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DIVIDE Y VENCERÁS

Writer's picture: yesmissvyesmissv


Personalista como mucho tiempo fui, todo ese tiempo me costó muchas lágrimas, y otros tantos sudores, trabajar en equipo. No creas que lo he superado completamente, pero ahí vamos.


Siempre creí rigurosamente que la Napoleónica frase que reza “si quieres algo bien hecho, debes hacerlo tú mismo”, era hacerlo uno solo. Para mí, también significaba que, “lo que sea que hagas, no me gusta cómo lo haces, porque no eres tan bueno como yo; por lo tanto, lo voy a hacer yo (sola) porque, seguramente, estará mejor hecho”.


Y si no está mejor hecho, lo cual dudo mucho, por lo menos será enteramente de mi gusto. Gracias.


Ridícula.


Dada mi destreza en el dibujo, y en algunas otras cosas que son manualmente artísticas, dentro de mis muy limitadas y personales habilidades, he sido yo a la que, la mayoría de las veces, le adjudicaban (o se adjudicaba sola) la ejecución de los apoyos visuales en alguna tarea o presentación grupal, en alguna junta de maestros u otra.


¿Quién escribe? ¿Quién hace los dibujos? Yo lo hago, “si quieren…”


Sí querían. Tal vez porque eran mucho más maduros, o más flojos, que yo, y no querían meterse en problemas, o caer en discusiones. O porque a ninguno nos gustaba entregarnos a la antiquísima dinámica de plasmar en arcaicas cartulinas los resultados de nuestros coloquios. Noña para dibujar y escribir como siempre he sido, entonces, yo lo hacía. “Ustedes nomás díctenme…”


Listo. El póster quedaba, obviamente, perfecto. Atractivo, balanceado, claro. El magistral uso de la limitada paleta de colores (según los marcadores que le tocaban a cada grupo), aunado al armónico “lettering”, añadían al atractivo visual de la pancarta aquella, aun utilizando únicamente tres tristes plumones, con los colores más gachos de la caja.


Nada de eso, señoras y señores, era impedimento alguno.


Cuando todos los equipos terminaban, según el tiempo establecido por un asesor tan optimista como aburrido, ahí estábamos, según el turno que nos tocara, parados frente a los demás. De nuestro grupo de cuatro, uno, el que tenía más “facilidad de palabra”, o mejor uso de la lengua, explicaba el tema, de vez en cuando auxiliado por otro, al que se le había ocurrido algo simpatiquísimo de último minuto. Otro, el que ni hablaba, ni dibujaba, ni figuraba, sostenía la cartulina. Y la que la había dibujado, se paraba allí, orgullosa y sonriente, apuntando a cada figura plasmada en el póster que el narrador iba describiendo.


Aquí me di cuenta un día de que cada uno de nosotros estábamos orgullosísimos del papel desempeñado de manera individual en la presentación aquella. Y no necesariamente del resultado final, dizque hecho en grupo. El que habló, por creer que tiene un maravilloso dominio del idioma; el que interrumpió, por creer que aporta maravillosos puntos de vista; el que sostuvo la cartulina, por creerse maravillosamente ecuánime; la que hizo los dibujos, por creerse maravillosa en las artes manuales; el organizador de semejante bobería, por creerse una maravilla creativa en las actividades de integración, mismas que luego terminaba con un maravillosamente gastado “¿qué te llevas de esta actividad?”. O un maravillosamente insufrible “¿con qué te quedas?”


Esto, amigos, se llama trabajo en equipo. O bien, “divide (las actividades de acuerdo con las habilidades de cada uno) y vencerás”.


Eso es ideal, cuando todos queremos participar de manera objetiva, activa y equitativa en alguna u otra actividad. No cuando nos están obligando a hacer algo que no queremos, nada más para que luego nuestros superiores no digan que no tenemos bien puesta la camiseta. Frase que, por cierto, me cae rete gorda. Aquí, en el evento de la cartulina, según el coordinador la actividad nos salió tan bien, que hasta de ejemplo nos puso. Para lo que hicimos, pero sobre todo, para la actitud que llevábamos, pero gracias a la experiencia docente, y a hacer siempre las mismas aburridas tareas con cartulinas, en todas las actividades de integración, salimos triunfadores.


Este mismo fenómeno se repite entre mi bienquisto alumnado. Nada más que ellos tienen menos ganas de hacer las cosas que yo, y su trabajo no es el de ponerse la camiseta para que no los corran, sino el de terminar el proyecto establecido en el silabario de la materia, para que no la reprueben. Además, el único trabajo que hacen juntos es decir: “tú haces la primera parte, yo la segunda, tú contestas las preguntas, y tú lo juntas todo en la presentación. Cada uno dice (lee) su pate, damos una conclusión chiquita. Y ya…”.


Ese proyecto, por cierto, se parece mucho a un edificio al que diferentes albañiles le van construyendo diferentes cosas, todos en épocas diferentes, y cada uno con diferentes expectativas. Sobre todo, porque ni pelaron al arquitecto, que muy puntualmente les fue diciendo por qué, para qué, o por dónde hacerle. Es de imaginarse, entonces, que el edificio pueda que no resista ni un airecillo, y termine, muy dolorosamente, cayéndose con alguien adentro de él. O abajo.


De estos cuatro “albañiles” de aula, no se hace uno solo, y lo peor le toca al que tiene qué juntar las partes, porque, así como se las mandan, así las pone en la presentación visual, con diferentes fuentes, diferentes colores, diferentes estilos, y así se lo manda al profesor, o a la profesora. O sea, aunque hayan dividido, perdieron...


“Que sea lo que Dios quiera. Ya mi modo. El chiste es entregar para que no nos pongan cero…”


A mi “Tronchatoro” interior le gusta esto, pues, aunque mi afán no es el de reprobar a nadie, y ni falta que me hace, los alumnos y alumnas lo están casi pidiendo a gritos. Ellos se dividen el trabajo, y la vencedora, casi siempre soy yo. Señal inequívoca de mi aplastante triunfo es el día de la revisión, cuando tengo que decirle a cada uno de ellos, de manera individual, que su “arquitecta” de confianza, tenía razón en casi todo lo que les había corregido desde el principio, pero que ellos, en su papel de “albañiles personalistas” decidieron ignorar.


Pero, “divide y vencerás”, divide et impera, frase atribuida al dictador y emperador romano Julio César, sintetiza en tres palabras la estrategia que nuestros jefes han romantizado, y con la que nos han convencido de que se puede abarcar más trabajo en menos tiempo si nos dividimos el trabajo


Divide y vencerás también nos habla de una estrategia menos educativa, y más política que, aquellos que buscan (o ya están bien plantados en) el poder, utilizan a conveniencia para dizque gobernar. El objetivo de ellos y ellas no es dividir para trabajar más y mejor, como mi jefe defiende, sino dividir para enemistarnos entre nosotros. La gente. ¡Y claro que consiguen lo que quieren!


Ya hay, de por sí, un buen número de discrepancias y falta de tolerancia entre tantos grupos de oposición, como para agregar todavía los inaguantables contenidos y los incómodos doble-sentidos de sus maquiavélicas palabras, en interminables campañas o insensibles discursos, que enardecen la lucha de clases, alcanzando su propósito divisor, al usar, por ejemplo, palabras como “fifís” o “chairos” para confrontarlos unos con otros.


Cada mañana, muy temprano, hay miles de ejemplos claros, y el número de instancias aumenta a medida que se acerca el fin de la gestión, y busca pasar, casi descaradamente, la estafeta al fraccionador que sigue. Sus palabras zalameras buscan endulzarnos el oído, sus frases populacheras pretenden llegarnos al corazón, sus discursos marrulleros intentan comprometer nuestra conciencia.


Pero el puesto y el poder son lo que importa, no el bien social. No los maestros. No los doctores. No los ancianos. No los pobres. No la gente.

No el pueblo.


Tan confrontado. Tan ciego para unas cosas, y tan mordaz para otras. Tan dividido.

Claro que estamos divididos. Somos un cúmulo de albañiles, bajo la displicente sombra de muchos indolentes arquitectos tan desmembrados como la sociedad en la que viven, y a quienes aceptamos ciegamente. Cada grupo de albañiles, de acuerdo con el arquitecto que haya elegido, y sin escuchar consejos o recomendaciones de ningún otro arquitecto, hace sus propias mezclas, sus propias paredes, sus propias zapatas. Jamás podremos construir una casa común juntos.


Claro que estamos divididos. Somos un montón de aparentes equipos, bajo las flemáticas órdenes de un líder que clama estar haciendo las cosas apropiadamente, y a quienes seguimos, no porque sean buenos, sino porque son los menos malos. Cada grupo de empleados, de acuerdo con el tema que le haya tocado trabajar, y sin importar cuál sea el resultado mientras nos dejen salir temprano, hace su propia mínima parte, su propio menor esfuerzo, su propio ridículo empeño. Jamás podremos resolver un problema común juntos.


Claro que estamos divididos. Somos un grupo de estudiantes, bajo la preocupada mirada de algunos optimistas profesores que tampoco saben cómo (o no quieren) unirse, y a quienes exigimos blandamente. Cada grupo de estudiantes, de acuerdo con el proyecto que hayan tomado, y sin importar lo que los otros miembros de su grupo hagan, usa sus propias fuentes, sus propios estilos, su propia información. Jamás podremos terminar un proyecto común juntos.


Y somos otros tantos grupos que acabaremos mordiéndonos las yugulares mutuamente, si no regresamos al camino de la ayuda, el respeto, y la tolerancia mutuos. 


Las maniobras del poder pueden tener tantos calificativos como adeptos o detractores tenga, pero dichas maniobras nunca serán inocentes, objetivas o amorosas. Está más que demostrado que todos los partidos políticos están llenos de miembros invaluables, sí, pero también de piezas completamente sin valor. Todos se adjudican la invención del agua tibia, o el descubrimiento del hilo negro, y nadie se hace responsable de sus propios ejercicios llenos de mutuas maledicencias, hostilidad contra los otros, y burlas para nosotros. Aquí los únicos que perdemos somos los que no pertenecemos a la clase política, o a sus allegados. Estos últimos, no importa que (ya) no sean políticos, ni personas de bien. Ni siquiera que trabajen…


Dicen que trabajan por nosotros, que se preocupan por nosotros, que hacen lo que hacen, por nosotros; pero realmente se están colgando de su cargo. Se victimizan en público, declarándose mártires de sus enemigos políticos y sus múltiples detractores.

Pero nos han abandonado a nuestra suerte. Nos han vendido a los criminales. Nos han utilizado de escalones. Nos han apagado la voz. Nos han mentido. Nos han dividido. Nos han vencido.


Divide y vencerás, dijo Julio César. Como estrategia de guerra fue, y sigue siendo, como somos diarios testigos, implacable.


Pero bien lo dijo Cicerón, cundo descubrió que Catilina, destacado político romano, planeaba un golpe de estado contra el mismísimo marco Tulio Cicerón: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”. Y nosotros, ¿hasta cuándo permitiremos que sigan abusando de nosotros? Hasta cuándo dejaremos que nos dividan? ¿Hasta cuándo nos levantaremos de nuestro estado de sometimiento?


La escritora Taylor Cadwell, lo relata de manera maravillosa en su libro “La columna de hierro” (1965), en un diálogo acaecido entre Sila y Cicerón:


"Consideremos los políticos. ¿Hay hombres más vanos que los que gozan de un poco de autoridad y pueden pavonearse antes quienes los han elegido? ¿Hay alguien que pueda vanagloriarse de ser más ladrón que estos representantes del pueblo, alguien que no venda su voto por el honor de sentarse a la mesa junto con los poderosos? ¿Quién es más traidor a un pueblo que quien jura que lo sirve? ¡Míralos! ¿Crees que van a dejar de llenar sus arcas por mucho que les grites que hay que salvar Roma? ¿Van a dejar sus cómodos puestos de mando en nombre del pueblo y a servir a los ciudadanos que los eligieron sin temor o favoritismo? ¿Van a exigir que se respete la Constitución y se negarán a aprobar una ley que favorezca sus intereses? ¿Van a gritar antes ¡libertad! que ¡privilegio!? ¿Van a exhortar al electorado a que practique de nuevo la virtud? ¿Se van a encarar con la plebe de Roma para decirle: Portaos como personas y no como un rebaño? ¿Encontrarás a uno solo de éstos entre los representantes del pueblo?”

 

Efectivamente. Divide y vencerás.

Pero une y todos venceremos juntos.

 

Tratando de construir una casa decente,

Miss V.

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