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CARTA A UNA RIVAL

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Jun 8, 2023
  • 5 min read

Aquellos que me conocen saben que, escribir, me gusta mucho. Las comas excesivas, las oraciones largas, y las palabras pedantes son cosas que me divierten un montón. Escribir me gusta casi tanto como dibujar o cantar. Todo lo anterior lo hago, a veces mal, otras veces peor, pero siempre con hartas ganas.


Y, de todo lo anterior, hacer dibujos y cantar canciones son cosas que, dependiendo de las circunstancias, la gente me ha pedido que haga por ellos. Honestamente, no me doy a desear. En cualquiera de estas dos cosas (¡y sólo de éstas dos!), soy una facilona. Lo hago con mucha complacencia.


Pero escribir algo para alguien, sobre todo alguien que no conozco muy bien, no entraba en mi lista de encargos.


El siguiente escrito es la narración de un triste episodio en la vida de un alma adolorida. Esa alma es de una mujer que conocía muy bien de vista, pero no de corazón. Por eso, un día que lo abrió para mí, de una manera tan franca como dolorosa, tuve un amargo choque de sentimientos. Me sentí agradecida con ella por dejarme entrar a la intimidad de su dolor; pero también me sentí afligida porque, una vez adentro de la intimidad ajena, es muy difícil no sentir cierta parcialidad, aunque la pena no sea nuestra.


Ella cerró sus redes sociales, y creo que siguen cerradas, porque, al estar en el camino de la cura emocional, ella pretendía tener el menor contacto posible con la gente, las cosas, y los lugares que seguían calando, unos días más que otros.


También cambió su número de teléfono, y no se lo dio a nadie, porque, al estar en el recorrido del alivio mental, ella pretendía rodearse únicamente de la gente, las cosas, y los lugares que le traían paz, unas veces más que otras.


Además se fue de la ciudad, y parece que no ha regresado, porque, al estar en el trayecto de la calma física, ella pretendía despegarse de la gente, las cosas, y los lugares que le hacían recordar la felicidad que fue, pero que ya no existía.


Ella decía que, si hubiera podido (no por no poder, sino por no atreverse a hacerlo), le hubiera escrito, lo que ella me contó, en una carta que hubiera querido entregarle en propia mano, y mirándola a los ojos.


“Ojalá pudieras escribirla tú, mi Vero…”


De esta petición (sin que ella haya querido ver la carta) y de esta plática (sin que yo haya querido preguntar mucho) ya han transcurrido unos cuantos años; y otros tantos desde que la vi por última vez. No sé dónde está, ni qué está haciendo, y ni si su espíritu y sus sentidos ya encontraron la paz que sólo trae la siempre constante, y a veces desmoralizadora, lucha personal.


Y yo creo que, en su carta, ella le hubiera querido decir esto que escribí:


Niña,


Quiero que sepas que te conocí por tu nombre desde hace mucho. Por un error. Pero aun así, eras como un fantasma. Un espectro que, aunque no se ve, se percibe. Y que, cuando se percibe, causa estragos.


Lo que su boca no me dijo, me lo dijeron sus ojos. Y después, sus brazos. Nadie me contó lo que pasaba, para no atormentarme. Pero “lo que pasaba”, lo intuía yo desde hace mucho. Me aferré a la ilusión de que todo avanzaba bien, o medianamente bien. Que todas las parejas pasan por eso. Que no había de qué preocuparse. Pero sufrí la burla y la compasión de otros porque, como antiguo cliché, a pesar de tu esencia fantasmal, fui la última en enterarme de tu existencia física.


Él acaba de llegar a un obstinado punto en el decadente camino de su vida que, aunque yo no quiera, se bifurca. Y, aunque yo me niegue a aceptarlo, le da nueva vida.

A la izquierda estás tú y tus veintitantos sugestivos años. A la derecha, yo, con la carga de los míos y de mi cansado cuerpo, que le entregué desde que tenía tu edad.


Mis "mejores" amigas me dijeron que no me acobardara. Que si en verdad me importaba todavía, luchara por traerlo de regreso a mi lado. Por retenerlo junto a mí, como fuera. Como fuera. Que ellas habían hecho lo mismo, y que les había funcionado maravillosamente. Que ahora, ellas eran felices…


Pero no voy a luchar, porque la mía, es una lucha en solitario, y una lucha así es una lucha inútil que deja a los combatientes tan malheridos, que por instantes quisieran que llegara el fin. Mi familia no se merece eso.


Yo, menos.


No voy a combatir, porque llevas una considerable ventaja con la frescura de tus años, la firmeza de tu cuerpo, las despreocupaciones de tu vida. Irremediablemente, el juego es tuyo.


No voy a pelear porque, a diferencia de ti, no soy una niña. Soy una mujer y sé que es lo que quiero. Y lo que no. Y por sobre todas las cosas terrenales, me quiero querer a mí.


¿Te dijo que no sabe si elegir entre tú o yo? No hay más qué decir: si tú lo haces feliz, que opte por ti. No soy elección de segunda mano de nadie, aunque haya sido la primera en su vida.


¿Te dijo que quiere saber quién de las dos es capaz de hacerlo todo por él? Sin problema: con la ventaja de tu falsa ingenuidad y de la vivacidad que es tan propia de alguien de tu edad, eres la indicada para hacer lo que él te pida. Consérvalo para ti.


Ahora ya lo sabes. O tal vez, siempre lo has sabido: tienes muchas ventajas sobre mí. Así es el juego del amor. Todos lo jugamos tarde o temprano.


Hoy, tú resultaste vencedora y yo perdí.


Y porque soy una persona con suficiente amor propio, y por su familia, te lo cedo sin pelear.


Y porque soy una mujer que sabe abrirle el camino a quien quiera pasar por él, pero no disponerme cual paño, para que pasen por encima de mí, me hago a un lado.


Y porque sobre tus hermosos atributos físicos, no pueden imponerse ni mi inteligencia, ni mis ambiciones de una vida mejor, ni mis ganas de vivir, me doy por vencida.


Y porque con él, sin él, o a pesar de él, mi vida debe seguir, por mí y por los que amo. Es tuyo desde hoy, y para siempre. Felicidades.


Pero por favor, cuídalo mucho. Porque aunque hoy sea para ti un capricho, él fue algún día (y tal vez lo siga siendo por mucho tiempo más) el hombre de mi vida.


Atentamente,

M.


Te abrazo con mis brazos, con mi corazón, y con mis sentidos, querida M., en donde quiera que estés.


Porque comprendo el dolor que causa el dejar de ser amada, y el seguir amando a la nada, sin reciprocidad, ni eco.


Porque entiendo la pena que produce el ser pasada por alto, y querer renovarse por alguien sin interés, ni voluntad.


Porque conozco el tormento que ocasiona enfrentar la propia alma, e insistir en afirmar que no pasa nada, cuando, en realidad, pasa todo.


Aun sin saber dónde o cómo estás, deseo que ya hayas encontrado la felicidad que siempre has buscado, el amor que te mereces, y la calma que tu corazón anhela.


Atentamente,

Miss V.

 
 
 

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