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Desde la eterna incógnita de qué fue primero, si el huevo o la gallina, nada había motivado tantos debates y puntos de vista tan encontrados como el que habla de qué es lo mejor para una familia.
Como creyente del estándar de la familia ancestral, aunque yo misma sea parte de una familia con una clara disfuncionalidad establecida según el “código de funcionalidades”, pero completamente ignorante de los muchos modelos familiares modernos, creo que no hay mejor familia que aquella cuya cabeza, si se me permite la expresión, es una que está bien puesta, y mejor si es de una mujer.
Las actuales rivalidades acerca del sexo, el género y qué conductas están regidas meramente por la biología, son también parte de esta introducción. Las eternas afirmaciones de que los hombres son los que trabajan proveen, y las mujeres las que crían y cocinan, ha dejado de surtir el efecto deseado entre las sociedades modernas. Porque, así como la mía, muchas otras familias llevan como trabajadora y proveedora principal a una mujer.
Pero sábete que este no es una manifiesto relacionado a la lucha de los sexos o los géneros. Es un breve pero afable escrito que intenta honrar a las mujeres de mi familia. Muy particularmente a las que son mamás.
Como bien sabes (y si no lo sabes, te lo platico) pertenezco, con mucho orgullo, y por voluntad del que es la Vida, a una familia de personas fuertes, en la que hay muchas MADRES tan valerosas como amorosas. A dondequiera que voltee a ver, y por dondequiera que vaya, me encuentro (y en más ocasiones que no, me reflejo) tanto en mi propio contexto como en diferentes escenarios, con mujeres fuertes llenas de valor e inagotable amor por los suyos. Mujeres, que somos hijas y madres, en constante lucha por vivir, y sobrevivir; por ser amadas y amar; por ser nadie más que nosotras mismas y que el mundo nos acepte como somos.
Y, ¿Cómo somos?
Somos fuertes. Pero a veces, también vulnerables. Somos valientes. Pero a veces, también desfallecemos. Somos inteligentes. Pero a veces, también ignorantes.
Así somos.
Ciertamente no todas nacimos con fuerza y valentía. Aprendimos. Tuvimos qué hacerlo. Nuestras propias madres (y nuestros padres, en muchos de los casos) nos enseñaron a llegar ahí, consciente o inconscientemente, amén de las duras pruebas a las que la vida, por su propia cuenta, nos ha sometido. Pruebas que no pedimos, pero de las que siempre hemos salido airosas, y más fuertes todavía.
A muchas nos ha tocado el arriesgado y exhaustivo (pero no menos hermoso y satisfactorio) papel de progenitor único. Tampoco lo pedimos así: en solitario. Alguien, seguramente el que es la Vida, quiso que nuestra fuerza, nuestra valentía y nuestra inteligencia fueran como un motor (propio, o para otros), y nos encomendó esa tarea.
Y la aceptamos.
La aceptamos, porque además de darnos fuerza, valentía e inteligencia, también nos dotó con una enorme capacidad de amar. A nuestros hijos e hijas. A otros y otras. A nosotras mismas…
¡Y felicidades!
Felicidades no sólo hoy, mujeres y madres valientes. Sino cada día, a cada paso, en todo pensamiento, y con cada latido con el que amamos con amor de madre. Incluso, aquellas mujeres que, aún sin tener hijos, son madres del alma, y aman tanto como (o a veces más que) una madre del cuerpo.
¡Y recuerdos!
Recuerdos no sólo hoy, sino siempre, a las mamás que ya no están. Porque los pasos, los pensamientos, y los latidos de los que quedan, son eco de su amor incondicional, y sirven para honrar su callada ausencia y su amoroso legado.
¡Y gracias!
Gracias no sólo hoy, sino siempre, a las mamás que no supieron amar. Porque a pesar de su indiferencia, y el dolor causado, le entregaron a su prole, desconocida o no amada, el maravilloso obsequio de la vida.
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Pero muy en lo particular, hoy agradezco y honro a mi propia MADRE, a quien dirijo mi más profunda gratitud, mi más ferviente cariño, y mis más cándidos deseos de felicidad eterna, y una vida ridículamente larga, llena de las bendiciones que sólo el que es la Vida puede otorgar.
Y mi reconocimiento a mis hermanas, mis tías, mis primas, mis sobrinas, mis amigas. A todas ellas, mujeres-MADRES, solas o no, cercanas o no, doy mi admiración, respeto, y el deseo de que vivan una vida extensa y feliz, llena de desahogadas satisfacciones, bendiciones inagotables y la dicha de seguir siendo llamadas "MAMÁ" por mucho tiempo más.
Desde el corazón de otra mamá,
Miss V
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