como casi todas las mujeres que se hacen mamás, tenía (y tiene) el don de encontrar cualquier cosa que cualquiera de los mencionados al principio de este párrafo estuviéramos buscando.
No importa lo que mi mamá estuviera dispuesta a encontrar, para bien de cualquier persona necesitada de encontrarlo, ella lo localizaba con tal exactitud, que siempre pensé que tenía algo de vidente. O que los duendes de los que hablaba mi papá, le tenían tal respeto, que terminaban por revelarle el lugar exacto del objeto perdido.
Mi mamá buscaba. Por ende, mi mamá encontraba.
Pero eso nos pasa a todos, ¿no? ¿Acaso no todos los que nos proponemos a buscar algo, cualquier cosa, la encontramos? ¿Seamos mamás o no?
Un día, cuando estaba en medio de una enloquecedora necesidad de dinero, se me perdieron quinientos pesos. Quinientos pesos, por mucho que sobre el dinero, son una cantidad que llega a doler un rato. Pero para aquellos o aquellas que hemos experimentado la falta de trabajo y el exceso de deudas (los dos al mismo tiempo) quinientos pesos duelen con mucha más profundidad, y por mucho más tiempo.
Nunca encontré ese billete, por mucho que fuera mamá, y por mucho que me haya propuesto buscarlo. Por lo menos, creo que no lo encontré inmediatamente, y no en la misma figura en la que lo perdí. Esos quinientos pesos seguramente regresaron a mí en otras formas, más grandes y hermosas. Ninguna de ellas esperadas, o claras. Por supuesto yo nunca tuve conciencia de su regreso pues la vida me ha otorgado, de formas inmateriales, regalos que superaron lo monetariamente perdido en esa ocasión.
Pero independientemente de este episodio en mi soporífera biografía sé, por experiencia propia, que casi todos, casi siempre, encontramos lo que sea que estemos buscando. O, a veces, encontramos lo que ni siquiera estamos buscando...
Una mujer que conocí hace mucho, había tenido por un tiempo la sospecha de que su esposo la había estado engañando. Aunque suponía quién podría ser la interfecta, ella no sabía exactamente decir quién era, pues las candidatas eran muchas y de muy variadas procedencias.
A pesar de todo, ella llegó a la concusión de decidir confiar en él, pues él (según ella) era el epítome del amor y la fidelidad, además de ser un padre cariñoso y un abogado ejemplar. Pero también dijo que su “sexto sentido”, tan único entre tantas mujeres, le decía que había algo sospechoso en su comportamiento, últimamente.
El “sexto sentido” no es tan sentido, porque es más bien obvio. Y ni es tan único, porque es el resultado de saber observar, y aprender a escuchar, ciertos cambios en las actitudes que antes eran normales. Él quiso pasar desapercibido. Pero usar más loción que la de costumbre, querer comprar ropa un poco más juvenil, e insistir en cambiar sus anteojos por pupilentes, despertó las sospechas en su esposa.
Damas y caballeros. Ella se culpó por suspicaz. Pero ella se propuso buscar. Quiso encontrar respuestas para sus preguntas, soluciones para sus contrariedades, certezas para sus dudas. Lo que fuera: conversaciones secretas, mensajes de texto, redes sociales…
De tanto buscar, encontró.
Encontró lo que no se suponía que debía encontrar. O lo que NO quería encontrar. Su esposo, el “amoroso y fiel”, el “cariñoso y ejemplar”, tenía una relación con una mujer veinte años más joven. Una practicante en su bufete…
Un excompañero de trabajo del que hace mucho no sé nada, pues sus redes sociales lucen secas desde hace cinco años, tenía la sospecha de que su esposa la había estado ocultando algo. Aunque presentía lo que podría ser, tampoco podía exactamente explicarlo, pues cualquier comentario al respecto podría terminar con un sólido matrimonio de casi siete años.
Con todo esto, él llegó a sentirse culpable por dudar de ella, pues ella (según él) era la personificación del amor y la honestidad, además de ser una madre cariñosa y una profesional ejemplar. Pero también dijo que su “instinto”, tan arraigado entre tantos hombres, le decía que había algo sospechoso en su comportamiento, últimamente.
El “instinto” no está siempre tan arraigado, porque en ocasiones es inusual. Y ni es tan único, porque es el resultado de saber observar, y aprender a escuchar, ciertos cambios en las actitudes que antes eran normales. Ella quiso pasar desapercibida. Pero lo cortante de sus respuestas, querer evadir ciertos temas de conversación, e insistir en que firmara ciertos documentos legales a favor de su hija mayor, despertó las sospechas en su esposo.
Damas y caballeros. Él se culpó por suspicaz. Pero él se propuso buscar. Quiso encontrar respuestas para sus preguntas, soluciones para sus contrariedades, certezas para sus dudas. Lo que fuera: conversaciones secretas, mensajes de texto, redes sociales…
De tanto buscar, encontró.
Encontró lo que no se suponía que debía encontrar. O lo que NO quería encontrar. Su esposa, la “amorosa y honesta”, la “cariñosa y ejemplar”, le ocultó que su hija mayor, la hija por la que él se casó con ella, no era de él. Sino del esposo de la hermana de ella…
Ejemplos drásticos, pero reales, son los que te acabo de contar. De ambos ya había escrito algo, así que no ahondaré demasiado en ellos. Sólo te diré que, tal vez era sino de ambos, encontrar lo que estaban buscando, pero que se resistían a descubrir, pues de eso dependía salir de la oscuridad de la duda y de la mentira a las que, quizá sin querer, quizá por poder, se aferraban por comodidad. O por miedo. Como tantos lo hemos hecho.
Pero eso sólo El que es La Vida lo sabe.
Puede suceder también que, en esto de las búsquedas, ocurra todo lo contrario: que vaya uno por la vida, y sea una a la que la encuentran, sin tener ni la más remota idea de que nos anduvieran buscando. O no sé…
En mi recorrido por este plano, tantas veces resultado de las muchas inseguridades que he ganado y perdido en mi andar, yo también he buscado. Me he dedicado a buscar pruebas de que no pertenezco a algún lugar. Me he propuesto encontrar evidencias de que no soy digna de alguien. He pretendido descubrir razones para demostrar que soy poca cosa en ciertos escenarios.
Cuando quise encontrar que no era lo suficientemente buena en lo que fuera, efectivamente lo encontré. Encontré lo que no se suponía que debía encontrar. O lo que NO quería encontrar.
Las pruebas, las evidencias, las razones. Lo encontré todo.
Y me partió el corazón, pues la conciencia, tan dispuesta a decirme lo que quiero escuchar, tan decidida a darme por mi lado, lo validó una y otra vez. Aunque yo ya hubiera dejado de buscar.
Los que buscamos encontrar el vacío o la falta de valor en la vida, a menudo lo hacemos centrándonos en las deficiencias, los fracasos y las luchas inevitables que conlleva nuestro paso por este plano. Mi propia búsqueda, aunque quizás inicialmente catártica, comenzó a darse durante las muchas veces que había tocado fondo. Casi siempre por encontrar sin buscar.
Cada desventurada y desesperada búsqueda tendía a reforzar mis creencias negativas, atrapándolas en un ciclo de desesperanza al que, como los amigos de los que te conté, quizá sin querer, quizá por poder, me aferraba por comodidad. Casi todas esas veces me obsesioné con lo que le faltaba a mi vida, no queriendo ver las posibilidades y el potencial de crecimiento que había en mi propio corazón.
Sin embargo, en el sube y baja de la vida, llegaban momentos cuando, a veces muy dolorosamente, otras veces muy suavemente, cambiaba mi enfoque hacia la paz emocional y la superación personal; por lo que, quizá por querer, quizá por poder, el acto mismo de búsqueda comenzaba a transformarme.
Gradualmente, he comenzado a descubrir fortalezas ocultas, alcanzar victorias personales y desenterrar el valor inherente que siempre ha estado presente, pero que ha estado eclipsado por mis antiguas desesperaciones. Por mis viejas búsquedas. Por mis pasados descubrimientos.
En este viaje, aún a estas alturas, he decidido seguir buscando para encontrar mi valor en la vida, con paciencia y constancia. A menudo lo he descubierto de las maneras más inesperadas. Unas veces a través del crecimiento personal, otras mediante las relaciones significativas o, incluso, mediante un renovado sentido de propósito, como el que siento hoy.
En última instancia, deseo que la búsqueda de significado y valor, aunque desafiante, puedan conducirme a realizaciones profundas que me permitan aceptar el valor y el éxito en mi vida.
Buscando, y esperando encontrar,
Miss V.
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