CON EL PELO NO SE ESTUDIA
- yesmissv
- Jun 1, 2023
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Cuando daba clases en la sección preparatoria de una escuela muy famosa no sólo por su nivel académico, sino también por el rigor de sus reglas, sucedió que un día, la directora de la sección llegó a mi salón de clases pidiendo hablar con uno de mis alumnos, al que le llamaré Tristán, sólo por la originalidad de su nombre real, que también comienza con “T”.
Tristán, además de ser un estudiante ejemplar, y simpático y ocurrente hasta la pared de enfrente, era un jovenzuelo de diecisiete, pero con la barba y el pelo en pecho de uno de treinta. El alumno en cuestión, fue llamado a salir del salón. El motivo era que, para el día siguiente, debería llegar rasurado al colegio, pues una de las normas del reglamento indicaba que, para que a un alumno pudiera permitírsele el acceso a la institución, debería presentarse “con el pelo corto, limpio, y con la cara rasurada”, todos los días.
Palabras más, palabras menos, la idea era esa: o se rasura, o no entra.
Mi papá decía que, “no es que te digan perro, sino que es el perro modo en que te lo dicen”, lo que cae gordo. Y la directora (Dios la bendiga) con ese modito tan peculiar que tenía de comunicarse con uno, donde lo mejor hubiera sido que, lo que dijera, lo dijera de una vez con enfado, y no con su sardónica risita de falsa amabilidad y artificial comprensión, seguido de un “te lo encargo muchísimo”, se la dejó ir todita. O, como dije: o se rasura, o no entra.
Está de más decirles que al buen Tristán, al igual que a otros de sus compañeros y amigos, no le agradó esta regla, tan absurda y, hasta cierto punto, tan arcaica. Remató diciendo que él era un alumno destacado (cierto), que siempre participaba en lo que le pedían (verdadero), y que jamás había tenido ningún problema de disciplina (efectivamente).
Ciertamente, ese tonito de la señora directora prendía hasta personas tan apacibles como Tristán. Pero estoy segura de que, aún si se lo hubieran dicho cantando, o con flores, Tristán se hubiera molestado (casi) igual, pues a nadie nos gusta que nos corrijan, o que nos censuren. ¿Qué tenían de malo la barba o el pelo de Tristán? Absolutamente nada. Aunque Tristán hubiera estado cubierto completamente de pelo, de ramas, o de grasa, su desempeño académico hubiera sido el mismo, estoy segura.
Intentando mediar la situación entre la directora contra los alumnos que empezaron a hacer fuerza con Tristán, a mí se me ocurrió decirle a ella que podríamos tener un poco de compasión, por lo menos al respecto de la barba. Que yo entendía perfectamente la situación del alumno, no por barbuda, sino porque mi esposo había adolecido del mismo mal: tener la barba tan cerrada y tan abundante, que hasta rasurarse cada tercer día, le era doloroso. Imagínate diario…
Inamovibles como son algunos fanáticos de seguir las reglas palabra por palabra, no importa el dolor que causaran los pelos enterrados en la cara de un ex-púber, la maestra, completamente imperturbable dijo: “el reglamento ES el reglamento, y debe seguirse, sin excepciones, al pie de la letra. Te lo encargo muchísimo …”
Claro, hasta que a su hijo lampiño, también alumno de la institución, con sus tres pelos en la barbilla, eligió no rasurarse un día porque YA le había empezado a salir algo de pelusa en la cara. Y porque sus indomables y hermosos rizos, que “sacó de su padre”, comenzaron a tener forma de matorral…
Ni hablar...
Cuando la directora en cuestión se fue del salón, seguramente zumbándole los oídos más que de costumbre, Tristán la destrozó a sus espaldas. A ella, y al reglamento. A la directora y al patronato. A la Secretaría de Educación y a la vida. Pues, ¿qué tenía de malo tener el pelo así de largo? ¿Qué importaba el largo o espesor de la barba? ¿Qué tenía de malo ser peludo…?
Nada, querido Tristán. Nada. Tener una barba abundante NO tiene nada de malo. Digo. No creo que lo puedas evitar. Tampoco tener piercings o tatuajes visibles, o las uñas pintadas de rojo o negro, tiene nada de malo.
Y, estoy completamente de acuerdo contigo. Con el pelo NO se estudia. Ni el pelo, ni la barba, ni el pelambre que sale aquí o allá, influyen en nuestra capacidad académica. Pero, sin afán de sonar fanática de las reglas, ni empeñándome en tomar partido, desafortunadamente, la señora directora tiene algo de razón, aunque sus modos no la recomienden mucho. Pues hay un momento y un lugar para todo.
En todos lados a los que vayamos habrá que seguir las reglas que nos imponga el dueño del lugar. Aunque efectivamente seas tú, o tu papá, tu mamá, o tus tutores/tutoras quienes paguen la colegiatura, y tengas derecho a exigir lo que pagas, siempre hay reglas que tenemos que acatar. Así sea la ridícula regla de “cortarte el pelo”.
No hay libertad completa…
Obviamente, Tristán estaba tan enojado con la directora, y un tanto decepcionado de mí, por no haber hecho más, que seguramente escuchó poco de lo que le había dicho: que hay reglas a donde quiera que vayamos, para nuestra seguridad; que las reglas nos ofrecen un tipo de contención en un otrora libertino escenario; que con las reglas sabemos qué esperar la mayor parte de las veces, en la mayoría de los contextos; que las reglas nos ayudan a que haya certidumbre y cierta previsibilidad; y, sobre todo, que las reglas favorecen a que haya cierto dejo de justicia.
Pero, para tratar de mitigar un poquillo el calor en esa situación tan innecesariamente tensa, le prometí a Tristán que, en cuanto él dejara esa escuela (la que ya le faltaba poco para abandonar), y fuera un adulto independiente y emancipado, y pudiera hacer las elecciones que a él se le pegaran la gana, iba a poder tener la barba, el pelo, y hasta las uñas, tan largos como se le antojara.
Eso, obviamente, ocurrió hace muchos años.
Sin embargo, si ustedes, estimados lectores y estimadas lectoras se dieran una idea de lo que es lidiar hoy con alumnos universitarios, adultos en teoría, pero no en la práctica, y que NUNCA han seguido una regla, o que las siguieron siempre a conveniencia, y que creen que en la vida “las reglas se hicieron para romperse”, estarían casi tan preocupados como yo nomás de imaginar que estos majaderos son nuestro presente, sin mencionar que también son nuestros futuros profesionistas.
Y si ustedes, estimados lectores y estimadas lectoras se dieran una idea de lo que es lidiar hoy con alumnos a punto de graduarse, casi profesionistas en el título, pero completamente mediocres en la práctica, y que JAMÁS han acatado una norma, o que las han acatado siempre en su beneficio, y que suponen que en la vida “las reglas son para los ñoños”, estarían casi tan desesperados como yo nomás de imaginar que estos insoportables son nuestro azote, sin mencionar que también son nuestros futuros expertos en nada.
Creo que rebelarse contra una regla tan sencilla como la de “córtate el pelo” (en preparatoria, por ejemplo) obedece casi siempre a las ganas de desobedecer, o de encontrarnos a nosotros mismos, según las peculiaridades propias de la edad, lo cual es parte de la naturaleza humana; pero, otras veces, puede deberse también al afán de haber querido demostrar que se hace nomás porque se nos da la gana, porque nos hemos auto-colgado la etiqueta de ser los rebeldes (sin causa) de la clase, buscando demostrar además que, si vamos en bola, nos harán más caso. Y las autoridades doblegan porque doblegan.
Y, muchas veces, estos revolucionarios de chocolate, no aceptan un NO por respuesta, con la excusa de que son unos luchadores sociales, aunque más bien son unos niños y niñas con muy pobre tolerancia a la frustración, acostumbrados a que todo mundo les diga que SÍ a todo. Entonces nosotros los profesores (incluyendo a algunos padres y/o madres, también) somos los que tenemos que lidiar con gente que hace lo que se le pega su regalada gana, a veces pisoteando a los demás, so pretexto de luchar por sus ideales personales. Que es otra manera de decir que pronto estaremos rodeados de cuasi adultos sin ningún tipo de madurez que nunca entenderán que NO ES NO, en lo poco y en lo mucho, no sólo en lo referente al pelo, o a los tatuajes, o a las uñas, sino en muchos otros contextos de la vida.
Cierto. No es el pelo largo lo que limita tu desarrollo como estudiante. Puedes ser un alumno sobresaliente o un ser discípulo ejemplar aún con el cabello hasta las rodillas.
Verdadero. No son los tatuajes visibles los que merman tu crecimiento como individuo. Puedes ser una persona destacada o tener un corazón de oro aún hasta con la lengua tatuada.
Efectivamente. No son los exuberantes 'piercings' los que determinan tu valor como ciudadano. Puedes ser un individuo modelo o ser un vecino confiable aún cuando tengas la oreja más perforada de la cuadra.
Nada de eso.
Es la pequeña regla a la que no le das importancia, y que no quieres seguir, lo que limita tu desarrollo como estudiante del mundo, incapaz de tener integridad, en un planeta lleno de personas perversas, a las que se les hizo fácil no seguir una regla básica, o rebelarse contra ella, porque no le vieron utilidad ni razón de ser.
Es la ínfima norma a la que no le das valor, y a la que desacreditas, lo que merma tu crecimiento como miembro de la sociedad, incapaz de defender los ideales comunes, en un planeta lleno de personas retorcidas, a las que se les hizo fácil no acatar una instrucción elemental, o sublevarse contra ella, porque no vieron en ella ningún provecho personal.
Es la ridícula ley a la que no le das significación, y de la que te ríes, lo que determina tu valor como habitante del presente, incapaz de buscar el bien social, en un planeta lleno de personas individualistas, a las que se les hizo fácil no respetar un principio básico, porque no les pareció que pudieran tener algún beneficio.
Ciertamente todo comienza en el seno familiar. Pero, ciertamente, no todo termina ahí.
De manera general, ya no nos escandalizamos por una pequeña transgresión a las leyes o a las reglas, mientras los que las rompamos seamos nosotros. O bien, lo contamos como una picardía o una travesura sin importancia, si acaso fue nuestra querida prole los que rompieron la regla, por muy insignificante o intrascendente que nos haya parecido.
No es una desvergüenza para nosotros, y además contamos con orgullo, y como signo de ser listísimos, el haber hecho algo indebido, como comernos un durazno (o cinco) en el supermercado, en lo que estamos escogiendo las verduras, aunque el letrero diga “favor de NO comerse la fruta”; o no regresar el cambio que nos dieron de más, pero poner el grito en el cielo cuando nos regresan de menos; meternos en la fila, muy discretamente, o a fuerzas, sin formarse y esperar el turno como los demás; estacionarnos en un lugar que no nos corresponde, así sólo nos vayamos a tardar como cinco minutitos, y no más; querer que nos atiendan primero, aún sin cita, y aunque hayamos llegado al final; no respetar las reglas de un aula, no por ser aburridos principios de una convivencia armónica, sino porque “si lo hacen los demás, ¿yo por qué no?”...
Creo que es aquí donde podemos darnos cuenta del porqué ya no es tan fácil encontrar personas que sean verdaderamente honestas en cualquier cargo de cualquier institución, gubernamental o civil. Aun así, todavía nos extraña, y hasta nos enoja, que haya tanta corrupción en casi cualquier corporación, de cualquier naturaleza, ya ni siquiera solamente en las oficiales/burocráticas. Y todavía nos cuesta trabajo creer que haya gente tan insensible ante las necesidades de los demás…
¿Estoy exagerando? Para muchos, con mucha probabilidad, sí.
Muy posiblemente estoy satanizando y agigantando las posibles secuelas de una mínima infracción. Pero tal vez lo hago porque me toca ver, de primerísima mano, todos los días, sin excepción, la falta de interés de los jóvenes por respetar, siquiera, la regla más pequeña, incluso dentro del aula.
Ciertamente todo comienza en el seno familiar. Pero, ciertamente, no todo termina ahí.
Por lo menos, no para mí.
Mi deber como mamá, pero también como maestra, es preparar a mi hijo y a mi hija, y a mis alumnos y alumnas, para adherirse a las reglas que trasciendan en la satisfacción del deber cumplido; pero, al mismo tiempo, a nunca callar ante las injusticias.
Mi deber como mamá, pero también como maestra, es guiar a mi hijo y a mi hija, y a mis alumnos y alumnas, a que sus luchas sean aquellas que den sentido a la justicia, pero, a su vez, a jamás permanecer inmóviles ante la arbitrariedad.
Mi deber como mamá, pero también como maestra, es ayudar a mi hijo y a mi hija, y a mis alumnos y alumnas, a procurar las herramientas que necesitan para que, cuando sea el momento de tomar las riendas de su propia vida, puedan tomar las decisiones que ellos y ellas quieran tomar, incluyendo la de tener el pelo largo, pintárselo de colores, o raparse.
Pero siempre actuando de manera sensata, íntegra y justa.
Ciertamente, no queremos alumnos callados ante las injusticias de la vida. Queremos personas que levanten la voz ante las iniquidades, los abusos, la falta de compasión. Pero sin saber seguir una regla, ¿cuándo levantarán la voz cuando el otro la infringe? ¿Será hasta que la falta de respeto de los otros les afecta a ellos y ellas, directamente?
Aceptar un NO por respuesta, pero buscar las razones del NO y convertirlas en el verdadero ideal de la imberbe y juvenil “lucha social”, o como se le quiera llamar, es lo que va a hacer de nuestros futuros ciudadanos y ciudadanas los seres humanos que hacen falta en esta sociedad tan consumida por la falta de interés, en la que escuchar un “sigue las reglas” saca lo peor de nosotros…
Porque somos el resultado de una sociedad que nos enseña a ser conformistas y sentirnos felices con lo moralmente poco. O sea, sin afán de sonar bíblica, ni mucho menos, nos estamos convirtiendo, y en turno, estamos convirtiendo a los que vienen detrás de nosotros, en personas a las que no se les pueden encomendar las cosas grandes. ¿Para qué salir a marchar, a alborotar, o a amotinarnos, si ni siquiera estamos dispuestos a cambiar lo que pareciera ínfimo, comparado con nuestra lucha, en nuestras diarias falsedades? ¿Para qué hacer sentidos discursos y arrancar lágrimas de efusión, si no tenemos intención de respetar lo que consideramos insignificante, comparado con nuestros ideales, en nuestras habituales simulaciones?
Es cierto. Con el pelo NO se estudia.
Sin embargo, cada acción que atente contra las tan pregonadas “reglas de convivencia”, aun cuando éstas parecieran ñoñas, arcaicas, o no sean de nuestro total agrado (mientras no atenten contra nuestra integridad), tendrá, tarde o temprano, con más deseo que probabilidad, una consecuencia punitiva. Pero un deterioro en la paz común volverá a ocurrir, y nunca habrá un verdadero cambio si, a una regla que pareciera intrascendente como la de “córtate el pelo”, no se le da el valor futuro de la formación, en vez de sólo considerársele un aburrido, e inútil, contratiempo presente.
Con el pelo largo,
Miss V.
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