¡COHERENCIA, POR FAVOR!
- yesmissv
- May 5, 2023
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Cuando era niña, cuando me daba pena hacer o decir algo, que no era frecuentemente, porque locuaz siempre he sido, muchas veces escuché a mi papá decir: “pena robar, y que te cachen”.
Obviamente, a mí nunca me iban a cachar robando, no porque en alguna ocasión en mis infantiles días no lo hubiera deseado, sino porque, como siempre he sido bastante miedosa, jamás me atreví a hacerlo.
En algún momento, también escribí algo relacionado con ser honestos, que no sólo se trata de NO robar, sino también de decir la verdad tanto como nos fuera posible. Como lo mencionaba ahí, a veces es muy difícil hacerlo pues, a veces, para salir airosos de un atolladero moral o emocional, habrá que contar una que otra mentirilla.
Mentiras casi piadosas como “me duele la cabeza”, “te están viendo los Reyes Magos”, o “tengo un compromiso” son falsedades que no necesariamente traen consecuencias nefastas. Aunque después no recordemos haberlo dicho…
Pero en el contexto en el que me desenvuelvo hoy, el de la docencia, donde la honestidad debería imperar (amén de ser uno de los lemas de la institución donde trabajo), y desde donde surge el actual escrito, yo también diría: “pena mentir, y que te cachen”.
O también “pena ser incoherente, y que te cachen”.
Las personas que casualmente nos encontramos en posiciones de “poder”, pero no necesariamente de querer, estamos, mucho tiempo, en la mira de los demás. Lo que hacemos o lo que decimos, sin ser necesariamente fabulosos influencers o extraordinarias celebridades, no pasa desapercibido para ciertas personas que, en muchas ocasiones, están al pendiente de todo lo que expresamos y realizamos. Más aún cuando, en nuestro papel de educadores, nos ponemos irremediablemente de pechito y recibimos, abiertamente o a traición, consejos vacíos, clamores variados, y hasta críticas vulgares al respecto de nuestro trabajo.
Es nuestra cruz…
Pero nada causa más escozor entre nuestros influenciados que el hecho de que digamos una cosa, y luego hagamos otra. O sea, la falta de coherencia. Independientemente de la propia incoherencia en los actos de quienes nos critican.
Nadie nos escapamos de este fallo en la congruencia pues, a lo largo de nuestras vidas, hemos adolecido de este mal más veces de la que admitimos haber caído, o de las que nos hemos dado cuenta, siquiera. Es naturaleza humana, creo yo. Pero, todo podrá solucionarse mientras sepamos hacer las rectificaciones obligatorias y oportunas.
Cuando sí pasa mucho, es cuando el incoherente, ni siquiera quiere darse cuenta, de que cada cosa que pregona, no tiene nada qué ver con lo que practica. O los demás le importamos tan poco, que ni siquiera le interesa rectificar nada.
No debería ser mi intención apuntar con dedo acusador a nadie en lo particular, mucho menos cuando, como mencioné, todos hemos caído presa de comunicaciones que nada tiene qué ver con nuestras conductas. En este largo camino del aprendizaje en el que me encuentro inmersa, he estado tratando, a veces sin mucho éxito, a veces con productivos resultados, que mis acciones apoyen siempre los discursos que divulgo.
Con todo eso, hoy más que nunca, me ha tocado estar del lado de los que no terminan por convencerse de que, quienes están arriba de nosotros, estén siendo enteramente, ya no digo coherentes, sino honestos. O sea, el o la autoridad (con ínfulas de influencer) que me toca seguir porque debo, no porque quiero, dice una cosa, y hace otra. Muchas veces con brutal desapego, otras veces con cruel descuido, pero casi siempre, con total desvergüenza.
Los porqués de la falta de coherencia en alguien pueden ser muchos y muy variados, según mi propia experiencia en mi enfermedad de las incoherencias, de la que he adolecido, pero para la que estoy en busca de cura. En mi larga carrera magisterial, además de los años de vida que cargo hasta el sol de hoy, he visto a muchas personas luchar contra la honestidad y la apertura sincera de su corazón, so pena de parecer aburridos, de no ser estimados, o de no caer bien. O sólo porque no hay confianza.
La necesidad de ser aceptados y quedar bien con los demás es, a veces, la que nos lleva a la falta de honradez en nuestras palabras, resultado de la manifestación incompleta, rota, o tergiversada de nuestras ideas. Para algunos otros, tal vez, la realidad es algo dolorosa, y la adornamos con un poco de aventura, con dos o tres mentirillas por aquí o por acá. Mentirillas que luego olvidamos que dijimos, y es ahí donde perdemos la coherencia.
No obstante, en esta carretera de la formación emocional que mencionaba antes, que todos transitamos, creo (y eso lo creo sólo yo) que esto se debe a que las palabras que se dicen, se dicen sólo por decirse, sin que tengan un verdadero significado, sin que haya un verdadero interés, o sin que exista un verdadero conocimiento del alcance que tienen las palabras, aunadas con las acciones.
Estos enredados parloteos, los de la incoherencia, sin embargo, no se dan de manera tan abierta y manifiesta. Se dan de a poco, a escondidas de otros, en voz baja. A puerta cerrada. En un ejercicio de aparente confianza, pero sin alma. En una conversación cara-a-cara, pero sin corazón.
Y, casi sin darnos cuenta, pero no sin sufrir una sacudida de la conciencia (a la que ignoramos olímpicamente), la incoherencia se vuelve, muy desafortunadamente, en la carta de presentación de muchos.
Lo malo es cuando se hace de manera amigable, bajo la sucia falsedad de “con la confianza que te tengo”, actuando con absoluta imprudencia, lo que ocasiona, o está a punto de ocasionar, afecciones.
Lo peor, es cuando se hace de manera enredante, bajo la dañina complicidad de “esto te lo cuento sólo a ti”, actuando con completa negligencia, lo que ocasiona, o está a punto de ocasionar, hostilidades.
Lo inaceptable es cuando se hace de manera inconsciente, bajo la despreciable conveniencia de “lo que te digo a tí, no aplica para otros (o para mí)”, actuando con total indolencia, lo que ocasiona, o está a punto de ocasionar, enemistades.
Así lo ha estado haciendo últimamente ella. Aunque perfectamente podría ser él. O cualquiera.
Confiando de más, en quien muchas veces ha tenido a menos. Seguramente, buscando la mayor cantidad de aliados posibles, aún en personas a las que desdeña.
Abrazando con aparente cariño un día, pero ignorando con evidente fastidio el otro. Posiblemente, consciente de su omisión, sin reparar en las impresiones que causa en otros.
Y así va él, viajando por la vida. Aunque perfectamente podría ser ella. O cualquiera.
Señalando unas cosas a unos, pero otras muy distintas, a otros. Según la conveniencia del momento, y de la gente con la que se encuentre.
Soltando la lengua, pero incapaz de sostener sus palabras. O diciendo que dijo lo que nunca dijo, y desdiciendo lo que sí.
Interrumpiendo con abierta descortesía, aunque después pida cínicas disculpas. O no las pida nunca.
Minimizando el punto de vista de otros, que no vale tanto como el de ella. O no dándole ningún valor.
Haciendo prevalecer su palabra sobre la de los demás, incapaz de ocultar que tiene hambre de poder.
Y, finalmente, dando por terminado un intercambio de comunicaciones que nunca existió.
Por eso, cuando la persona incoherente en cuestión se llega a ver acorralada, porque sabe que no es sincera, ni genuina, ni racional, se remite a utilizar tantas palabras como pueda, para no permitirle a los demás hacerle ningún reproche. A victimizarse de todas las formas posibles, para no dar lugar a ningún altercado en el que ella, o él, no salgan victoriosos. A pretender darnos por nuestro lado, ofenderse, y guardar silencio, después. A usar las fallas de los demás a su favor, para que terminen sintiéndose culpables, e incapaces de terminar con el tormento de seguirles escuchando.
Esta desequilibrada duplicidad, con espíritu de esquizofrenizante bipolaridad, pero con máscara de excusada distracción, nos ha dejado viendo estrellitas a más de uno, pues nunca queda testimonio de sus astutos, pero tóxicos, discursos, excepto la amargura que queda en el corazón de quienes en un momento confiamos en las después inconexas palabras-obras del hablador en cuestión. O sea, nada queda por escrito. Y cuando se reclama la réplica, por los medios adecuados (llámese institucionales, morales y/o emocionales…) nunca hay respuesta a una aclaración pedida al incoherente, ni la aceptación de algún error cometido porque, desde su punto de vista, no hubo ninguno. Y nunca se vuelve a hablar del tema, a menos que ella, o él, sea quien lleve la sartén por el mango, y los que se estén quemando sean los demás.
Cuántos más de nosotros seguiremos enfrentando la amargura de sus modos, es una frecuente pregunta, aunque también un cruel cuestionamiento.
Cuánto tiempo más le queda hasta que le desenmascaren completamente, es una dolorosa incógnita, aunque también un anticipado suceso.
Cuántos días más tendremos que esperar hasta que se trague sus palabras, es una indeseable duda, aunque también un anhelado momento.
Bajo esta premisa, siempre viviremos con la incertidumbre de sus modos, y jamás sabremos cuál es la posición mental o emocional de él, de ella, y de aquellos que, muy evidentemente para más de uno, no conectan sus hablar con su actuar. Ésto es tremendamente decepcionante, pues no es único del campo laboral, sino que es un efecto colateral de las muchas relaciones en las que nos movemos todos los días, ya que en todos lados “se cuecen habas”. Aunque ésta ya se pasó de cocida.
Bueno. Suficiente toxicidad por ahora...
Como dije en un párrafo anterior, no quiero que mi intención sea apuntar con dedo acusador a nadie en lo particular, mucho menos cuando todos (tal vez, yo más que nadie) hemos caído presa de comunicaciones que nada tiene qué ver con nuestras conductas. En este largo camino del aprendizaje en el que me encuentro inmersa, seguiré tratando (algunas veces, quizá sin mucho éxito; otras veces, posiblemente cayéndome y volviéndome a levantar) que mis acciones apoyen, tanto como me sea posible, los discursos que divulgo.
En pesquisa de la coherencia,
Miss V.
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