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EL CONOCIMIENTO NO OCUPA ESPACIO

Writer's picture: yesmissvyesmissv

Updated: Oct 25, 2024



No era mi plan, en aquellos indecisos días de juventud, dedicarme a la docencia en absoluto. Mis objetivos primordiales estaban más bien dirigidos a estudiar, y luego trabajar, en algo que tuviera que ver con el diseño, el dibujo, u otros proyectos artísticos.


Pese a ello, este quehacer profesional es quizá una coincidencia entre lo que mi papá me impulsó a adoptar como una carrera, y lo que la Vida tenía escrito en mi biografía de todas maneras. Es decir, si éste no hubiera sido el camino que me tocaba transitar, la Vida ya se hubiera encargado de hacérmelo saber, creo yo.


También es cierto que tampoco hice mucho para cambiar la docencia por otra cosa, a pesar de mis muchos deseos de cambio. Pues cuando uno empieza a darse cuenta de que los planes que tiene la Vida, no tienen nada qué ver con aquellos que proyectaba uno antaño, pero que yo haya tenido el deseo de rectificar (o, por lo menos, no del todo) porque bien que le agarré pronto cariño a esto, entonces es cuando se da una cuenta de que, muy probablemente, este sea el camino correcto.


Especialmente después de treinta y cinco años.


Sin embargo, no quito el dedo del renglón al respecto de todo aquello que es artístico, pues mis habilidades manuales, modestia aparte, han abonado maravillosamente a mis cátedras. Sin embargo, y aunque me he aventurado aquí y allá con algunas muestras de mis más estéticas destrezas, no me atrevo completamente, todavía, a dejarlo todo y lanzarme a la aventura, como ya lo he escrito en otras ocasiones.


A pesar de mi gusto secundario por muchas otras cosas, mi amor primordial por la enseñanza se ha empezado, muy dolorosamente, a deteriorar. Sé que la docencia ha perdido mucho de su encanto en muchos de los campos a los que envuelve.


Ser maestra hoy día, y particularmente, ser una maestra universitaria, se ha convertido en un verdadero desafío personal, que más bien tiene tintes de duelo social.


Ser maestra al presente, se ha vuelto una especie de estira y afloja entre los docentes apasionados, o los amedrentados; los alumnos dispuestos o los renegados; y todos aquellos que gustan de unirse a esta justa tan injusta.


Además de la saturación del mercado profesional, las altas expectativas de las muchas firmas y compañías, y la frenética búsqueda del balance entre la vida laboral y la personal, habrá que sumar la ingenuidad de algunos alumnos y alumnas que imaginan que, una vez título en mano, les empezarán a llover, a diestra y siniestra, las oportunidades laborales. Todas ellas tan bien remuneradas y tan apacibles, que sus horas de oficina, estilo “open-plan”, se reducirán a 4 horas diarias, pero sólo de Lunes a Jueves.


Y, todavía sin concluir la universidad, o sin siquiera conocer todavía los resultados de los primeros parciales (ya no digo los finales), ya empiezan a sentirse los directores ejecutivos de la empresa más codiciada de México: la suya, por supuesto. Y, por supuesto, inexistente todavía.


No es sólo eso, sin embargo, lo que ha mermado mi otrora desinteresada pasión por la docencia. Sino el profuso desinterés que existe por aprender cosas nuevas, cosas diferentes… aunque parezca que carecen de utilidad.


Que un alumno o alumna no sepa, por citar algún ejemplo, quién fue el primer presidente de México, o cuándo descubrió América Cristóbal Colón, son cosas casi (casi) entendibles, pues son datos que no nos repetimos en el día a día, y no saberlos, nos deja vivir tan cómodamente como saberlos. Pero que a un alumno o alumna, existiendo en el mundo de hoy diga que no le interesa conocer esos nimios datos, sólo porque no le sirven de nada, es para mí una bandera roja en el aspecto, no sólo del aprendizaje continuo y eficaz, sino de su desgastado interés por conocer.


Estos dos fueron, claramente, sólo ejemplos vagos. Muy generales. Pero siempre existe quién diga, casi con orgullo, que conocer esos datos, o estudiar álgebra, el catecismo, o historia, son conocimientos de tal inutilidad, que no nos sirven para nada, que ocupan un espacio muy importante en el cerebro, y que hubiera sido mejor aprender Inglés, aprender a calcular impuestos, o aprender inteligencia emocional.


Obviamente no estaban enterados que el conocimiento no ocupa lugar. Y que el álgebra, el catecismo, y la historia, pueden convivir perfectamente en nuestros perennes organismos con el inglés, el cálculo de los impuestos, y la inteligencia emocional.


Lo feo no es sólo escuchar a mis alumnos y alumnas, tan jóvenes e inexpertos, decir tremendas barbaridades; sino también a mis propios compañeros y compañeras docentes, espetar esa vieja, pero a la vez tan moderna queja de “¿eso para qué les (me) va a servir?”, o el “no le veo ninguna utilidad”, a cualquier cosa que aunque sea, los sacuda un poco mentalmente, o incluso emocionalmente, y que pareciera, en verdad, no tener ninguna relación con el tema estudiado, o con los intereses experimentados en ese momento. O en ningún otro momento.


Como siempre, no creas que apunto mi dedo acusador a semejantes situaciones nomás así porque sí. Lo hago con todo dolo, pues yo misma, en un momento de mi vida, ya como una maestra hecha y derecha, y con muchos años de experiencia en mi espalda, también adolecí del mismo mal que hoy me decepciona tanto de ciertas personas.


Yo también solía decir que lo mío, lo mío, era lo artístico y lo verbal. Agregaba además, orgullosa, la frase “yo soy súper burra para las matemáticas” y que, finalmente, siendo maestra de Inglés, las matemáticas y todo aquello relacionado con lo numérico, venían sobrando.


De topes me di, cuando me di cuenta de que las matemáticas, la historia, y todo lo que consideraba inútil, también eran necesarias para mi labor de docente, aunque fuera de Inglés.


El conocimiento no ocupa lugar. Pero también el conocimiento es poder.  Aunque sólo el que es La Vida sabe si ese poder es suficiente para conquistar al mundo. O cambiarlo.


Saber nuevas cosas puede lograr acomodarnos en una situación de apertura al cambio, de respeto por las ideas del otro, de hambre de nuevos aprendizajes, de disposición a abrir los ojos a nuevos enfoques de la vida. Cultivarse en cosas diferentes a las que hemos llevado en la espalda toda la vida puede favorecer el aumento de nuestra felicidad, nuestra creatividad, nuestras destrezas. Nuestra curiosidad.


Sólo hay que desearlo. Y buscarlo.


¿Por qué nos enseñan cosas en la escuela que aparentemente nunca usaremos en la cotidianidad?


Porque muchas de ellas nunca se irán. Pero tampoco se quedarán sólo en el disco duro de nuestros conocimientos, sino en la calidez del alma, en la fuerza de los valores. En el vigor de los principios.


Porque saber más cada vez, me da derecho a dar mi opinión de manera consciente, con conocimiento, con discernimiento. No importa si se trata de un hecho histórico, religioso, o científico.


Porque la cultura general nos lleva a comprender el mundo del que, irremediablemente, formamos parte.


Porque ni las escuelas, ni la sociedad, ni las familias son simples hacedores de autómatas, con conocimientos lineales.


Y para muestra todos los botones de nuestra corrompida sociedad: pues aquél que carece de los conocimientos básicos de la historia, seguirá eligiendo a los gobernantes que le ofrezcan lo rápido y lo fácil.


Y aquél que carece de los conocimientos básicos de biología, continuará entendiendo a las pandemias como un engaño de los poderosos.


Y aquél que ama las artes o las lenguas, y pasa por alto las matemáticas y los números, carecerá de la habilidad de evaluar la calidad de la información ante la indecisión; será incapaz de presentar y clarificar opciones; y no podrá controlar las más mínimas decisiones que pudieran ser imprescindibles para lograr un propósito superior.


El conocimiento no ocupa espacio. Podemos aprender de todo.


Por eso, ya mejor no digamos que en la escuela no aprendimos Inglés, a calcular impuestos, o mejorar nuestra inteligencia emocional por culpa del álgebra, del catecismo, o de la historia.


Mejor digamos que creemos que no somos lo suficientemente hábiles, ni tenemos el interés de (querer) aprender más de dos cosas.


Con conocimiento de causa,

Miss V.

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