¿ASÍ SOMOS TODOS?
- yesmissv
- Jan 14, 2019
- 3 min read

Desde hace un buen tiempo, como muchos saben, he ejercido, con mucho orgullo, la labor magisterial. Los altos, los bajos, y las curvas tan pronunciadas, de la carretera donde se corre esta bella y noble carrera, me tienen aferrada de las veinte uñas. Porque tropezarse es muy fácil, y ser constructivamente crítico, muy difícil.
Esta crítica constructiva, de la que todos nos llenamos la boca al mencionar, pero que casi nadie ponemos en práctica en el diario quehacer (y mucho menos aceptamos cuando los "constructivamente criticados" somos nosotros), es parte cotidiana de la labor del docente. Y de la vida. Pero también lo es el revisar y corroborar que toda información, dato, y/o referencia de la que mis alumnos echen mano, esté bien fundamentada y citada, por ejemplo, en algún reporte o presentación en clase, por mencionar lo más trivial.
Por ejemplo, si al acceder a cualquier página o dato (llámese Internet, libro, periódico, o lo que sea) que mis adorables pupilos hayan citado (o que yo misma me haya dado a la tarea de acceder por mi cuenta), existiera una sola discrepancia entre la información dada y la cita señalada o la información recabada, el trabajo simplemente no es considerado válido. Y desde ese momento, me encargo de hacérselo saber a mis jóvenes aprendices, de manera elegante, pero certera:
"M'hijito, tu trabajo no es confiable, porque en sus contenidos hay mentiras..."
En otros peores escenarios habrá, inclusive, plagio... Pero eso va en otro blog.
A ésto, mucho de mis adorables mocosos responden que nunca se imaginaron que me fuera yo a poner a investigar. Pero ésa, investigar que lo que escriben mis alumnitos sea verídico, es mi labor. Aunque me tarde horas revisando.
Éso, buscar la verdad, también es parte de la labor magisterial. Sin embargo, queridos, investigar algo antes de darle el visto bueno, corroborar las fuentes, o indagar su veracidad, no es una labor exclusiva de aquellos inmiscuidos en el magisterio. O sea: investigar, corroborar o indagar que la información leída sea correcta antes de creerla como inocentes palomitas, y luego compartirla en cualquiera de sus formas comunicativas, es trabajo y obligación de todos aquellos que tengamos acceso a cualquier tipo de información, en cualquiera de sus formas.
Miren. Entre mis muchos amigos (en la vida y en las redes sociales) tengo varios con profesiones y labores tan variadas como estudiadas: abogados, doctores, contadores, sacerdotes, comunicólogos, estudiantes, y muchos otros locos. La mayoría, relacionados con la educación. Otros, no tanto. Unos cuantos, nada. Pero, independientemente de su (nuestra) relación, o no, con la educación, todos tenemos el deber, el cometido, de dar a conocer información verídica. No falsa. No alarmista. No chantajista. Y a algunos de mis amigos, los estudiados y locos que mencioné, también se les ha soltado la lengua (o los dedos) compartiendo información falsa, alarmista, y chantajista.
Y ahí están, los que juran que la "araña camello" llegó a México, que corre más rápido que un ser humano fuerte y sin complejos, y que lo mata de una mordida en 3 segundos, a la vez que me ordenan: "compártelo con tus contactos"; las fotografías que nos enseñan estantes de supermercados vacíos con la leyenda: "es un hecho: ¡México ya es Venezuela!"; los niños perdidos en Julio del 2013 (que por gracia del que es la Vida encontraron dos semanas después), y que cuya retórica suena más a mamá regañona, que a información veraz: "no te cuesta nada compartir, ¿o qué sentirías si fuera tu hijo?"; información "real" obtenida de una extraña página desconocida, que jura que el término "quesadilla no es derivada de la palabra 'queso', porque viene del náhuatl 'quetzaditzin' que significa 'tortilla doblada' "; o las cadenas de fe y oración que me "retan" a compartir una imagen de San Charbel, a aquellos "que consideres tus amigos, para tener una vida abundante y llena de dinero. ¡Espero el mío!".
Espera sentado, entonces.
Uno pensaría que, a estas alturas de la vida, a nuestra edad, y con la experiencia educativa y biográfica que tenemos, no caeríamos tan fácil. Pero, estimados, aquí estamos. Cabezas huecas compartiendo falacias como verdades, mentiras como realidades, y escándalos como pruebas de fe, antes siquiera de buscar información, ya no digo creíble, o coherente (finalmente, como dicen por ahí: "la realidad supera la ficción"), sino fidedigna.
O sea: si exijo la verdad de mis juveniles e inexpertos alumnos, la exijo aún más de un adulto que supuestamente, debería ser más responsable en sus publicaciones, que un mocoso de diecisiete.
Lo peor de todo es que, si se me ocurre (porque se me ha ocurrido) indagar: "¿De dónde sacaste esa información, amiga?", y me contestan que "todo mundo lo está compartiendo", evadiendo a todas luces mi pregunta, e insisto que lo citado dista mucho de la verdad porque (YO SÍ) me di a la tarea de investigarlo antes de compartirlo, prefieren desamistarme de las redes sociales, que aceptar que la regaron.
O qué. ¿Así somos todos?
Miss V.
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