top of page
Search

¿CUÁNDO ESTÁ BIEN DEJAR DE MENTIR?

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • May 31, 2022
  • 6 min read

Es posible que a muchos, en nuestros años de tierna infancia, nuestros papás, o mamás, o las personas que cuidaban de nosotros, nos hayan contado muchas mentiras: que si no te duermes no llegan los Reyes; que si no pones el diente que se te cayó debajo de la almohada, el ratón no te trae dinero; que si te truenas los dedos, te van a crecer chuecos (y te enseñan su dedo chueco, para que te asustes) que si te tragas el chicle se te va a quedar pegado en las tripas; que si te comes las semillas de la sandía, te va a crecer una en la panza; que si haces bizcos y te da un aire, te vas a quedar bizca para siempre; que si no te dejas cortar el pelo, no vas a crecer (me lo dejé cortar, y miren…), entre otros.


Y, aunque no para todos los engaños han sido así de bonitos y cándidos, la idea de mentirles a los niños y a las niñas no suena tan cruel, porque la mayoría de las veces las mentiras se dan en una dosis tan inofensiva, que incluso las utilizamos para (tratar de) criar a nuestros retoños. De hecho, creo que la mayoría de esas mentiras blancas a veces son tan espontáneas e inocentes, como ingeniosas y oportunas, pues los papás y las mamás mienten (mentimos) con el fin de lograr que nuestros descendientes se porten, aunque sea medianamente, bien. En este tenor, muchos preferimos canalizar nuestro Pinocho interior como instrumento de asombro (aunque no siempre funcione) para evitar conversaciones o comentarios incómodos, o para evitar dar explicaciones fastidiosas. O para evitar berrinches y chillidos, y ya...


El perpetuo discurso de “decir siempre la verdad” puede considerarse algo demasiado difuso, que tiene un trasfondo menos evidente que la escueta fórmula de “no mentirás”. El inconveniente con las ordenanzas, incluso Bíblicas, de no mentir (o levantar falsos testimonios), es que los más jóvenes, pueden (y en nuestro tiempo de niñez, pudimos) ver con toda claridad, que mentir, o adulterar la verdad, es omnipresente y, otras tantas, muy poderoso. Pero a medida que crecemos, vamos descubriendo que no todas las mentiras tienen las mismas motivaciones, ni los mismos desenlaces.


La táctica de mentir piadosamente, a veces simplona en apariencia, pero otras tantas, traviesa en esencia, desafortunadamente, (casi) nunca se quita. Y puede, si lo dejamos, pasar a engordar con los años. Pues, por más que nos propongamos decir la verdad, a veces decir una mentira (comprometiendo nuestras conciencias) nos resulta muy útil cuando queremos zafarnos de algún compromiso, evadir alguna obligación, o simplemente, aceptar que nos equivocamos.

Esto casi siempre es intrascendente.


La maniobra de mentir descaradamente, a veces espontánea en su ejecución, pero otras tantas planeada a profundidad, desafortunadamente, (casi) siempre se hereda. Y puede, si lo dejamos, pasar a robustecerse con los años. Pues, por más que nos propongamos educar en la verdad, a veces provocar una mentira (comprometiendo la conciencia de otros) nos resulta muy eficaz cuando queremos hacer cómplices a nuestros amigos, a nuestras parejas, o peor aún, a nuestros propios hijos.

Esto casi nunca es insignificante.


Cuando esto ocurre, sobre todo lo último, cuando endosamos la irresponsabilidad de la mentira a nuestros confiados y angelicales descendientes, las consecuencias pueden llegar a extremos tales que, que una criatura pueda mentir con tales niveles de confianza y serenidad es, en efecto, escandaloso. Pero lo que más alarma no es la mentira en sí, todos hemos mentido alguna vez; sino la sangre fría que algunos impúberes tienen para adulterar la verdad, para secundar las falsedades de la mamá o el papá que los acompañan (quienes, además, son testigos de primera mano de su creación) y finalmente, porque así lo aprendieron, para ponerle tantito de su cosecha, también.


Éste sería el mejor momento para dejar de mentir…


Mi esperanza es que, tarde o temprano, la falta de haber corrompido la inocencia de sus descendientes quede grabada en las turbias y deshonestas conciencias del señor y/o la señora mentirosos, hasta que busquen su propia cura mental y espiritual, que espero sea pronto. De lo contrario, como un perverso bumerang, la Vida regresará a cobrarse la falta de honestidad. De ellos. De la señora y/o el señor primero. Y después, cuando sea mayor, si acaso tampoco buscara esa cura, la de la criatura. Pues si los impertinentes niños y niñas mienten con tal descaro y seguridad, es porque tuvieron que aprenderlo (y refinarlo) en algún lado.


Toda mentira disfrazada de verdad, y, por ende, toda verdad mezclada con mentiras tiene forma de ser corroborada. De alguna u otra manera. Como decía mi abuelita: “lo que de noche se hace, a la mañana aparece”. O lo que es lo mismo: las mentiras que contemos se revelarán en algún momento. Tarde o temprano.


Pero hay algo peor, todavía: que de antemano tanto el mentiroso como el oyente conozcan la verdad. Porque en un momento muy caprichoso del cosmos, hubo un desenmascaramiento muy fortuito: una palabra, una contradicción, una evidencia. Un testigo…


Éste sería el mejor momento para dejar de hablar…


Pero que el mentiroso o la mentirosa siga hundiéndose en (y a causa de) su propio enredo y, aún con un montón de posibilidades de enderezar el buen camino, sea incapaz de dar su brazo a torcer, aceptando con toda humildad que cometió un error, y mejor se dé a la tarea de disfrazar esa mentira con otra; y esa, con otra más grande; y esa, con la madre de todas las mentiras haciendo que las falsedades crezcan tanto como el embustero lo decida, y como los oyentes lo permitan, ya es de pena ajena.


Una vez acorralados y revelados como lo embusteros que son (refiriéndome principalmente a los adultos) estas mendaces personas empezarán a dar mordidas al aire, echar patadas de ahogado, y hacer otros esfuerzos inútiles por hacerse los ofendidos, chantajeando y poniendo palabras en boca de los demás; manteniendo la falsedad, insistiendo en que lo que se dijo es solo la verdad, y nada más que la verdad; tratar por todos los medios de conservar la credibilidad, la suya y la de sus hijos y/o hijas, aunque ya no quede nada de ella; y peor todavía, buscar, entre la inocentada, falsos culpables que sufran la imprudencia del mentiroso o la mentirosa en cuestión.


Y sus bellos descendientes observarán, oirán, sentirán, sin identificarlo a ciencia cierta, todavía, que sus propios progenitores (guías, consejeros, educadores) son capaces de hacer y decir lo que sea, con tal de salirse con la suya, antes que aceptar que fallaron: a sí mismos. A sus hijos. A sus hijas…


Finalmente, abatido por los porrazos que la realidad le asestó por todos lados, sabiendo que lo dicho es completamente comprobable, y aún sin querer doblegar y con lo poco de dignidad que, por el momento, le queda, el mentiroso hará lo posible por frenarlo todo. En seco. Hasta aquí. ¡Esto es un fastidio! Como obviamente nada se va a arreglar, porque, aunque todos le digan lo contrario, él o ella defienden SU verdad (no LA verdad) indignados, ya no querrán profundizar más. No es necesario que se inmiscuya a más personas. Claro. ¿Para qué molestar a alguien más quien, por atestiguar lo ocurrido, pueda dar paso a la verdad, que no quiero que se descubra, y entonces con más obviedad aún, quedar como un vulgar mentiroso?


Y luego, en modo cordial, pero rígido; sonriente, pero atormentado; y entre dientes, sin ver a los ojos a nadie, da por terminado el intercambio de verdades y mentiras, y se despide. Y se va. Se va caminando, sin voltear. Con la cabeza alta, pero con el orgullo completamente por los suelos, esperando nunca más tener que volver a enfrentarse a sus acusadores. O peor, a sí mismo, o a sí misma; por lo menos no enfrente de otros. Por lo menos, en sus propios términos. Con la sartén por el mango. No al revés. Pues el dolor que causa el autodescubrimiento es casi tan cruel como, o peor que, ser atrapados (aunque sea en petit comité) en una mentira, que de petit no tiene nada, y en la que se metió la pata, casi hasta la rodilla.


Pero si así lo quisiera, ése podría ser el principio de su reconstrucción...


Entonces, es cierto que, mientras en nuestros años de tierna infancia, nuestros papás, o mamás, o las personas que cuidaban de nosotros, nos hayan contado muchas mentiras, con el fin de darnos lecciones de vida, mentir es bueno cuando al detectar ciertos sufrimientos en otros (o sea, cuando somos empáticos) buscamos mitigar algún trago amargo (o sea, cuando somos compasivos).


O para evitar berrinches y chillidos, y ya...


Entonces, mejor dicho, no hay un momento perfecto para dejar de mentir. Porque, lo ideal sería (casi) no mentir nunca.


Con honestidad,

Miss V.


 
 
 

Comments


© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

Join my mailing list

bottom of page