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CLARO, SUS PAPÁS LE AYUDARON...

Writer's picture: yesmissvyesmissv


Hace muchos años, cuando yo estaba muy joven, existía un programa nocturno de variedades conducido por una mujer tan guapa como bajita, que comparte el nombre con tu servidora. Ella tiene un hijo que es cantante y, a decir verdad, ese hijo, que ahora es un señor de gustos muy exóticos, no canta nada mal. Es más, me atrevo a decir que este hombre es un cantante con una voz privilegiada y que ha gozado del éxito (y de los humos) que trae su indiscutible talento. No así ella, quien, desafortunadamente para quienes la hemos escuchado, es muchísimo mejor actriz y conductora que intérprete.


Este programa nocturno era lo suficientemente bueno como para tener niveles de audiencia muy elevados, a pesar de la hora en la que se transmitía. No era para menos. La conductora, una mujer de carácter fuerte, de personalidad arrolladora, y de rostro angelical, sabía lo que hacía, y sabía que lo hacía bien. Además de invitados varios, temas de conversación diversos, y chistes de doble sentido, una de las dinámicas del programa aquel era leer comentarios y preguntas enviados por los televidentes, que se leían entre broma y broma, entre canción y canción, entre copa y copa.


Uno de esos comentarios decía, palabras más, palabras menos, que...


El comentario estuvo a punto de despertar los vítores entre el público que estaba en el estudio. Pero la mirada de la conductora y un muy serio “no estoy de acuerdo”, terminaron por callar los pocos aplausos que habían comenzado a sonar. A pesar de que puso la cara muy seria, la belleza de la conductora no se opacó. Con mucho descontento en su voz, procedió a negar que los contenidos del comentario fueran certeros, y se dispuso a elaborar una larga diatriba en contra de aquellos que creían que los hijos de las celebridades tenían la vida fácil. Negó que existiera tal cosa, y se atrevió a asegurar que los hijos de sus amigos artistas estaban ahí por sus propios méritos…


Ay, mujer.


Todo mundo lo sabía, y lo sabe. Es verdad que los hijos de los ricos y famosos pueden entrar al mundo del espectáculo, al laboral, o a cualquier otro, mucho más rápido que cualquier hijo de vecino.


Claro. Sus papás les ayudaron.


Pero ¿Acaso tiene eso algo de malo?


Eso, lo de empujar a nuestros retoños por ciertos caminos para que sigan nuestros pasos y, además puedan triunfar, no es, creo yo, nada nuevo. Eso lo hacen hasta los más jactanciosos monarcas quienes, durante toda su vida, preparan a sus herederos al trono real. No andan pegando letreros en el reino para que los interesados en el trono vayan a hacer “casting”.


Si tuviéramos oportunidad, todos los papás y mamás que amamos lo suficiente a nuestros hijos e hijas, le allanaríamos el camino a nuestra prole, para que no tengan que sufrir las penurias que sufrimos nosotros en el camino hacia el “éxito”, o hacia donde hayamos querido/podido llegar.


Que los hijos transiten ese camino, es relativamente fácil. El camino ahí está. Que lleguen al éxito, ahí si ya la cosa cambia.


Por eso, si ella hubiera dicho algo como:


…la cosa habría sido diferente, y ella habría resultado ganadora en una lid en la que, muchos otros papás y mamás, tanto como ella, han luchado. Y a veces perdido.


En ese mismo contexto, el del showbiz, también existió un afamado cantante al que apodaron “El príncipe”, y que tenía también una voz tan privilegiada que, en un famoso festival internacional, dejó a propios y extraños con la boca abierta después de cantar una “Triste” canción. Tristemente, no ganó. Pero su interpretación fue tan majestuosa que NADIE, repito, NADIE se acuerda siquiera (por lo menos en México) de quién fue el ganador o la ganadora de susodicho festival. Su carrera se extendió por muchos años, hasta que un día, como lo dijo él mismo premonitoriamente en una de sus canciones:

Este príncipe de doble nombre, también tiene un hijo con mucho carisma y una sonrisa encantadora. Por eso, siendo hijo de quien era, todo mundo esperaba que él pudiera ser tan bueno o, incluso, mejor que su padre en el aspecto interpretativo.


No.


El muchacho no es feo. Pero talentoso tampoco. He aquí un claro ejemplo de que no necesariamente siempre el que quiere, puede: un hijo de famosos que tiene todas las de ganar, un heredero que recibe toda la ayuda posible de su padre, y hasta de su madre, y que no logra, ya no digo permanecer en la cima, sino medianamente acercarse a ella, solamente logró posicionarse en el ojo del huracán, a fuerza de un par de escandalillos.


Este obvio empujón, esta descarada ayuda que conocemos también como nepotismo, y que si pudiéramos hacerlo todos, lo haríamos, ni es nada nuevo, ni tampoco es exclusivo de suelo mexicano. Es un cuento de nunca acabar, y se da en todos los lugares y en todas las ramas laborales.  


Yo misma lo veo casi diario en mi trabajo como maestra. Trabajo que, a pesar de ciertos momentos histriónicos, nada tienen que ver con el mundo del espectáculo.


Ahora bien. El presente escrito, no creas tú, tiene que ver con mi propia amargura por no haber nacido en cuna de oro. Tampoco pretendo hacer de este documento un reproche contra los que más tienen, y mucho menos, una censura contra los que menos.


Pero no estoy mintiendo cuando digo que algunos niños y niñas SÍ nacen en cuna de oro y eso, indiscutiblemente, les da una maravillosa ventaja en muchos aspectos de la vida sobre los niños y niñas que nacieron en la inopia. Muchos de los niños cuyos padres tienen dinero y/o conexiones, reciben (o aprenden) la capacidad de sus progenitores para hacer más de sus vidas, mientras que los niños de entornos menos beneficiados luchan desde el inicio de sus propias historias.


Aunque esto es una angustiosa generalización, hay de todo en la viña del Señor, si me entiendes.


Seguramente dirás:



Otros tal vez digan:


Ambas declaraciones pueden tener mucho de cierto, pues todos conocemos a UNO o a MUCHOS que pasaron de mendigos a millonarios, muy al estilo de Cenicienta, con todo y la ambigüedad que traen semejantes opiniones. Y a ninguno de ellos sus papás les ayudaron. Pero por más UNO o MUCHOS que conozcamos todos, ese seguirá siendo un número insignificante comparado con TODOS aquellos que, habiendo nacido ricos, están gozando de puestos maravillosos en las mejores empresas, las artes, la educación, y hasta el gobierno de este caprichoso país.


Como diría mi bella suegra, a quien Dios tenga en un lugar privilegiado:


Tu servidora lleva treinta y cuatro años viéndolo y viviéndolo: hay una clarísima brecha entre el desempeño escolar de los niños ricos y pobres, y la diferencia puede atribuirse, en casi todos los casos, a un acceso más fácil a libros o computadoras; a clases extraescolares o viajes de intercambio; a más atenciones de algunas mamás y otros tantos papás; a la zona donde viven o la gente con la que se codean. Yo qué sé.


Pero la vida es dura. No justa.


Nacer en cuna de oro tiene muchas ventajas a las que los pobres ni siquiera tendrán acceso. Que los niños ricos las aprovechen o no, esa ya es harina de otro costal. Pero, desafortunadamente, esta brecha que se está ensanchando entre los niños ricos y sus equivalentes más pobres sólo seguirá ampliándose a medida que pase el tiempo.


He visto, durante todos esos treinta y cuatro años en la docencia que, en qué o quién se conviertan los niños y niñas ricos, también depende en gran medida de quiénes son sus padres, qué hacen, cuál fue su propia crianza y, sin afán de sonar clasista, desde cuándo tienen su fortuna. También habrá que tomar en cuenta las diferencias en la educación (escolar y doméstica) entre las familias más prósperas y las familias más menesterosas. Pero aunque mayormente he trabajado en escuelas cuyas colegiaturas rayan en lo grotescamente alto, en todos lados se cuecen habas.


O sea, ni todos los niños y niñas ricos son estudiosos y perseverantes, ni todos los niños y niñas pobres son perezosos o despreocupados. Eso es obvio.


Pero si pudiéramos, si la Vida nos concediera cualquier deseo en favor de nuestros hijos, no me cabe la menor duda de que todos, tanto pobres como ricos, desearíamos poner a nuestros hijos e hijas en el camino hacia el éxito. De dotarlos de absolutamente todo lo indispensable para que no sufrieran poquedades. Es más, de ponerlos en la cima de una vez, para que no tengan qué tropezarse con nada en el camino hacia ella.


Desafortunadamente, o tal vez, pensándolo mejor, AFORTUNADAMENTE, no se puede.


Tampoco quiero que creas que estoy a favor de resolverle la vida a nuestros bienquistos herederos y herederas hasta el punto de hacerlos unos verdaderos inútiles, como veo que pasa con un creciente número de adultos-niños todos los días.


La mitad de ellos tienen prácticamente la vida resuelta, y su presencia en la universidad es, a veces, un mero requisito para tener un papel que dice “título”, pero que no van a utilizar para nada.


A algunos de ellos porque, desde antes, sus papás y mamás los supieron poner en el camino del éxito. Estos niños y niñas conocen y manejan tan bien los tejes y manejes del negocio familiar incluso mejor que sus propios padres y madres que, si éstos llegaran a faltar, los hijos e hijas tendrían perfecto control sobre la Compañía.


A muchos tantos otros porque, desde antes, sus papás y mamás los quisieron poner en el camino de éxito, sin éxito. Y es que estos niños y niñas son tan inútiles y carecen de todo interés, que para sus progenitores es mejor tenerlos metidos en algún lugar, aunque no hagan nada, que tenerlos en la casa haciendo exactamente lo mismo: nada.


Ayudar y favorecer a nuestro hijos e hijas a seguir nuestros pasos, si es que ese es su interés, no está mal. O impulsar y animar a nuestros hijos e hijas a seguir su propio camino, y arrimarles el hombro, tampoco. Finalmente, la elección y la meta serán personales, y ellos y ellas deberán hacer todo lo posible por encontrar, con dignidad, lo que los haga felices. A ellos y ellas. No a nosotros.


Lo que sí es, no sólo malo, sino abominable, es resolverles hasta sus más ínfimas contrariedades. O ser los culpables de su falta de interés, y/o de su exceso de merecimiento, y aun así, exigir (a los profesores) que sus mocosos tengan buenas calificaciones, reclamar (de la institución) un título hueco que les costó más de catorce mil pesos al mes y, finalmente, aún sin los conocimientos sociales básicos, asumir (sin merecerlo) un puestazo en cualquier empresa. Incluso en la familiar.


Y que nos quede claro que son ellos los que han de vivir su propia vida, y buscar su propio destino. Nosotros no les vamos a durar toda la vida.


Dicho lo anterior, desde mi muy personal y curtido punto de vista, con el tiempo, estas ventajas que parecieran carecer de importancia en el momento del nacimiento de una niña o un niño, irremediablemente se transformarán en desventajas categóricas e insalvables para otros. Para la mayoría de las niñas y niños ricos, sólo hará falta dar unos pocos pasos del camino a la cima. Claro, sus papás les ayudaron.


Pero para las niñas y niños pobres, siempre será necesario tener que comenzar desde la base de la montaña. Si es que acaso pueden llegar hasta ella. Claro, sus papás también les ayudaron emocionalmente. Pero aunque nos cueste aceptarlo, a veces eso no es suficiente.


Esto no significa que no exista quien, sin las ventajas que trae el dinero, la posición o las conexiones, llegue a acercarse y escalar la montaña desde la mismísima base, o a veces desde más abajo. Para prueba el botón de ese UNO o esos MUCHOS abogados, doctores o arquitectos que conocemos todos. Pero los privilegios de los que gozaron sus compañeros con el dinero, la posición y las conexiones de sus papás y mamás, aunadas a las disparidades geográficas, sociales y culturales, sólo hacen la cuesta arriba más empinada y escarpada.


Pero no todo es desesperanza para aquellos de nosotros que no nacimos en cuna de oro. Como dije, algunos poderosos profesionistas y otros destacados ricachones que comenzaron siendo muy pobres son testimonios vivientes de que, con coraje, determinación y, tal vez, un poco de suerte, cualquiera puede vencer las adversidades y lograr el éxito.


Sí. Veo personas aparecer de pronto en el camino del éxito sin merecerlo, sólo empujados hacia él por sus propios padres y madres. Pero también veo situaciones de éxito personal en otros lugares donde trabajo: hombres y mujeres que con mucho esfuerzo y otros tantos sacrificios lograron estudiar tantas licenciaturas, ingenierías y tantas cosas como te imagines, y buscaron (y siguen buscando) un lugar mejor recompensado en muchos aspectos de la vida, que el que, en su tiempo, tuvieron sus padres y madres, y sus padres y madres antes de ellos.


Yo también creo que hay uno y muchos, y una y muchas, que nacieron en medio de la carestía, misma que pareciera no tener fin, y acrecentarse con el tiempo. Pero también creo que aquellos y aquellas lo suficientemente privilegiados de recibir de los suyos un cariño inversamente proporcional al tamaño de sus riquezas materiales, serán capaces de llegar, no sólo al pie de la montaña, sino escalarla hasta la cima.

 

Con la ayuda emocional de mis papás,

Miss V.

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