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ACTUAR CON TERNURA

  • Writer: yesmissv
    yesmissv
  • Sep 26
  • 5 min read
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En una junta de trabajo reciente, disfrazada de capacitación, la muy inteligente ponente nos habló de cómo utilizar la ternura como un medio emocional/docente para llegar al frío corazón de nuestro joven alumnado. Mucho se ha hablado, dijo ella, de la empatía y el respeto, pero poco se habla de la ternura. Después de un rato de intercambios orales, la ponente remató diciendo que, aun en los niveles universitarios en los que trabajamos, podemos utilizar la ternura en nuestra labor durante nuestras sesiones de clase.

 

No sé qué pienses tú pero, a mí, mis alumnos universitarios, en un día normal, no me causan nada de ternura. Cierto. Generalmente son odiosos y nefastos; pero valga decir que, en ocasiones, son ocurrentes y, a veces, hasta simpáticos. Pero, ¿tiernos? Y así lo expresó una compañera maestra: los alumnos ni son tiernos, ni provocan ternura. “Siento ternura”, dijo ella, “cuando veo a un bebé, o así. Pero en el salón, se me hace algo difícil sentir ternura. No es algo”, remató ella, palabras más, palabras menos, “que pueda sentir en una situación de clase con nuestros chavos”. A esta aseveración, la ponente agregó que no es que yo sienta ternura provocada por mis alumnos, sino que debo actuar con ternura.

 

En ese caso, pensé: Entonces, ¿lo que no me provoca amor, puede ayudarme a actuar con amor? ¿Puedo no tener sentimientos de solidaridad, pero ser solidaria? ¿Puedo carecer de empatía, pero aun así actuar con empatía? No sé…

 

Tal vez sea posible que algunas de las actitudes de mi bienquisto alumnado rayen en lo infantil, pero mi concepto de “ternura” no tiene mucho qué ver con jóvenes adultos que a conveniencia se portan como niños chiquitos, pero que al mismo tiempo creen que todo lo saben, y rematan mirándote de arriba a abajo, figurativa y literalmente.

 

Ahora bien, no es fácil decir con certeza lo que es la ternura. Por lo menos, no para mí. La fría definición de la RAE, la vieja confiable de cualquier verbo-lingüista, o cualquiera que nos propongamos esclarecer cualquier duda léxica, nos indica lo siguiente:


 

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Y podemos manifestar esa terneza, delicadeza, suavidad y blandura ante personas, animales, objetos o situaciones que nos toquen el corazón por su candidez, su dulzura, su inocencia, o cualquier otra cosa que nos mueva a proteger, de manera automática o generosa, el origen de nuestra devoción. Este sentimiento, sin embargo, tampoco es planeado. Y, como cualquier otro sentimiento, la ternura también es cándida e irreverente. También es franca e inconsciente. También es natural e involuntaria.

 

Pero, a una definición menos fría como la del diccionario favorito de los leídos y escribidos, debería agregarse que la ternura es un sentimiento subjetivo, pues no a todos nos despierta ternura las mismas personas, los mismos animales, los mismos objetos o las mismas situaciones. Mucho menos los mismos alumnos.

 

A lo que quiero llegar es a que, independientemente de la melosidad con la que tiendo a tratar a mis alumnos, melosidad resultado del cariño que le tengo a mi profesión (a pesar de los pesares), y mi cariño general por la mayoría de mis alumnos y alumnas, no es la ternura lo que me mueve, pues no soy una persona que actúe siempre con ternura.  Ni que la inspire.


Y luego también está el “amor apache” …

 

La ternura se siente de manera instintiva, y yo (y cada persona en este desgastado planeta) recibo las señales. No puedo obligarla a ser. Y, a pesar de esta cuasi generalidad, lo que para mí es tierno, para otros puede no serlo. Por ejemplo, los piececitos de un bebé, o mis perros viéndome de lado son, para mí, entre muchas otras cosas, causales de ternura. Pero ellos no saben que la causan. Y, un ejemplo de lo opuesto sería mi papá pues, viejo y refunfuñón como es, no ha sido jamás un señor que utilice la ternura conscientemente como medio para llegar a nadie. Y, sin embargo, a veces hace cosas que me enternecen, pero estoy segura de que no fue su intención ser tierno. Por tanto, creo yo que la ternura, muchas veces, no es una actitud necesariamente intencionada.

 

Tu punto de vista de vista pudiera ser diferente al mío, porque para ti puede que sea fácil actuar tiernamente sin que éste cause malentendidos entre quienes reciben la ternura. Especialmente entre jóvenes adultos que buscan ofenderse con cualquier cosa. Sin embargo, ¿Puedo tratar de actuar con delicadeza? ¿Puedo procurar actuar con amor? ¿Puedo intentar actuar con interés? Sí, pero eso no significa que mis alumnos (o quien sea) consideren que soy una persona tierna, porque se puede actuar con ternura, si acaso se siente; pues esta es más un sentimiento que una actitud. Aunque mi propósito sea ser tierna, y a mi edad, con hijos adultos, incluso mayores que mis propios alumnos, cualquier palabra tierna o melosa puede no necesariamente lograr el efecto de ternura en los demás. Tal vez sólo el de pena ajena…

 

Podría concluir semejante sermón diciendo que la ternura se da en dos momentos: la intención, que depende enteramente de mí; y la recepción, que depende completamente de los demás. En el primero puedo, efectivamente, “cultivar” y expresar ternura con un tono de voz cordial, contacto visual amable, y una que otra sonrisa cálida cuando esta sea necesaria.  También es importante elegir las palabras cuidadosamente, y expresarlas de manera dulce.

 

Sin embargo, en el segundo, y como mencioné anteriormente, habrá quienes no reconozcan la ternura y hasta les parezca incómoda, dadas sus propias experiencias de vida; sus propias barreras emocionales que malinterpreten un trato tierno; o el propio lenguaje emocional, pues siempre habrá alguien quien entiende la ternura, no en el rato suave, o en la melosidad de la voz, sino en la prudencia, en las trivialidades, en la ingeniosidad,

 

Ergo, puedo actuar (o intentar actuar) con ternura, pero no puedo obligar a nadie a sentirla, de tal manera que tampoco puedo obligar a nadie a sentir, amor, admiración, o gratitud. De igual manera, puedo crear las condiciones para que la ternura florezca, pero su impacto final será siempre una especie de creación bipartita, entre el que intenciona la ternura, y el que está abierto a recibirla. Aunque a veces alguna de las dos partes no quiera, necesariamente, comprometerse.

 

Y, para darla un final a esta perorata que, creo se ha alargado innecesariamente, creo que la ternura es una de esas fuerzas humanas que no se pueden imponer, pero sí elegir. No siempre será recibida de la manera que esperamos, ni otorgada de la manera que otros esperan, pero es ahí donde radica también su belleza, pues la ternura no es un intercambio condicionado (es más, a veces ni siquiera es un intercambio) sino un compromiso voluntario, generoso, libre, que se da nada más porque quiere darse. Porque creemos en su valor. Como en el valor de tantos otros sentimientos que se dan, pero que sí esperan respuesta.

 

Puedo, por tanto, proponerme cultivar la ternura en mis acciones, en mis palabras, y hasta en mi mirada. Sin embargo, debo aceptar que serán acciones vacías hasta que ocurra el prodigio de que mi intención encuentre suelo fértil en el corazón del otro.

 

En ese cruce de voluntades se desvela un espacio que es tan íntimo como transformador, donde la severidad de la vida se suaviza y donde la naturaleza de la humanidad se revela en su forma más pura. Así, la ternura no solo acompaña: también nos recuerda que lo esencial del vínculo humano no está en el poder de mando, sino en el poder del armonía.

 

Intentando ser tierna,

Miss V.

 
 
 

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